La suerte de besar

Segunda vida

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Segunda vida / La Provincia

Mercè Marrero Fuster

Mercè Marrero Fuster

Hace tres años y dos meses compré un robot aspirador. Sé la fecha exacta porque ese artefacto que repta por los suelos se ha roto y, por pocos meses, el arreglo no entra dentro de la garantía. La fábrica me ha dado dos opciones. Pagar cincuenta euros por enmendarlo o adherirme al plan renove y comprar uno con más prestaciones, conexión wifi y mayor capacidad de succión, a un precio imbatible y competitivo. He navegado largo rato por los artículos ofertados. He imaginado suelos brillantes, parqué encerado y baldosas impolutas. He estado tentada y a punto de pulsar el «Quiero comprarlo», pero me ha podido el cargo de conciencia. Compramos mucho más de lo que necesitamos y reparamos mucho menos de lo aconsejable.

Me gustan las profesiones artesanas. Admiro cómo un zapatero es capaz de dar una segunda vida a unos zapatos desgastados, cómo un costurero tiene la habilidad de arreglar unos pantalones y de adaptarlos a un cuerpo cambiante o cómo un relojero sabe ajustar unas agujas y cambiar un rotor. Fui hace meses a pedirle a uno si podía apañarme un reloj que me había costado menos de treinta euros y que comenzaba a hacer rarezas. El pobre se extrañó por la petición y me aconsejó que no lo reparara porque iba a costarme casi lo mismo que uno nuevo. Y es cierto. Consumir cosas nuevas es, a día de hoy, más cómodo que arreglar cosas viejas. Particularmente, la presión de consumir por consumir se me hace muy farragosa y, puestas a elegir, decido pisar el pedal del freno de la compra innecesaria y optar por reciclar todo aquello que tenga una segunda, tercera o cuarta vida. Por principios.

No es fácil. Hay portales de Internet en donde quince camisetas monísimas y de colores chulísimos te cuestan lo mismo que una camisa de un algodón de calidad. Y encima te lo llevan a casa. Los principales operadores de telefonía móvil te regalan dispositivos, televisores o videojuegos si contratas alguna línea más. Es impensable no caer en la oferta del dos por uno o del tres por dos de los pares de bragas y calcetines y hay que tener mucha fuerza de voluntad para ir a la farmacia y no llevarse dos cajas de crema hidratante y antiarrugas idénticas por unos cuantos euritos más. Algunos adolescentes consideran que ir de tienda en tienda y volver a casa cargados de bolsas es la panacea de un plan vespertino. Hay familias que pasan su fin de semana dando vueltas en centros comerciales y conozco a muchos para quienes Amazon es su lectura de cabecera. Los hay que consideran que un coche de más de diez años es una reliquia y que, si se estropea una lavadora, lo más útil es cambiarla por una nueva. Los móviles duran menos que un telediario y hace unos días descubrí unos diez cargadores en un cajón olvidado de mi casa. Un derroche.

Imagino una calle repleta de negocios de maestría. Allí en donde se reparan cosas viejas para facilitarles una segunda vida. Zapateros, manitas de todo tipo, relojeros, lutieres, costureros, encuadernadores, carpinteros, herreros, tapiceros, restauradores de muebles o especialistas en reparar sillas y balancines. Un lugar en donde todo tenga una nueva oportunidad. Es poético y no hay inteligencia artificial que pueda sustituir su arte.

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