Las cosas de Taiwán (y IV)

El tren bala es barato; hay mercadillos nocturnos y hasta un gastronómico Mercado de Pescado. Un restorán escatológico, otro aborigen y un bufé de lujo

Compañeras de mesa en Masila Food. // M.H.B.

Entre las facilidades para el turista pueden hacerse tres viajes en el tren bala por 60 euros. Nos fuimos a Tainan, que tiene una estación ferroviaria modélica; almorzamos en Waterbird, de celebrada cocina china-japonesa; visitamos el antiguo Fuerte Holandés y vimos casas de veteranos. Patriotas que forjaron la leyenda de Chiang Kai-shek. Nos sorprendía la cantidad de tiendas, con comida envasada o recién cocinada, de la transnacional 7 Eleven. Hay más de 5.000 en la isla. La mayor cantidad, por habitantes, del mundo.

Una singularidad de Taipéi que entusiasma al turista son los mercadillos nocturnos; el más popular es Shilin Market: miles de tenderetes, unos pegados a otros, en un laberíntico entramado de callejuelas en donde también surgen chiringuitos de la tan en boga comida callejera, cuyos efluvios acarician los olfatos. Y, a pesar de lo que se puede pensar, impera un elemental deber: abjurar de las imitaciones y falsificaciones. Los chiringuitos ofrecen lechones, mariscos, caracolas, guisos de vísceras... Y, algunos, cubetas con langostinos vivos, que el comensal los puede comer si los pesca. Pero vimos poco turismo: la crisis de Hong Kong ha propiciado que la República de China prohíba a sus súbditos viajar a la isla.

No se puede obviar el Mercado de Pescado. Un acuario-restorán. Otra muestra de limpieza. En una zona anexa, de singulares chiringuitos, se come, de pie, pescados y mariscos (bogavantes, cangrejos de Chatka...) que se extraen de las albercas. Sin embargo, acudimos al inmediato restorán Tresors de La Mer, con mesas y sillas, y, tras elegir la materia prima, degustamos un par de raciones se sashimi del mejor atún rojo, Arroz blanco, un calamar a la plancha poco sabroso, seis ricas ostras, dos broquetas de mantecosa carne de Kobe y dos enormes langostinos. Con cuatro cervezas y agua San Pellegrino, 70 euros. Y rematamos con un paseo por el barrio, bien coloreado por los puestos de frutas y verduras. Y auténtico paisanaje.

Buscamos restoranes con historia o singulares. Tenemos como referencia, por ejemplo, al malagueño El Tintero. Pero el que se encuentra en el barrio Wanhua -inmenso mercado nocturno con tiendas y restoranes- es un asunto bien gordo. Se llama Modern Toilet y, como su propio nombre indica, todo está relacionado con los retretes y utensilios para los trasteos escatológicos. De entrada, puede parecer un observatorio para medir los civilizados límites del espanto humano. La comida se sirve en pequeños excusados; los refrescos, en mini urinarios, y la cerveza en auténticas botellas, transparentes, de micción. Las mesas son de cristal, y a través de él se ven, sobre el piso, perfectas reproducciones de boñigas. Con total seguridad, de homo erectus. Homo sum, humani nihil a me alienum: "Soy un hombre, nada humano me es ajeno". ¿Y qué quieren? El latinajo nos animó. Y a caballo entre un poco de asco e hilaridad, almorzamos una comida correcta con un servicio simpático. Gira la cocina alrededor de especialidades tailandesas, niponas, chinas y coreanas. Tratan, pues, de atrapar al más amplio espectro de clientes objetivos. Nuestro dilema era pedir una comida que, al venir en tan elocuente vajilla, no contribuyera su color a realzar el hiperrealismo imperante. Pero nos fallaron: pedimos pollo al curry verde y lo trajeron amarillo. Por último, es curioso observar cómo se crea cierta complicidad entre los un poco avergonzados comensales. Al principio tratan de evitar las miradas, como si no existieran. Pero ¡qué diablos! pronto nos enfrascamos en una charla y chascarrillos con un grupo de jóvenes filipinos.

Masila Food

Y comida magnífica fue la del bufé del Regent, otro de los hoteles más lujosos de Taipéi. Por 50 euros, con bebidas, catamos con fruición mariscos, asados, pescados... Cocina alemana, italiana, japonesa, china... Y una noche, tras no pocas averiguaciones, nos fuimos, solos (nuestra esposa se recuperaba psicológicamente del golpe bajo del Modern Toilet), a cenar, al Masila Food, el único restorán aborigen de Taipéi. Un garito que hace lujosos a los guachinches orotavenses; público bohemio y la bandera Arcoíris. Es pequeño, así que nos sentaron con tres alegres muchachas; una de ellas, muy amable, sacó de su bolso un juego de cubiertos y nos los prestó. Y comimos, hasta que comenzó el karaoke, pollo frito, caldo con almejas y arroz. Nos trataron muy bien y todo es auténtico. Visitamos dos museos más; otro mercadillo; el Palacio Presidencial... Paseamos y nos quedamos con ganas de volver a esta ciudad tan viva y acogedora.

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