Desde la ciudad Arzobispal… (XXXII)

Los señores curas parrocos de San Juan (Segunda entrega)

Parroquia de San Juan Bautista en Telde.

Parroquia de San Juan Bautista en Telde. / Cabildo de Gran Canaria

En la entrega anterior hemos escrito sobre los señores curas párrocos de la basilical teldense, desde principios del siglo XX a 1968. Ahora iniciamos esta segunda entrega con dos de los que ejercieron el curato en San Juan Bautista en el último cuarto del siglo XX.

Breve nos pareció el paso por Telde de don Juan Rodríguez Alvarado (1968-1969), cuya inesperada muerte llenó de congoja a toda la feligresía. Este sacerdote de más que notable formación humanística, intentó por todos los medios a su alcance adaptar su parroquia a las exigencias del Vaticano II, cuestión esta heredada de su predecesor. Ninguno de ellos lo tuvo nada fácil debido a la singular naturaleza conservadora de las gentes de San Juan. Criticado por los grupos más tradicionalistas, no contó con los apoyos suficientes entre los más progresistas, por entonces en franca minoría. Todo ello le llevó a un aislamiento personal y a una repentina enfermedad que, si primero mostró su crudeza en lo psíquico, un poco más tarde lo hizo en lo físico. Don Juan fue hombre de altísimas cualidades cristianas, dedicado a engrandecer la Iglesia a través de la caridad y el amor. Dedicaba muchísimo tiempo a confeccionar sus doctos y catequéticos sermones por lo que recibió muchas veces las felicitaciones más sinceras del obispo de la Diócesis.

Una nueva etapa se abría ante nuestros ojos presidida por don Teodoro Rodríguez y Rodríguez, quien llegó a Telde en 1969. Afanado siempre en la labor pastoral y en la recuperación del rico Patrimonio Histórico Artístico de la parroquia y de Telde en su conjunto. A su celo como cuidador del Templo Matriz teldense se le debe más de quince años de labores de restauración, aunque para ello tuviera que invertir dineros propios. La contratación de uno de los mejores canteros de Arucas, hizo posible el hermosísimo zócalo de cantería gris que hoy recorre todo el perímetro interior de la iglesia de San Juan Bautista. Asimismo, mandó a hacer una serie de peanas de igual material y bellamente decoradas como sostén de algunas esculturas que, a buen resguardo, colocó en el Camarín de la Virgen del Rosario: su pequeño Museo de Arte Sacro. La restauración de algunas piezas de platería que por entonces se encontraban en pésimo estado, fue esencial para el decoro de las liturgias. Negoció con éxito la vuelta del Tríptico de Pincel de La Adoración, gentilmente donado por la IV Marquesa del Muni, doña María del Pino León y Castillo-Manrique de Lara.

Además, concentró las tres tradicionales procesiones de Semana Santa en una, calificada de Magna.

Su preocupación por el futuro de la iglesia conventual de San Francisco le hizo recabar la ayuda del Gobierno Canario y del Cabildo de Gran Canaria, y al igual que lo había hecho ya con el templo basilical, restauró toda su techumbre. A principios de la década anterior, había reedificado la antigua espadaña franciscana, toda vez que unos vientos huracanados la habían tirado abajo.

En otro orden de cosas, a él se le debe la compra de la mitad de la Finca del Convento, propiedad esta indivisa y compartida por el Obispado de Canarias y la familia Macario. La ilusión de este sacerdote era traer hasta aquí a la Orden Franciscana, en algunas de sus ramas, volviéndole a dar vida, tanto al convento como a su iglesia.

Al jubilarse por enfermedad y edad, vivió con sus otros dos hermanos, también sacerdotes, en Las Palmas de Gran Canaria. Sepultado junto a estos y a sus padres en el Cementerio Católico de El Puerto (La Minilla), sus venerados restos bien merecerían ser trasladados a los pies del Altar Mayor del Templo Basilical, bajo la Imagen del Santo Cristo al que él tanto amó.