Opinión | Aula sin muros

Paco Javier Pérez Montes de Oca

Semana de pasión

Pasión de Cristo en ediciones anteriores

Pasión de Cristo en ediciones anteriores / LP/DLP

La Iglesia, a través de las parroquias, vendía la bula que permitía comer carne en la Cuaresma cuando no se servía, casi nunca en la mayoría de los hogares de las clases populares-

La Semana Santa comienza, para regiones del mundo de credo católico, con la procesión del Señor en la burrita o de las Palmitas que recuerda la entrada triunfal del profeta Jesús aclamado, con ramas de olivo y palmas, por las masas como un Mesías liberador del yugo romano, las mismas que días después lo condenaron a muerte y ante el cónsul Poncio Pilato eligieron la salvación de Barrabas, desencantados e iracundos de que no fiera un rey libertador de su pueblo oprimido por el poder de Roma. El Mesías compareció ante el delegado de Roma azotado, coronado de espinas junto al delincuente común Barrabás. Para la historia queda la expresión del cónsul "Ecce homo" en su vano intento de que las turbas se compadecieran del reo.

Después, a lo largo de toda la semana, se suceden los pasos procesionales que recorren las calles con imágenes transportadas sobre tronos embellecidos con faroles, flores y faldones morados, Prima la devoción y recogimiento, prolongación de la Cuaresma y el miércoles de ceniza en el que los sacerdotes, al menos en tiempos pasados, dejaban una marca de carbón en la frente con el recuerdo de que "del polvo vienes y en polvo te convertirás". En nuestro entorno la conmemoración de la muerte y posterior resurrección de Cristo, ya hace décadas que es motivo de huida hacia las playas en busca de ocio y las cuchipandas. Queda para el recuerdo los tiempos en que las autoridades civiles y religiosas ordenaban que las emisoras se abstuvieran de pinchar discos de música pop y otras melodías profanas y emitieran música religiosa y clásica acorde con el momento. La Iglesia, a través de las parroquias, hacía negocio con la venta la bula por la que se permitía el consumo de carne en Cuaresma cuando en la mayoría de las mesas de las clases populares brillaba por su ausencia salvo en hogares campesinos en los que quedaban restos de carne magra o chicharrones de la matanza del cochino negro. Los niños de hoy no se sienten culpables de la muerte del Salvador cuando anidaba en tiempos pasados ante las prédicas tremebundas de los curas, ni tampoco se les encoge el corazón el escuchar la caída de la losa sepulcral de Cristo en el momento en que el predicador pronunciaba la última frase del sermón de las Siete palabras: "en tus manos encomiendo mi espíritu". Mientras, para infundir más miedo, si cabe, hablaban de cortinas de templo rasgadas y ocultamiento del sol. (Parece que, por esa fecha, mes de Nisán para los judíos sí que hubo un eclipse parcial de sol) Solo el posterior olor a pólvora, después de la descarga de voladores, arrancaba un suspiro de alivio de que no había llegado el fin de los tiempos. Cada vez son menos los jóvenes que asisten a las procesiones reducida a gente mayor, cofrades con estandartes, velones vestidos de capirote, mujeres con peineta y mantilla blanca con pasos lentos y silencio detrás de los tronos. Cosa que invita a escépticos y católicos de nueva ola contestaria a dudar de estos actos a los que tildan de puro folclore y reivindican lo que se predica el Jueves Santo: día del amor fraterno. Porque si de pasión se trata se encuentra en los pobres condenados a un futuro sin fortuna, no invitados al despilfarro y lujo del consumo, Mayores dependientes objeto de maltrato y abandono de familiares e instituciones públicas. Los que, en la pandemia, murieron en residencias, sin ser derivados a hospitales donde, mediante la debida atención, podría conservar el hálito de vida que les quedaba. Mientras prebostes y afortunados, al arrimo de hombres y mujeres instalados en el poder político, hacían negocios de infamia. Los mal pensado dirán que no es extrañar que alguno de ellos y ellas pertenezcan a confradías del Nazareno y vírgenes se den "golpes de pecho" caminando detrás de los tronos. La misma pasión que padecen los que, semana tras semana, son víctimas de guerras y por ende del sucio negocio de armas. Esta misma semana son decenas, entre ellos niños inocentes, los que sufren hambre o son masacrados en la tierra donde el Jesús de los Evangelios vivió, predicó y procuró esperanza para los desasistidos de la fortuna. Si ese Cristo, Jesús de Nazaret volviera, como predican los apocalípticos lo hará al final de los tiempos para impartir justicia eterna, ante el panorama desolador de ver tanta gente sin la misericordia que él predicó llamaría al orden como cuando echó a los mercaderes del templo y a mucho devoto que parece emocionarse ante los pasos de esta semana de pasión les espetaría en su cara aquello de "fariseos, sepulcros blanqueados".