Tropezones

Desaladoras desoladoras

Una de las plantas desaladoras portátiles que han llegado a Lanzarote desde La Palma.

Una de las plantas desaladoras portátiles que han llegado a Lanzarote desde La Palma.

Lamberto Wagner

A raíz del artículo de la semana pasada sobre la bicoca de Red Eléctrica de España en la central hidráulica reversible de Chira- Soria, me han llovido indignados comentarios sobre cómo puede darse este tipo de situaciones sin un mínimo de oposición crítica y eficaz.

Pues bien, siendo grave el abuso de los recursos públicos en un proyecto ruinoso como el reseñado, me temo que esto no es nada comparado con otro tema vergonzoso que debiera ser publicitado a los cuatro vientos: el equivocado enfoque, ante la generalizada escasez de agua actual, de introducir, masiva e innecesariamente, la desalación de agua de mar.

Si nos atenemos a la península, no es la sequía actual del levante la culpable de la situación, sino la imprevisión en la distribución del agua. En la España húmeda llueven 100 km3 al año, siendo las necesidades de toda la península 40 km3. No es un problema de escasez, sino de infraestructuras. Habría que aplicar el lema que acuñaron en la Gomera cuando solucionaron su abastecimiento de agua: «sacar el agua donde la haya, y llevarla donde haga falta».

Pero es que en el archipiélago canario, la situación es todavía más sangrante: los recursos subterráneos sostenibles de casi todas las islas son de entre 3 y 5 veces las necesidades de las mismas. Pese a ello los intereses económicos entreverados con ambiciones políticas nos han llevado a una situación en la que prima la producción de agua cara y de mala calidad, con el inconfesado propósito de fomentar la instalación de desaladoras.

Pero es que tal empeño llega a extremos cuasi delictivos, maquillando las cifras de pluviometría o alterando datos esenciales. Un ejemplo: en el aprovechamiento de la lluvia, este se divide en infiltración (el agua aprovechable que incrementa los recursos del acuífero), la evaporación (normalmente menor) y la escorrentía (el agua que se «desborda» y sigue barranco abajo). Pues bien, en todos los Planes Hidrológicos de la Palma, desde el año 1993 hasta el 2015 constaba que la infiltración era de 250 hm3 al año y la escorrentía 15 hm3. Pero de pronto en el de 2021 por arte de birlibirloque baja la infiltración a 153 hm3, y sube la escorrentía a 115 hm3. De este modo se retraen 100 hm3 aprovechables , justificando una menor aportación al acuífero y la necesidad de desalación.

Pero esto es especialmente paradójico cuando vemos el insignificante aprovechamiento de La Palma, que cuenta con un túnel de trasvase, una obra ejemplar para unir las zonas hidráulicas del este y oeste de la isla, en la que unos limitados trabajos de perforación y posterior construcción de una serie de cierres en los diques, posiblemente pudiera resolver de una vez y para siempre las necesidades de agua de toda la isla.

En fin, el propósito de este escrito no es simplemente denunciar la planificación hidráulica del archipiélago, sino promover un debate público y riguroso sobre los problemas de las islas y sus propuestas de solución. Para ello me gustaría proponer desde estas líneas un debate abierto entre los mejores especialistas del ramo sobre «El agua en Canarias». Y que por supuesto entre los elegidos no faltara la persona que sin duda mejor conoce la hidrogeología de las islas, el doctor ingeniero de caminos, canales y puertos Carlos Soler, antiguo director del Plan hidrológico de El Hierro la Gomera y la Palma, y jefe de planificación hidrológica de Canarias durante 20 años.