Opinión | La opinión de la experta

Kika Fumero

Caso José Alberto Medina: Las estrategias tergiversadoras del machismo

José Alberto Medina, en el Piano Day de 2021

José Alberto Medina, en el Piano Day de 2021 / LP / DLP

El reconocimiento de la violencia de género en el ámbito de la pareja o expareja ha sido un camino muy difícil de conquistar. Tantas vidas a nuestras espaldas, como en la conquista de cualquier derecho. Hoy, a pesar de la existencia de un sector negacionista que avanza en el seno de la ultraderecha, tanto la sociedad como algunos medios de comunicación ya están concienciados y sensibilizados ante este problema social. Sin embargo, aún no hemos llegado a la meta y, como siempre, la (ultra)derecha se hace con estrategias feministas, tergiversándolas en beneficio propio y detrimento nuestro, hasta convertirlas en mecanismos de defensa.

Lo vimos en el caso de Rubiales en relación a Jenni Hermoso. En esta ocasión, la estrategia del que fuera presidente de la RFEF, una vez se sintió acorralado y en evidencia por el movimiento feminista mundial, fue de libro de primero de machismo. Su primer paso fue colocar a las mujeres de su entorno en primera fila (mujeres del personal técnico de la @RFEF, sus hijas, su madre, su prima…).

«No, Medina, ya no. Las feministas hemos sufrido muchas pérdidas en el camino por nuestra libertad. Libertad para vivir sin violencia, para señalarla»

Kika Fumero

— Exdirectora del Instituto Canario de Igualdad y portavoz del movimiento 'Mi voz, mi decisión'

De este modo pretendía (y hasta cierto punto lo consiguió en aquellos primeros días) «echarnos a pelear» entre nosotras y que la opinión pública se centrara en la responsabilidad de la madre por cómo lo había educado o en como las feministas estábamos provocando sufrimiento a su familia, tal y como indicó la prima…

Con esta actuación nada casual intentó que se volviera a cuestionar «un simple pico» y se relativizara y legitimara la violencia sexual. A través de las mujeres de su entorno se organizó una operación para «ir a por Jenni Hermoso», cuestionándola y acusándola con declaraciones que calaban entre la opinión pública: «mira lo que estás haciendo, cuánto dolor estás causando».

La intención era clara: convertir a la víctima (Hermoso) en verduga. Si la madre de Luis Rubiales hubiera sufrido algún problema de salud, la culpa hubiera sido de Jenni, de las (falsas) feministas y de quienes denunciaron públicamente «al pobre Rubiales» por la agresión ejercida.

En este punto, el debate ya había dado un giro: el protagonista del beso impuesto y de la tocada de testículos ante la reina Letizia había desaparecido del mapa mediático. Hubo un momento en que ya no se hablaba de Rubiales, ni de su abuso de poder, ni de la agresión sexual ejercida, ni de la RFEF, ni de Jorge Vilda… Volvimos a quedarnos solas peleando. Y, ¿cuál es el resultado de esta estrategia? Que ellos ganan la batalla.

Tiempo más tarde, vivimos algo parecido con el caso del director y escritor canario Armando Ravelo. Intentó la misma estrategia: hacerse la víctima y convertir en verdugas a las víctimas. Pero en el movimiento feminista ya las vemos venir, y detectamos el modus operandi, así como identificamos las herramientas típicas que usan los hombres que ocupan ciertos cargos y abusan de su poder.

Son numerosos los casos y eso nos procura un mayor conocimiento para reconocer a estos hombres patriarcales aposentados en su cómoda posición hegemónica que les otorga el privilegio que se les concede, solo por el mero hecho de ser hombres. Hablamos del privilegio de quien ostenta un estatus profesional que les permite hacer uso del poder para jugar al rol de víctimas y relegar a las verdaderas víctimas a una situación de mayor inestabilidad laboral y de señalamiento social. Lo hemos visto en muchas ocasiones tras salir a la luz múltiples relatos a raíz del #MeToo iniciado a nivel mundial en el sector de la cultura tras hacerse público el famoso caso de Harvey Weinstein.

Hoy, Canarias vuelve a ser protagonista en los medios de comunicación por un caso de violencia de género perpetrado por un hombre de reconocido prestigio laboral en el sector artístico. Se trata de José Alberto Medina, director y fundador de Fábrica La Isleta, un espacio cultural de referencia en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que cuenta en su haber con dos sentencias firmes que lo condenan por dos delitos de violencia de género a dos mujeres. Ayer se conocieron los detalles de una entrevista suya en la que empleaba la misma estrategia ya por todas conocida: «donde dije ‘digo’, digo ‘Diego’», es decir, «me declaré culpable para poder ver a mi hija».

Asistimos a un escenario ya conocido: hago uso del poder que me da la posición pública que ocupo y pongo en evidencia a dos mujeres anónimas que carecen de reconocimiento social. Emplea así el mismo mecanismo de la (ultra)derecha: distorsiona los hechos y se hace la víctima, manipulando a la opinión pública en un intento de hacernos creer que su sentimiento de paternidad lo llevó a confesar algo que no había hecho con tal de ver a su hija.

Pretende jugar con los sentimientos más básicos que yacen en la base de nuestra cultura: el de la familia. Intenta hacerse pasar por un padre afligido que se ve ante la posibilidad de perder la relación cotidiana paterno-filial y despertar empatía en quien le escucha. Asimismo, intenta dar una imagen de alguien a quien se le intenta truncar una carrera profesional, como si su estatus laboral lo convirtiera en un intocable y le proporcionara carta blanca para ejercer violencia de género, Como si la violencia de género fuera pecata minuta.

No, Medina, ya no. Las feministas hemos sufrido muchas pérdidas en el camino por nuestra libertad. Libertad para vivir sin violencia, para señalarla y para tener acceso a un sistema judicial que nos ampare. Con dos sentencias firmes no vamos a permitir que manipules a la opinión pública y te burles de los avances que hemos logrado.

Ahora más que nunca debemos estar ahí apoyando a las víctimas y no bajar la guardia, acompañarlas hasta el final de todo proceso porque, desde que haya una falla, los agresores utilizarán su poder para evitar que el caso vea la luz, como ha sucedido en tantas ocasiones con anterioridad. Las mujeres ya no nos peleamos entre nosotras. Ahora vamos unidas y de la mano.

Afortunadamente, asistimos a un momento de unión motivado, en parte, por la existencia de plataformas tan poderosas como son las redes sociales que nos proporcionan el lugar para hablar y compartir, y nos acompañan periodistas y empresas informativas que entienden muy bien cuál es su papel como agentes socializadores y profesionales de la información veraz.

Estamos aquí y no vamos a permitir que las víctimas caigan. No estamos solas. Ya no. Ya no sirven esas estrategias tergiversadoras del machismo más rancio.