Reflexión

Prohibir los móviles

Prohibir tener un móvil no garantiza que un menor no acceda al mismo, ya que siempre puede usar el de un familiar o un amigo.

Varios niños con teléfonos móviles.

Varios niños con teléfonos móviles. / Levante-EMV

Juanjo Pérez Estévez

En las últimas semanas el debate en torno a prohibir el uso del teléfono móvil en primaria y secundaria, y de no permitir su tenencia a menores de 16 años, ha copado titulares y conversaciones navideñas. Es obvio que hay una preocupación lógica por el impacto en la salud física y mental que los malos usos de estos dispositivos están generando, además de toda una serie de interacciones sociales negativas por su dependencia, abuso o falta de control. Siendo necesarias medidas específicas al respecto, quizás a estas alturas pueda ser más útil orientar el debate hacia las ideas de regulación y de fomento de los usos responsables, no ya sólo de los móviles, sino de las nuevas tecnologías en su conjunto.

El alcohol y el tabaco están prohibidos para su venta o tenencia en el caso de los menores de edad, y sin embargo esa restricción legal no evita que el consumo de ambos productos se haga a edades tempranas. Prohibir tener un móvil no garantiza que un menor no acceda al mismo, ya que siempre puede usar el de un familiar o un amigo. Otra cosa es que la regulación del acceso y el uso sean urgentes en ámbitos como el escolar, donde efectivamente habría además que fomentar un plan de digitalización entre las familias para que no sea el móvil la herramienta con la que realizar trabajos o consultar apuntes. No olvidemos que si un niño o una niña se acostumbra a usar durante horas el móvil para jugar, ver vídeos o interactuar en redes, el problema en ocasiones se multiplica cuando tras horas de contención en la escuela se llega a casa y allí no existen esas restricciones. En nuestro discurso parece a veces que veamos los problemas asociados a la tecnoadicción o al uso no saludable de las TIC, como algo ajeno en lo cual no tenemos responsabilidad directa. Nuestros niños y niñas se han criado con estos dispositivos que, si bien necesitan leyes claras y valientes que las regulen (como por ejemplo las casas de apuestas o la pornografía en internet), también son usados por los adultos de forma muy poco ejemplar.

Externalizando toda la responsabilidad del problema quizás no solo dejamos de ver la verdadera clave sino también la mayor oportunidad: tenemos la capacidad de regularnos, empoderar y enseñar a nuestros hijos e hijas a hacerlo, desde la moderación, la combinación de los usos de las tecnologías con acciones familiares, deportivas, culturales… A la vez podemos reivindicar leyes y normativas que además de no permitir su uso en la escuela, incluyan una pedagogía de aprender a usar las TIC de manera más sana y responsable como parte del currículo escolar. También es necesario fomentar espacios de ocio alternativos, saludables, públicos y accesibles, diseñados por la propia juventud. Por último, ayudar a las familias con programas de prevención y conocimientos sobre los riesgos, o buenas prácticas a ejercer, será a la larga seguramente más efectivo que quedarnos solo en la prohibición.