Opinión | Aula sin muros

Paco Javier Pérez Montes de Oca

El ocaso de las ideologías

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y la secretaria general, Cuca Gamarra, en una sesión de control.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y la secretaria general, Cuca Gamarra, en una sesión de control. / José Luis Roca

Se agotan las ideologías defendidas, en otro tiempo, a través de líderes que, movidos por el socialismo real, utópico y otros ismos, venían a la política para transformar la realidad. Se acabó el ejercicio de la tesis y antítesis hegeliana. Y hasta, si se bucea en la historia, el Eclesiastés bíblico. Hoy, una buena parte de los que ejercen la política se aferran al poder y gobierno como un privilegiado modus vivendi en el que permanecen 30 o 40 años. Ansias de alcanzar el poder cuando se está en la oposición, decidir sobre programas, personas y presupuesto porque si no se gobierna, dicen sin ambages, «fuera hace mucho frío». No se sabe a ciencia cierta si en el trabajo de la cosa pública o en la dura brega de la vida civil en la que tampoco hay a quienes se les conoce profesión u oficio. Cada vez más la política se convierte en puro espectáculo. Así las sesiones parlamentarias trufadas de discursos mediocres, poco originales, frases hechas tomadas del imaginario colectivo cuando no de improperios e inventivas rozando el lenguaje soez. Cualquier acto se convierte en público y consumo televisivo. El traspaso de carteras ministeriales, políticos ganadores de elecciones sacados a hombros por sus correligionarios, entrevistas en las que hablan, sin rubor, de sus currículos y aficiones. Un presidente histriónico que con los pies sobre la mesa delante de otro hace el ridículo destrozando el idioma inglés, con acento tejano; el presidente de una comunidad autónoma que se torna auriga influenciado, quizá, porque era Semana Santa y se pasa por televisión, como todos los años, la película Ben Hur. Hace años que las mujeres, elegidas como ministras, en una reivindicación feminista de alto copete, posaron exhibiendo lujosos trajes para una revista de modas. Cuando no la boda de la hija de un presidente con desfile de una jet empoderada entre la que se encuentran imputados por la justicia o denunciados por los medios y otros fastos de enlaces a los que asiste la realeza y un monarca periclitado e inmerso en escándalos al que no hacen ascos los contrayentes. En unas recientes declaraciones, el jefe de filas del Partido Popular afirma que estamos asistiendo a la peor clase política de toda la etapa democrática. Quizá su ataque de sinceridad se debe al deseo de curarse en salud y que, al culparse a sí mismo y su partido, intenta, consciente o inconscientemente, diferenciarse del resto. En una mezcla de lo intelectual y emocional el sociólogo y pensador Zigmunt Bauman acuñó el término de «amor líquido» para referirse a ese magma disolvente, movedizo, que atraviesa todo pensamiento y actuación no determinada por convicciones profundas sino por los cambios y volubilidad del momento y situarse al lado del «sol que más calienta». Es lo que suele suceder en la política actual que, sin rubor alguno, se pasa de un partido a otro (el «partido a partido» del entrenador Simeone) en el que solo en determinados casos prima un cambio sincero porque la mayoría obedece a su propio interés, formulación de proyectos viables o no, pero pensando en el voto y fidelidad a su líder a quien le debe el puesto con la idea de mantenerse en el cargo o las subsiguientes puertas giratorias. Por eso, merced a la meritocracia de tráficos de influencias consiguen que se les invente un chiringuito de algo parecido al uso del español porque, obvio, el grandioso oficio de actor está en crisis, Y otro, furioso y resentido contra el partido que le aupó al máximo poder, a una edad provecta, consigue un puesto de privilegio sin resultado claro para los ciudadanos. Eso así, a él le reporta un sueldo de 100.000 euros al año. En tiempos del emperador romano Diocleciano fue llamado a Roma Cincinato (hay una estatua con su imagen en un parque público de la ciudad estadounidense de Cincinnati). un agricultor para que se hiciera cargo de algunos asuntos de la ciudad y palacio. Llegó a formar parte como soldado alistado en una de las legiones que luchaban en el Este. Cuando terminó lo que se le había encomendado volvió a empuñar el arado y la atención a los animales de su hacienda. Imposible que cunda su ejemplo entre nuestra clase política. No existe el verbo dimitir y se puede contar con los dedos de las manos los que regresaron a sus puestos de trabajo, si lo tenían, al finalizar su cargo o mandato en cualquiera de las instituciones públicas. Los principios y reglamentos de los partidos permiten que personajes sin escrúpulos se cambien de bando o transiten por varios hasta encontrar cobijo en una mamandurria que dijo la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre (por cierto, presidenta gracias a la inmoralidad de dos tránsfugas). Como los jugadores de fútbol que hoy juegan en un equipo y mañana lo hacen en el contrario, besan ante la afición el escudo y afirman, sin rubor, que siempre ha sido el equipo de su vida. «Poderoso caballero don dinero». La gente corriente, los que padecen y no hacen la historia, como hace milenios, trabaja por tener comida y cobijo para la familia, los reyes siguen siendo inviolables por designio divino, habitando en palacios de ensueño y distintos caudillos empujan a los pueblos a todo tipo de violencias y crueldades por el territorio, las ideas, la posesión de la riqueza o los dioses. El ideario político actual ha desechado o ignorado la Ética de Platón y Aristóteles que supone el abandono del viejo contrato social de Rousseau. Por eso, hace años que gente pensante, no agorera de las siete plagas, alerta de que estamos asistiendo al fin de las ideologías reflejado en las nuevas formas de hacer política y gobierno. Primun vivire deinde filosofare, primero vivir, después filosofar, frase que se atribuye a John Locke. Se abandonan los principios, ideales y hasta las viejas utopías por el llamado pragmatismo con proclamas a la igualdad y libertad un desiderátum demagógico, vacío de contenido que embauca a los más ingenuos o fieles. Caudillos de ínsulas patrias, reales, no la mítica de Sancho Panza, que llevan lustros poniendo una vela a Dios y otra al diablo a la espera de servir siempre al mejor postor. Lo dijo Montesquieu «aquel al que se entrega el poder tiene tendencia a abusar de él». Las miserias de la nueva partitocracia. En frente la aquiescencia de una mayoría silenciosa cuya única participación se produce cuando son llamados a las urnas. Contra este estado de cosas la vuelta al viejo axioma de la Ilustración del siglo XVIII francés: sapere aude, atrévete a pensar. Un antídoto contra la sumisión y ceguera que promueve el debate y capacidad crítica que se aprende desde la escuela. Inconformismo democrático. Y la protesta, en término vulgar, «el derecho al pataleo» que proclamó el liberal John Locke, uno de los fundadores del estado moderno cuando afirmó que «los ciudadanos tienen derecho a rebelarse contra el gobierno si éste lo hace contra el interés general». Estoy por pensar que, en los primeros años de la democracia en España, los ideales terminaron cuando el recién elegido presidente Felipe González se montó en el yate Azor para pasar las vacaciones como lo hacía el Generalísimo; Alfonso Guerra le armó un despacho a su hermano para ejercer influencias y dar empleo a los suyos y, en Canarias, se creó un partido, las AIC, para aglutinar a los reconvertidos de antiguos militantes de Alianza Popular y, a favor de la corriente reivindicativa popular de unas islas condenadas al ostracismo se convirtieron al nuevo nacionalismo que se nutrió de viejos militantes del Movimiento franquista, socialdemócratas sin ubicación en el nuevo socialismo y comunistas que fueron recalcitrantes comunistas partidarios del eurocomunismo cuyos líderes llegaron a defender, en un discurso en la Laguna, que «defenderían la independencia de las Islas con las armas en la mano». Amigo mío, si no le gustan mis principios los cambio por otros, dixit Groucho Marx. Y santas Pascuas.