Tropezones

Breverías 131

Los arándanos son una de las frutas menos calóricas

Los arándanos son una de las frutas menos calóricas / Freepik

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Creo haber comentado dos de los hitos de la senectud: la primera vez que le ceden a uno el asiento en la guagua o en el metro, y el día que al abordar un simple peldaño aparece un alma caritativa que le coge a uno el brazo al tiempo que le advierte: «¡Cuidado el escalón!».

Pues bien, el primer hito ya parezco haberlo alcanzado. La primera vez con cierta sensación de sorpresa, al haberse invertido los términos, siendo hasta entonces yo el que ofrecía mi asiento. Y posteriormente aceptando que el tiempo pasa para todos, y también para mí que ya no tengo el menor inconveniente en hacer efectivo el ofrecimiento.

Pero respecto al segundo jalón me sonó el otro día la alarma. Resulta que estaba subiendo la escalera de salida de un tren, cargando una maleta en cada mano. Al llegar al último peldaño me tropecé, alongándome sobre el rellano alcanzado sin poder evitar que una de las maletas rodara escaleras abajo. Tras unos momentos de apuro y terrible humillación por todas las muestras de ayuda de los recientes copasajeros de mi vagón, recobré no sólo mi sangre fría y mi dignidad, sino una explicación de lo ocurrido que nada tiene que ver con mis posibles achaques. El último escalón era más alto que los anteriores, lo que propició mi tropezón. Y aviso a navegantes: al diseñar una escalinata se calcula la huella y la contrahuella. Y a lo mejor el desnivel a salvar no da un número exacto de contrahuellas, ¿con lo cual la solución más chapucilla y sencilla cual es? Pues si la contrahuella es de pongamos 20 cm, y al final sobran 5 cm, pues se le añaden a uno de los peldaños, normalmente el primero, o como en mi caso en el último. Así que tomen buena nota: “¡Cuidado el último escalón!”

*

Uno de los placeres de mis veranos en Suecia suele consistir en recolectar los suculentos arándanos silvestres que abundan en sus umbríos bosques. Hasta hace poco venían temporeros de los países del este para su cosecha y comercialización. Pues bien, últimamente el producto cuya venta predomina en los comercios locales son de cultivo industrial, y su origen otros países de la unión europea. Este verano tuve oportunidad de probar los de Polonia y los de Portugal.

Pero resulta que su venta se ha generalizado, y su procedencia también. En Las Palmas tuve oportunidad de adquirirlos: su aspecto, al ser de cultivo, es aparente e inmejorable: grandes y lustrosos pero bastante insípidos. Por curiosidad me interesé por su procedencia, lo cual no es tarea fácil, pues aunque dicho dato es obligado en el etiquetado del producto, el fabricante, o digamos mejor el envasador tiende a camuflar su origen. Es como por ejemplo los espárragos «navarros», que aunque son envasados en Navarra, la materia prima es importada de China, lo cual se explicita en las etiquetas del envase, pero en letra microscópica.

Pero a lo que iba; ya lo último en este tema de los arándanos es la procedencia de estas bayas en un supermercado de esta ciudad: en una de las ofertas constaba que el producto procedía de Huelva, cosa normal junto a los fresones del mismo origen. Pero es que otro de los estuches con impecable presentación, contenía unos hermosos arándanos, asómbrense, ¡procedentes de Nueva Zelanda! Una fruta fresca… desde las antípodas. A veces la globalización marea.