La cotización del oro, que en los últimos años se mantenía sobre los 1500 $ la onza, oscilando con las fluctuaciones de los valores bursátiles , los intereses bancarios o la conflictividad bélica del momento, ¡se ha disparado hasta los 2.400 $! Siendo un metal refugio, que por tanto no produce el rendimiento de una acción o los intereses de un plazo fijo, sorprende tal comportamiento, al que quizás no sea del todo ajena cierta dosis de superstición.

El oro es un metal escaso y de difícil extracción, primera condición para su carestía.

Se calcula que en la actualidad la minería ha aportado unas 200.000 toneladas, y que las reservas bajo tierra tal vez no superen otras 50.000 toneladas. Su atesoramiento en las gigantescas cámaras acorazadas soberanas, como Fort Knox en los EEUU, le confieren un plus de glamour, empero algo injustificado, habida cuenta que desde el año 1941 el oro no respalda el valor del dólar. Y por supuesto que esa veneración viene acrecentada por su uso consustancial en joyas dedicadas a efemérides sentimentales, ofrendas religiosas o calculados derroches para epatar al personal.

Y su morbo está en el origen de recurrentes elucubraciones periodísticas o literarias: me extraña que por ejemplo Tom Clancy no se haya inventado un thriller en el que un grupo terrorista haga estallar un pequeño ingenio nuclear en Fort Knox, convirtiendo en radiactivas e inutilizables las 4600 toneladas ahí almacenadas, para multiplicar así el valor de todas las reservas de oro custodiadas por naciones competidoras como Rusia o como China.

Ya en un plano personal, yo me permití en su día (concretamente un 28 de diciembre) bromear sobre la supuesta proeza científica alcanzada, como no en EEUU, de convertir plomo en oro, merced a un baratísimo proceso de transmutación molecular. Creo recordar que anticipaba techumbres de pan de oro, barcos con cascos del mismo metal y convulsiones geopolíticas importantes.

Las cifras básicas eran las existencias de oro mundiales, unas 250.000 toneladas, comparadas con los 55 millones de toneladas de plomo. Lógicamente, hubiese mermado el valor del oro no menos de 200 veces, con lo cual la cotización de la onza no alcanzaría ni los 10 $. Eso sin contar con la revalorización del plomo, que pronto pasaría a engrosar la categoría de metales semipreciosos.

Por pura curiosidad, y echando mano de los medios que se me ofrecen hoy día, me he metido con mi yerno, más ducho en estos temas, en el chat GPT de inteligencia artificial, planteando las previsibles consecuencias de una repentina e ilimitada disponibilidad de oro.

Entre los capítulos negativos, la IA nos ´pronostica un "desplome del valor del oro", un "impacto en las monedas", principalmente las respaldadas por el oro, un "aumento de la inflación", por la pérdida de confianza en la estabilidad de los precios, y "un desastroso impacto en la minería y la industria del oro".

Al insistir sobre posibles aspectos positivos del desplome del metal, el chat nos aclara: "en la construcción se valoraría conductividad eléctrica, resistencia a la corrosión y propiedades estéticas" en revestimientos especiales, componentes electrónicos o edificios de lujo.

En energía vendrían muy bien las propiedades reflectantes del oro en la fabricación de paneles solares más eficientes y económicos. Su conductividad y resistencia a la corrosión fomentaría su uso en los circuitos electrónicos. Y seguimos dejándonos ilustrar sobre las insospechadas ventajas del oro barato y abundante en la nanotecnología, en las aplicaciones a catalizadores y especialmente en medicina, para sensores y prótesis.

Como se había hecho ya algo tarde, optamos por no vacilarle a la IA sobre qué le parecería una prótesis de rodilla para su madre, que de oro pesaría cerca de tres kilos.