Reseteando

El suelo rústico y el eclipse agrícola

Panorámica de la erupción del volcán Tajogaite.

Panorámica de la erupción del volcán Tajogaite. / E.D.

Javier Durán

Javier Durán

La liberación de suelo rústico dictada por ley en La Palma para compensar la pérdida de bienes por la erupción del volcán ha puesto sobre la mesa un tema tabú hasta ahora: ¿qué hacer en Canarias con las miles y miles de hectáreas cultivables abandonadas? El mismo Gobierno regional, a través de su flamante director del Instituto Canario de la Vivienda, Antonio Ortega, lanzó la especie de trasladar el modelo palmero al resto del Archipiélago.

Fue casi un anatema, de inmediato resultó desautorizado por sus superiores. Nadie se atrevió a recoger la pelota, ni a ofrecer un leve pensamiento sobre el asunto. Canarias hace tiempo que fundió su sector agrícola, y malamente tiene activo humano para montar una tractorada a lo bestia.

De las 121.574 hectáreas de suelo potencialmente agrícola solamente se cultivan 40.681, el 36,9%. Es decir, el resto, un 63%, viene a ser el paisaje de la catástrofe: terrenos baldíos, plagados de maleza, restos que quedaron al borde de una autovía, invadidos por el rabo de gato, basureros y bancales en ruina definitiva.

Esta descripción puede ser la de la periferia de Las Palmas de Gran Canaria, pero también de otros municipios de las medianías altas de la Isla donde rige una agricultura esporádica de entretenimiento, o para la contribución de un sustento no dependiente. Ante este panorama, pues es lógico que personas con inquietudes se pregunten en alto, por ejemplo, si a la agricultura isleña no le hubiese ido mejor con un programa planificado de viviendas en suelo rústico.

Por un lado, se fomenta el vínculo con el agro rural, y por otro se frena la indisciplina urbanística y el deterioro progresivo del paisaje. Los gestores públicos tienen que salir de su zona de confort: de poco sirve una ruralidad intocable mientras se desmorona a pedazos.

Debido a una desgraciada erupción en la isla colombina, se ha dado un gran paso para adaptar el urbanismo a las necesidades sociales. No se trata del pelotazo del promotor de turno, como ha sucedido hasta ahora, sino de repensar y ensayar un modelo que naufraga, o más bien para salvarlo del abismo.

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