Isla martinica

Pelirrojos

El descubridor de Fernando Fernán Gómez fue Enrique Jardiel Poncela, quien lo incluyó en el elenco de la comedia más famosa y celebrada de su obra teatral, Eloísa está debajo de un almendro. Corría el año 1940, en los principios de la posguerra, unas fechas muy duras en las que España necesitaba de los mejores talentos, y el madrileño lo encontró en el hispanoargentino, al que reconocía por su pelambrera, pues, para él, era simplemente el meritorio pelirrojo en el que avizoraba el gran actor que luego llegaría a ser. Su papel, escaso pero necesario, prefiguraba el desarrollo posterior de las escenas de la comedia, puesto que, al constituirse en uno de los espectadores que abren el diálogo del prólogo, en cierta manera preparaba al público para la situación –así las definía don Enrique– que más tarde se habría de desplegar sobre el escenario.

En mi pensamiento, España, la de ahora como la de antes, requiere de hombres y mujeres que sepan estar sobre el estrado, que dignifiquen la condición de patriotas y que, por supuesto, huyan del falso protagonismo. La labor de un actor, especialmente el bueno, está determinada por el conocimiento del dónde y el qué. Dónde está y qué se espera de él. Ni adelantarse ni menos aún retrasarse, sino acompasar su entrada al paso de la obra a interpretar. Esto es lo que necesita un país, como el nuestro, en el que el abismo se empeña en abrirse ante nuestros pies. Si se me permite, en la estela de don Enrique, escasean los pelirrojos en la escena pública española. Los echamos en falta tanto como necesitamos el aire que respiramos.

Esta amnistía de la que se habla a todas horas no es otra cosa que la humillación de España por parte de unos reconocidos delincuentes que, agraciados por el devenir político, se han convertido en la llave de un gobierno. Personalmente, reconozco que el libreto de la obra escrita por el destino resulta asquerosamente genial, ya que los actores son, a una misma vez, los malos y los buenos. Por ejemplo, Zapatero, uno de los pocos hombres en este mundo que ha logrado «domesticar la necedad», en las sabias palabras del maestro Lledó, ha identificado el tiempo que se vive con el de la «concordia y la generosidad». Generosos con los que se mofan de España, con los que buscan su ruina, pero, en definitiva, es el papel a desarrollar por el independentismo catalán en la obra. De otra parte, Sánchez y su tropa, unos actores de peculiar diálogo, abocados a representar unos personajes que la historia calificará en su día. Si Jardiel Poncela hubiera contado con idéntica trama, no sé si hubiera elaborado la comedia con mayúsculas, esa obra que cualquier autor persigue a lo largo de la vida. Sin embargo, a la hora de concretar el elenco, quizás le faltase el talento, el pelirrojo que, como Fernán Gómez, colmara su ambición como dramaturgo. Así, el destino, y no don Enrique, es el que escribe los actos a la espera de la última representación. Y aquí ya no habrá chascarrillos, ni bromas ni ángel sobre una escena que puede derivar en el fin de esta comedia que es España.

Insisto, como lo haría nuestro mejor comediógrafo, aunque se le muevan nerviosos los bigotes a Muñoz Seca, en que faltan pelirrojos, es decir, seres dotados de una especial condición que sepan salir del envite, incluso de sobrellevar la obra al completo. Habría que convocar un concurso de méritos al que se llamaría a todos aquellos que sientan la urgencia que experimenta la nación. Jóvenes con inteligencia que hagan suyo el destino de un país condenado a la desintegración o, tal vez, que sepan remediarla. ¡En fin, pelirrojos de España, ya están tardando en presentarse a las pruebas! La primera de la lista, tan necesaria como escueta, al igual que el papel de Fernán Gómez, viene definida por el saber dónde se está y el qué se espera de ellos. Ánimo y «mucha mierda», como se dice en el argot teatral.

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