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La Amazonía peruana recupera la voz

Los indios cocama aprenden con orgullo su lengua ancestral, que perdieron con la llegada de los conquistadores españoles hace 500 años, y que guarda de manera milagrosa la etnia asentada en las riberas del Ucayali y el Marañón

La Amazonía peruana recupera la voz PROMPERÚ

La selva amazónica de Perú guarda los secretos que embriagaron a los conquistadores españoles que en el siglo XVI descubrieron el mayor y más caudaloso río del mundo. La frondosa jungla impulsó con sus plantas la farnacopea europea mientras los pequeños indios cocama, la tribu que ayudó al adelantado Francisco de Orellana a surcar los 6.800 kilómetros del Amazonas, se integraban en una nueva sociedad marcada por los evangelizadores y perdían su antiquísimo dialecto, que ahora, 500 años después, recuperan con orgullo en las riberas de los cauces del Ucayali y el Marañón, los dos gigantescos afluentes que se unen en Pacaya-Samiria (Loreto) para formar la vía fluvial más deslumbrante del planeta.

Han tenido que pasar cinco siglos para que los pequeños indios cocama, morenos y de pelo y ojos negros, recuperen una lengua prohibida por los conquistadores españoles del Imperio Inca que guardan milagrosamente 2.000 individuos de una etnia asentada en las riberas de los cauces del Ucayali y el Marañón, los dos gigantescos afluentes que se unen en Pacaya-Samiria (Loreto) para formar el mayor y más caudaloso río del mundo.

Es precisamente en esa intersección de aguas turbias por los sedimentos de madera, troncos, tierra y lama donde Francisco de Orellana encontró la generosa ayuda de los cocama, expertos pescadores y cazadores habilidosos, en su paso por el Marañón para descubrir en 1541 el Amazonas.

Buscaba el explorador extremeño el país de La Canela y la ruta hacia El Dorado, el sueño de aquellos conquistadores españoles llegados en busca de gloria en 1492 a las Indias, donde hallaron, entre ceibas, wimbas, tangaranas y ubos, la despensa de los dioses y las raíces curativas de la farmacopea que confortó a los cristianos viejos con remedios para sus enfermedades.

Fueron también estos descubridores los que proscribieron de inmediato el cocama-cocamilla, una lengua ancestral que salvaguardaron en secreto algunos buenos franciscanos, los duendes de la jungla y los chamanes de las aldeas, una tradición oral en peligro de extinción que desde ahora se imparte con orgullo en las improvisadas escuelas de los pocos poblados que quedan de una de las etnias más antiguas de la Amazonía. "Uriakatepe", proclaman a modo de bienvenida los descendientes de los indios que socorrieron con víveres al adelantado Orellana mientras surcaba el Marañón por orden de Gonzalo Pizarro para encontrar la ruta de la canela. Le acompañaba el dominico fray Gaspar de Carvajal, el escribano que dio fe de forma magistral de una aventura que concluyó con el descubrimiento del cauce fluvial más deslumbrante del planeta, el Amazonas: la fuente que nace en la quebrada peruana de Apacheta (Arequipa) para recorrer a lo largo de 6.800 kilómetros las tierras de Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana y Surinam, antes de desembocar en la costa atlántica de Brasil, donde se convierte en una mezcla de río y mar.

Es tal el caudal de agua que vierte en el océano que durante cientos de kilómetros mar adentro el agua sigue siendo dulce y hace que la salinidad del océano Atlántico sea inferior en un radio de varios miles de kilómetros alrededor de la desembocadura.

"El creciente proceso de retorno al indio, desde hace al menos dos décadas, ha traído consigo una gradual y mayor conciencia sobre el riesgo de la pérdida del idioma de esta zona de Loreto y Ucayali", subrayan desde el Ministerio de Educación de Perú, que ya ha lanzado para los más pequeños de los poblados la "Kumbarikira", una canción para rescatar del olvido la lengua cocama.

La tradición oral se ha mantenido milagrosamente a lo largo de los siglos en la clandestinidad y a través de los chamanes de las comunidades. Las panzas de los galeones de la flota española no sólo se llevaron los metales preciosos, el cacao, el ansiado color grana de la cochinilla, el dorado maíz, los frijoles, los plátanos, la chanta, el exótico camu camu, la carambola, la cocona y los chiles. "También liquidaron nuestra cultura", rememora sin resquemor alguno el "brujo" de la colonia de San Jorge, Rogelio Inoma Ortega, quien confirma que los niños indígenas sólo hablan castellano, pero aprenden con renacido orgullo desde el pasado mes de agosto la lengua de sus ancestros. "¡Era na Kuema!", saluda uno de los pequeños por la mañana a Rogelio, cuya familia se ha encargado a lo largo de los siglos de transmitir la cultura cocama.

Hasta hace bien poco, los cocama vivían con la vergüenza de pertenecer a una tribu discriminada desde la época de la conquista por blancos y mestizos. Fueron los indios de las misiones y los esclavos en las expediciones a las minas hasta que Carlos I abolió la esclavitud a instancia de los evangelizadores, y esa herencia de sometimiento les convirtió en indígenas introvertidos que rehuían el contacto con los forasteros que les imponían las normas de conducta de los blancos. "Nosotros vivimos en contacto permanente con la naturaleza", subraya el druida de San Jorge, "sabemos que el río crece cuando escuchamos la caída de un gran tronco y nos desplazamos en canoa para visitar a nuestros amigos", añade el "elegido" de esta zona del Perú oriental.

"No todo el mundo puede ser chamán", confiesa bajando la voz Rogelio, mientras señala una planta de sacha jergón, "imprescindible antídoto contra la picadura de serpientes". El druida de la aldea recomienda el ubos colorado a las recién paridas, la sangre de drago para cicatrizar heridas, la yuca para la colitis, la hoja de llantén para las diarreas crónicas, el achiote para los dolores de riñones, las hojas de malva para bajar la fiebre y el dolor de cabeza, la corteza de la tangarana para las dolencias reumáticas, el renaquillo para los huesos, el huasai para la hepatitis y hasta la planta llamada uña de gato para vencer el cáncer.

¿Y qué pasa con la ayahuasca? A Rogelio Inome Ortega se le tuerce el gesto. "Hay que tener mucho cuidado con esas lianas, que no dejan de ser raíces", advierte. Su poder es tal que provoca visiones alucinógenas y ha llegado a causar la muerte de no pocos drogadictos que han acudido en busca de su cura a la llamada de falsos chamanes.

Las bebidas alcohólicas son fermentadas con yuca o masato, maíz o chicha y plátano o huaraco. El tabaco es usado por los chamanes en curaciones, soplando el humo sobre el paciente, al que hacen inhalar el humo hasta el estómago para producir el vómito.

El consumo de ayahuasca fue uno de los primeros que prohibieron los conquistadores, sobre todo en Perú, donde los indios se transformaban con el brebaje de la liana en seres míticos indomables. Sin embargo, estos guerreros pronto quisieron ver las bondades de unas gentes que les convencieron de que la religión del amor era símbolo de libertad.

Los conquistadores españoles llevaron a América sus instituciones legales desde el siglo XV y en las expediciones colonizadoras del XVI viajaron funcionarios de la Corona de Castilla para regular la profesión farmacéutica a través del Protomedicato. Desde 1540 un consejo examinaba a los boticarios de Perú para evitar la venta de medicamentos que llevasen a la enajenación.

"Ésta era una zona de supervivientes en la que la sociedad imponía sacrificios humanos y donde incluso se practicaba el canibalismo", reflexiona el chamán de San Jorge para justificar la nobleza de los conquistados con los conquistadores y sin apenas darse cuenta de que esta inmensa reserva de Pacaya-Samiria (20.800 kilómetros cuadrados) -un terreno similar al de la Comunidad Valenciana- sigue siendo el gran refugio de unos supervivientes que conviven mecidos por el repertorio de toda clase de aves, monos, insectos, peces, guepardos, pumas, jaguares, caimanes, tortugas y hasta delfines que juegan en las charcas y una flora que revolucionó el universo de la farmacopea europea del siglo XVI y que se consolidó en toda Europa a partir de siglo XVIII con expediciones científico-botánicas al virreinato del Perú amparadas por Carlos III.

Pero no sólo las plantas y sus cualidades curativas llamaron la atención de esos hombres que buscaban prosperidad y reconocimiento en una tierra que envuelve de magia y misterio los peligros de la jungla. También ansiaban llegar a las minas de oro y plata que llamaron la atención de Carlos I de España y V de Alemania y desataron la fiebre de los metales primero, la del caucho en el siglo XIX y ahora la del petróleo de Iquitos, la perla del Amazonas y puerta de la Amazonía peruana.

"La avaricia no gusta al chullachaqui", reta impasible Rogelio Inoma Ortega al referirse al "alma" que, según los cocama, vaga entre los gigantescos árboles de Pacaya-Samiria para engañar a los que osan esquilmar esta despensa.

"El chullachaqui es un duende, un guardián de la selva, que te pregunta: '¿Maniawatipa ene?' -¿cómo estás?-, para hacerte sentir bien, adopta la forma de una persona conocida para engañar a sus víctimas y hacer que se pierdan en la espesura de la vegetación", añade el chamán, convencido de que el chullachaqui ha contribuido con sus tretas a conservar la lengua de los cocama y sus tradiciones y acabó envolviendo con sus engaños a Orellana, quien sin hallar El Dorado y sobrevivir a una penosa travesía por el Amazonas fue acusado por Pizarro de traición y absuelto por la Corte. Sin embargo, el explorador acabó dedicado a la piratería, regresó al río que le dio la gloria y allí, entre las turbias aguas del grandioso caudal, desapareció sin dejar rastro. Al duende de la selva le agradece Rogelio con un "yusurpaki" la custodia de una Amazonía peruana, el pulmón de la Tierra, que ya forma parte de las nuevas Siete Maravillas de la Naturaleza.

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