El desliz

Grabando audio

Por mucho que algún psicólogo glose las virtudes de las notificaciones audibles frente a la auténtica conversación o al mensaje escrito, la verdad es que se reciben con pereza

Los mensajes están claramente marcados con el icono de "una vez".

Los mensajes están claramente marcados con el icono de "una vez". / Shutterstock

Pilar Garcés

Pilar Garcés

He hecho el experimento de pasar una semana entera sin escuchar un solo mensaje de voz, con la única excepción de los laborales. Una vez recibidos en chats individuales o de grupo he contestado ok o el emoticono del dedo para arriba, sin darle a la tecla de reproducir. No ha pasado absolutamente nada. Vale que una no es la presidenta del Gobierno, ni la mediadora en las conversaciones para la amnistía de los separatistas catalanes, sino una persona del montón, pero por eso mismo qué necesidad hay de aguantar turras. Parece que no me he perdido información relevante alguna, no se ha acabado el mundo, mis comunicaciones han sobrevivido y mi vida social sigue tan mermada como suele. Demostrado queda que los audios que recibimos por docenas son prescindibles, un dolor de oído que nos autoinfligimos sin necesidad. Los odio, me molesta de forma especial cuando en una conversación de varios solo uno de los participantes los emplea. La ansiedad del whatsapp (ay Dios mío, a ver si va a ser importante) carece de fundamento y se debe terminar, que lo sepan todos los que atizan al prójimo cuatro envíos kilométricos para hacer una pregunta, grabaciones que incluyen bostezos, estornudos y «espera un momento que me llaman por el fijo, mmmmmmm, espera que estoy pagando en la caja del híper, mmmm, espera que me he encontrado a Loli, qué tal maja, pues yo aquí diciéndole a las madres del cole que...». Te ausentas de una reunión, te pones los auriculares y escuchas con paciencia un testamento sonoro de cinco minutos y medio que se puede simplificar en: «Para la quedada, tú traes el pan». Basta de comerle la oreja al personal. Démosle un respiro a los tímpanos, que si sumo todos los archivos reproducidos este año que se está acabando habría disfrutado de El Quijote en audiolibro. Dame un titular, que decimos por estas páginas, o incluso un par de emoticonos, que si quiero un podcast ya buscaré alguno profesional y de una temática que me interese.

Por mucho que algún psicólogo glose las virtudes de las notificaciones audibles frente a la auténtica conversación (se pueden desarrollar ideas sin interrupciones, no se pierde el control frente al destinatario) o al mensaje escrito (la voz posee poder de persuasión y da veracidad a lo que se expresa, lo tecleado se puede malinterpretar), la verdad es que se reciben con pereza. Los genios de El Mundo Today publicaron que el disfraz más terrorífico del pasado Halloween consistía en una pantalla en la que se leía «grabando audio». En efecto las aplicaciones de mensajería instantánea han traído el infierno de las notas de voz a nuestras vidas y luego la inteligencia artificial intenta apañar el destrozo. Que si una tecla para pasarlas a toda velocidad, imprescindible para los lentos y quienes abusan de las muletillas, que si otra que llegará pronto para transcribirlas automáticamente sin necesidad de escucharlas. Aplicando la ley de la máxima holgazanería, se consideró un avance dejar un mensaje sonoro en lugar de teclear un texto y ahora preferimos letras siempre que no tengamos que escribirlas nosotros porque el spam acústico se ha multiplicado y agobia. Como a veces los audios ajenos circulan como la falsa moneda y otras se han usado como prueba en juicios han inventado los que se autodestruyen después de escucharse una vez. Un formato aconsejable para quienes hayan decidido innovar este año y mandar la felicitación navideña como una villanciconota de voz.

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