Retiro lo escrito

Un único meón

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

En los pasados carnavales de Santa Cruz de Tenerife el ayuntamiento chicharrero solo multó a un ciudadano por mear en la vía pública. Solo a uno. Por suerte no ha trascendido el nombre del infractor. Debe protegerse este anonimato celosamente porque si no es así el desgraciado será objeto de vacilón y guachafita ininterrumpidas durante el resto de su vida. Más de cien mil personas en la calle y el único meón es él. Y eso después de que alguno de nuestro napoleones municipales –no sé si fue José Bermúdez o Carlos Tarife– declarara solemnemente que se aplicarían con todo vigor, como si estuviéramos en septiembre, las ordenanzas municipales. Pero es que la irrealidad de la fiesta carnavalera también contamina a las ordenanzas. Las ordenanzas son otro vacilón y no únicamente en carnestolendas.

En carnavales –todos los sabemos– no puede ocurrir ni ocurre nada malo. Es un clásico más antiguo y certificado que la Fufa. Esto del meón excepcional es la cristalización única y úrica, la expresión más depurada, de un aserto histórico esencial. Ya en Carnavales ni se mea, salvo en los mingitorios aportados graciosamente por los servicios municipales. Hace muchos años, como una molesta y efímera brisa, algunos se preguntaron, extrañados, sobre las denuncias por abuso sexual en los carnavales. Algunos histéricos incluso llegaron a preguntar sobre violaciones. Todo fue acallado tan rápida como eficazmente. Si la razón está en un meón callejero por cada 200.000 personas que no derraman gota sobre el asfalto, ¿cómo van a producirse en nuestras fiestas agresiones sexuales? Quizás podría encontrarse –como mera hipótesis lo digo– una violación cada diez millones de habitantes. Y como aquí en Tenerife no tenemos diez millones de habitantes –por el momento y hasta que italianos, polacos, rumanos, ecuatorianos, venezolanos o bolivianos no digan lo contrario– pues no sufrimos violaciones. Me ha costado décadas entenderlo, pero creo que así razonan más o menos nuestras autoridades públicas. Recuerdo que a principios de siglo me vi envuelto en una trifulca en la que una veintena de carnavaleros se repartieron más hostias que en una catedral. Un excompañero de clase tuvo mala suerte y escupió un par de dientes. La bronca duró menos de diez minutos y terminó disolviéndose en la marea humana mientras sonaba atronadoramente Enamoradito estoy de ti, de ti, de ti. Al día siguiente, por supuesto, nadie comentó absolutamente nada. Es absolutamente inverosímil que en los carnavales no se practiquen abusos y agresiones sexuales, aunque la práctica de salir siempre en grupo con los amigos y la tendencia a enrollarse solo con conocidos puedan mitigar determinados comportamientos. Pues cargamos con toda esa inverosimilitud a cuestas hasta el próximo año y no pasa nada. O no pasa nada con lo que pasa. Los carnavales santacruceros son la suma de todo lo bueno sin mal alguno, como aseveró famosamente un teólogo de cuyo nombre no puedo acordarme. Sobre lo único que se informa profusamente es sobre las intoxicaciones etílicas. Parece casi divertido y suelen disiparse al cabo de pocas horas o pocos días sin mayores consecuencias. Se informa, en fin, de los que no se saben emborrachar sin problemas, quizás derramando un poquito de piedad burocrática sobre el expediente o el comunicado de prensa. En cambio sobre indigestiones y cagaleras producidas por pinchitos morunos infectos, tortillas corruptas, churros refritos en oscuros aceites o papas locas venenosas tampoco se notifica o escribe una sola palabra. Porque ya se sabe que los chiringuitos carnavaleros de Santa Cruz de Tenerife son los mejores del mundo.

Sin novedad en el frente de nuestra más sólida seña de identidad colectiva, cuyas hermosas virtudes se han perfeccionado tanto que ya nadie gotea fuera del tiesto. Es como Koldo García, el exasesor de Ábalos, cuyos amigos, durante la pandemia, ordeñaron de lo lindo el Servicio Canario de Salud a cambio de mordiditas. Koldo meó aquí solo. Ni Torres, ni Olivera, ni nadie del PSOE canario ni del Gobierno florido echaron una gota. Un único meón solitario. Eso sí es un vacilón.

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