Opinión | Canarismos

Cuando Dios andaba por el mundo

Talla del Cristo Resucitado que procesiona este Domingo de Resurrección, en la iglesia de Santo Domingo.

Talla del Cristo Resucitado que procesiona este Domingo de Resurrección, en la iglesia de Santo Domingo. / JOSÉ CARLOS GUERRA MANSITO

Para una parte de la historiografía, basandose en la «mito-historia», el abandono de la Tierra por los dioses no es una conjetura ni una especulación ni siquiera una exageración con ánimo jocoso como se emplea en este modo de decir, sino un hecho ampliamente documentado.

Estos datos aparecen en la Biblia, en inscripciones sobre la piedra en Mesopotamia y en incisiones en tablillas de arcilla legado de la civilización sumeria. Una de estas pruebas proviene de Jarán, un sitio arqueológico localizado en la actual Turquía, a escasa distancia de la frontera con Siria. Si bien hoy Jarán es un montón de ruinas, en la antigüedad fue un floreciente centro comercial, cultural, religioso y político. Tal es así que hasta el mismo profeta Ezequiel (27,24) se estableció cerca del lugar durante su exilio en Mesopotamia y dejó constancia de la riqueza e importancia de esta ciudad. Pues bien, Jarán cayó en la ruina después que su dios protector, Sin, decidiera abandonar la Tierra. De este hecho quedó testimonio en la piedra, concretamente en dos estelas grabadas por la suprema sacerdotisa del templo de Sin en Jarán. En una de estas columnas de piedra se puede leer que «[…] cuando Sin, señor de los dioses, se enfureció con la ciudad y su templo, ‘y subió al cielo’: la ciudad y la gente que había en ella se fueron a la ruina». Esto ocurrió según se deduce de este testimonio escrito en el año 610 a.C.

Otro testimonio de la «partida de los dioses» nos lo ofrece el profeta Ezequiel. Ezequiel que era sacerdote del templo de Jerusalén estaba entre los deportados a Mesopotamia (expulsión que tuvo lugar en el año 598 a.C.). Fue allí donde tuvo lugar la famosa «visión del carro celeste» que aconteció, según nos dice el propio profeta, «en el quinto día del cuarto mes del quinto año del exilio», es decir, en el año 593 a.C. La misión que se le encomendó a Ezequiel en esta «visión» —según rezan las escrituras— fue la de profetizar y advertir a sus compatriotas deportados de la llegada del día del Juicio. Pero un año más tarde tendría otra «visión» en la cual sería portado a Jerusalén. En Jerusalén, el profeta vio que reinaban el desorden y el caos y que ni siquiera se respetaban las observancias religiosas. Entonces pudo comprobar por sí mismo que los ancianos que habían quedado en la ciudad se lamentaban: «Yahveh ya no nos ve. Yahveh ha abandonado la Tierra» (Ezequiel 8,12; 9,9). Hay quienes creen que por esta razón Nabuconodosor se atrevió a atacar Jerusalén y a destruir el templo, porque Yahveh, el «Elohim» de Israel y protector de Jerusalén, había abandonado la Tierra. [El término «Elohim» es plural y se refiere por tanto a una pluralidad de individuos (si bien tradicionalmente viene traducido como «Dios», en singular) de entre los cuales Yahveh es el Elohim de Israel como Camós lo es de Moab o Milcón de los amonitas lo mismo que Baal-Zebub lo es de Ecrón, por citar algunos de los Elohim que aparecen en el Antiguo Testamento y que a la sazón «gobernaban» distintos territorios y ciudades]. A estas fuentes hay que añadir varias tablillas sumerias que hacen referencia a «cuando los dioses abandonaron la Tierra» y documentan esta suerte de «éxodo divino». Si bien no resulta del todo claro las causas de este abandono del mundo, hay quien concluye, sobre la base de este relato histórico/mitológico, que al menos desde el año 610 a.C. hasta probablemente el 560 a.C., los «dioses» fueron abandonando progresivamente el planeta.

Así las cosas, no resulta tan desacertada la frase que nos ocupa («de cuando Dios andaba/estaba por el mundo») para referirse a un tiempo remoto o algo muy muy antiguo. La expresión —sin pretenderlo— hace referencia a un acontecimiento, tan lejano en el tiempo que no se tiene memoria, pero del que se dice que sucedió. No deja de ser una manera exagerada que se emplea para referirse a algo muy viejo o a un hecho o costumbre ancestral. Similar a esta se puede escuchar también: «cuando Jesucristo andaba por el mundo» para expresar hiperbólicamente que se trata de un tiempo remoto, que es lo mismo que decir «hace un fleje de años».