Retiro lo escrito

Opinión pública

Personalidades, políticos y premiados se dan cita en el hotel de la Reconquista antes de la ceremonia de entrega de los Premios Princesa.

Personalidades, políticos y premiados se dan cita en el hotel de la Reconquista antes de la ceremonia de entrega de los Premios Princesa. / LUISMA MURIAS / DAVID CABO / IRMA COLLÍN

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Yo tengo serias dudas sobre la existencia de una opinión pública en Canarias y mantengo modestamente que ese es uno de los rasgos premodernos de nuestra sociedad. El propio espacio público –más o menos definido habermasianamente como el núcleo político de la Modernidad– es discutible, en todo caso anémico, en nuestras islas baratarias. Espacio público: la supuesta esfera simbólica de participación y deliberación en el que se entrecruzan intereses comunes, autoridades, poderes legítimos, corporaciones, etcétera. Esa debilidad es la que explica, por supuesto, el amplísimo y espurio consenso sobre casi todo. El disidente es tratado, sobre todo, como un fenómeno antihigiénico. El disidente es un inimaginable sarnoso. Por supuesto, numerosas organizaciones y entidades se pronuncian con regularidad sacramental sobre ciertos asuntos: rectores universitarios, organizaciones empresariales y sindicales, asociaciones culturales o deportivas. Pero son monólogos resignados, a menudo repetitivos, que no galvanizan análisis ni propuestas ni, por supuesto, se proyectan en el intento de mantener ningún diálogo con nadie: en general solo esperan, incrédulamente, que se les escuche desde el poder político, sea el ayuntamiento, el cabildo o el gobierno autonómico. Es precisamente el poder político –el gobierno, el cabildo, el ayuntamiento– quien por algún motivo, de tarde en tarde, impulsa una gran convocatoria para afrontar un asunto central, complejo, inaplazable, habitualmente sembrado de canapés y destinado a ser rentabilizado propagandísticamente por el poder convocante. A ver, señoras y señores, cómo arreglamos esto, que a mí me tiene indignado.

Hace muchos años que no detecto ningún diálogo en el Parlamento de Canarias. Todo consiste en un intercambio de consignas elaboradas por gabinetes de prensa e menudo penosos (allá fuera continúa la proletarización de los periodistas) que luego son difundidos por los mismos gabinetes de prensa a través de las redes sociales y de notas que desafían gallardamente la gramática. No, nuestro parlamentito nunca fue un ágora griega, ciertamente, pero a veces ocupaban los escaños personas mayores de edad que se habían estudiado lo suyo. Las actas de los plenos están en la página web www.parcan.es si les place. Uno lee ahí los debates sobre el REF de Augusto Brito y José Miguel González –ninguno de los dos, por cierto, era economista– y por un par de minutos se empapa en melancolía. La penúltima vez que estuve ahí arriba, en el gallinero de la prensa, soportando la humillación de las estupideces, escuché diálogos como este:

– Más temprano que tarde se va a comer sus presupuestos.

– Usted es el que se va a comer la agenda canaria. Con papas. Se la va a comer con papas.

– Usted, usted y su engaño electoral…

– Con papas, se la va a comer con papas…

Keynes y Hayek mismamente.

Los políticos ya no debaten entre sí utilizando argumentos más o menos racionales o cifras más o menos contrastables y aceptadas por todos. Les da perezón. Han asumido que no solo tienen derecho a su propia opinión, sino que tienen derecho –¡como todo el mundo!– a sus propios hechos. Debatir sobre política, hoy en día, es como debatir sobre astrología. Estás perdido frente a la infinita miseria política, intelectual y moral que emplean los astrólogos, quiero decir, los políticos, para legitimarse a sí mismos sin ningún coste. Se pilla a un presidente del Gobierno mintiendo una y otra y otra vez y es capaz de responder con una tranquilidad marmórea:

– Yo no he mentido, solo he cambiado de opinión.

Hasta con la opinión publicada pasa lo mismo. Recuerdo que no hace mucho tiempo la prensa local disponía de un ejército panchovillesco de columnistas. Es cierto que en su mayoría eran ilegibles y carecían absolutamente de interés. Ahora no. Ahora sobrevivimos cuatro pazguatos. Vale cualquier opinión, es decir, no vale ninguna. Qué democracia más rara hemos construido o destruido. Todo para el pueblo, pero que el pueblo no se entere de nada.

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