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Cine

De Tejeda al cielo de los Premios Goya

El grancanario Octavio Guerra opta al Mejor Cortometraje Documental del año con 'La máquina de los rusos', filme sobre las películas en Súper-8 de su padre

Cuatro momentos del cotometraje 'La máquina de los rusos', de Octavio Guerra, con imágenes de Olga Quevedo y el propio director. CALIBRANDO PRODUCCIONES

Todo empieza con un crujido. ¡Crack! Es una película avanzando por una bobina agarrada a sus perforaciones. Después hay un siseo, algo parecido a un susurro. ¡Shhh! La imagen que empieza a verse tiene rayas verticales y está quemada. Pronto cobra definición y nitidez. "Ninguna de las películas de mi padre han estado en Cannes, San Sebastián, Venecia o Berlín. De hecho, nunca se han presentado a ningún festival. No hay reseñas suyas en revistas especializadas, menos en la prestigiosa Cahiers du Cinéma. El cine de mi padre está basado en su experiencia vital. Para mí, es todo un referente".

La voz de Octavio Guerra Quevedo recorre de principio a fin su cortometraje de nueve minutos La máquina de los rusos. Es más, asegura que escribirla y grabarla una y otra vez fue lo más laborioso del filme. "Le puse un ultimátum a la película, de hecho mis padres se pasaron tres años preguntándome por ella después de ver un montaje que les había gustado mucho, aunque a mí menos. Pasó el tiempo y cuando acabó mi trabajo como director del programa Acción Directa de La 2 de Televisión Española en 2012, decidí que lo sacaba adelante o lo enterraba". Octavio Guerra trabajó todos los días durante tres meses. "Y lo que más costó fue la voz que acompaña la película. Escribía por fragmentos, lo grababa y montaba. Lo corregía. Así una y otra vez. Era complicado. Había que encontrar el tono adecuado por un lado, y, por otro, conseguir que el corto fuera ágil y no cayera en la sensiblería. Sin mi voz el corto no tiene sentido, las imágenes de mi padre tienen valor en la medida en que yo se las doy".

Octavio Guerra (Las Palmas de Gran Canaria, 1976) se propuso dos metas, reencontrarse con su padre, Zoilo Guerra, y continuar explorándose como documentalista. Con La máquina de los rusos mató ambos pájaros de un certero tiro: hizo un documental sobre las películas en Super-8 de su padre. El cortometraje está nominada a los 29 Premios Goya del cine español en la categoría de Mejor Cortometraje Documental. Opta con otros tres trabajos. "He visto dos, El último abrazo no, porque está sin estrenar. Pero sí El domador de peces y Walls. Y me parecen trabajos de mucha altura, sobre todo Walls". El enigma se desvelará el 7 de febrero. Los Goya vuelven a celebrarse un sábado tras varios años haciéndolo en domingo.

Octavio Guerra está gestionando para que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España haga una excepción en la norma y le permita acudir a la gala con dos acompañantes. Si no lo consigue, irá solamente con su padre, protagonista de la película, en realidad él único actor del filme junto con sus películas. Zoilo Guerra tiene 74 años y es natural de Tejeda, "del número 2 de la calle Ezequiel Sánchez, del centro del pueblo". Con 16 años se trasladó a vivir a Las Palmas, allí conoció a Olga Quevedo, natural de la capital. Se casaron. Tienen cuatro hijos,Sergio, Ronald, Octavio y Cristina. Zoilo estuvo haciendo películas caseras durante "unos siete u ocho años", la última fue por el bautizo de la hija, la más pequeña de la familia. "Dos meses más tarde murió tu padre, Zoilo. A partir de ahí cambió todo". Quien habla es Olga Quevedo. "Se terminaron los viajes largos en las vacaciones. Y se acabaron las películas", concluye su marido.

El encuentro se produce en casa de Sergio Guerra en un piso de la calle Franchy y Roca de Las Canteras, muy cerca del piso familiar. Octavio Guerra ha decidido que este es mejor lugar para la cita, "los perros en casa de mi padre harían imposible la entrevista". Además de Sergio, está presente Elisa Torres, pareja de Octavio y productora, que graba momentos de la escena con un móvil. Pregunto a Zoilo por el tomavistas que ha dado luz a la película. "Alonso, mi hermano el mayor, tenía una cámara desde los años cincuenta o sesenta del siglo pasado, no recuerdo bien, la trajo de África, donde estuvo de militar. Y tiene muchas películas, aunque las guardó en una cueva y se estropearon por la humedad, la única que se salvó fue la película de la boda nuestra". "Esa película también la quiero ver", interrumpe Octavio. "La cámara la compré a unos rusos un día que estaba tomando unas copas en El Cortijo, por Guanarteme, después de almorzar. Fui jefe de compra de una empresa hotelera durante treinta años. En aquel entonces íbamos Óscar, el señor Lobo, que era el director de la empresa, y yo. El jefe nos invitaba a almorzar de vez en cuando. En El Cortijo se comían unas chuletitas de cordero que le gustaban mucho. Entonces entraron los rusos. Eran pescadores de la Unión Soviética, no les dejaban salir a la calle sino de cinco en cinco. Y vendían a escondidas cosas que traían. Sacaron la cámara y se las compré". Su mujer le interrumpe. "El Cortijo existe todavía. En la calle que sube de la plazoleta de Farray a Juan Manuel Durán." "Eran tiempos bonitos. Y es bonito recordarlos, y a esta edad más", sostiene Zoilo.

La cámara era de fabricación soviética. Costó 6.000 pesetas, y por ella le dieron a Zoilo un reloj de regalo. "La máquina se rompió, se le cayó a Sergio en unas vacaciones en Bayona, pero el reloj creo que sigue en casa en una caja". El grupo lo componían tres amigos con sus tomavistas, Zoilo, Álvaro y Ñito. La familia se iba un mes de viaje a la Península cada verano y se llevaba la cámara para registrar. Así durante "siete u ocho años, en casa hay unas cincuenta películas que conservamos de entonces. Álvaro Cabrera venía de viaje con su familia. Él empató varios rollos, porque los cartuchos de Super-8 duraban tres minutos y así se podían proyectar durante más tiempo. Su trabajo servía también para quitar las partes que no servían", señala Olga. "Uno de ellos ya murió. Ñito Cárdenes, un gran amigo." La emoción está a punto de desbordar a Zoilo.

Octavio Guerra interrumpe el diálogo de los padres. "También hay algunas películas que salen veladas. La cámara era manual y, si mi padre no acertaba con el diafragma, podía salir sobreexpuesta. Hay algunas que están totalmente quemadas, pero a mí me gustan, son bonitas, aunque fuera un error. Y las incluí en La máquina de los rusos". Zoilo sale al paso: "Sí, porque a lo mejor cogía y apuntaba a donde estaba el sol y en ese momento la película se quedaba en blanco. No teníamos en cuenta la luz. Recuerdo que cada película costaba? no sé si cincuenta o sesenta pesetas, que era un dinero en aquel entonces. Porque cuando uno iba de viaje compraba quince o veinte películas, y podía irse de presupuesto. La película se compraba, además, con el revelado junto, y la mandábamos a Agfa a la Península, no recuerdo a qué sitio". ¿Y no se perdían? "Nunca, siempre venían de vuelta. ¡Era gente honrada!" Olga Quevedo recuerda que las películas "las poníamos con frecuencia cuando los niños eran pequeños". "Y un día dejamos de ponerlas", rememora Zoilo. "Hasta que Octavio vino unas Navidades y me pidió volver a verlas".

Algo tiene el cine en Super-8 que no lo superan los formatos profesionales. Quizás sea el irresistible calor de lo amateur, de lo hecho sin pretensiones ni muchas veces conocimiento. Quizás sea el grano que suele acompañar a las imágenes, que, unido a las muchas veces que la película se sobreexpone o subexpone por la poca pericia del cámara, confiere a la imagen un halo mágico. Quizás el parpadeo característico, que le da al movimiento una cierta comicidad, pues muchas se filmaban a dieciséis imágenes por segundo, lo que hacía que la velocidad de proyección fuera más rápida que en la realidad. Quizás sea solo la nostalgia.

El filme de Octavio Guerra es más que un testimonio familiar a partir de películas caseras de la infancia. Es también una búsqueda íntima y una declaración de principios profesional. No ha sido coser y cantar. A pesar de que el trabajo tiene una estructura sencilla, los segundos están milimetrados para poner al espectador frente a frente con el cineasta. "Todo nace en un taller titulado Autorretratos con el director Isaki Lacuesta en 2008. Nos pidió a todos los alumnos que trajéramos material audiovisual de nosotros mismos. El problema es que estando en Valencia casi no tenía nada, solo conservaba un vídeo de cuando volví a mi casa en un viaje y grabé mi habitación, que ya no estaba, es una parte del documental. Entonces, en un viaje de ellos a Valencia, mandé a mi padre traer el proyector y las películas. La entrevista con mis padres es en Valencia, por eso están tan naturales, porque una vez que les conté el proceso, lo que pretendía hacer, fue imposible cogerlos naturales".

Al final del taller de cinco días con Lacuesta, Octavio Guerra proyectó menos de un diez por ciento de lo que sería el corto definitivo. "Pasaron años, iba madurando el proyecto, pero estaba en otros. Creo que el click fundamental fue cuando me empollo las películas de mi padre. Las estudio para intentar ver si había algo escondido. Ver respuestas de mis padres, si había algún misterio. Me fueron gustando unos planos, los voy clasificando. Luego se encendió la idea: "¿Y si analizo el cine de mi padre?"

Los nueve minutos de La máquina de los rusos han sido cinco años entre idas y venidas. "Haber realizado mi primer largometraje documental, Agua bendita, me sacó de la ficción. Me empecé a sentir más seguro. Agua bendita había sido un proyecto muy vital y terapéutico. Además, venía de dirigir una serie, Acción Directa, que fueron más de cien capítulos documentales. Importante también fue que esa serie me hizo trabajar con gente amateur, a los que yo montaba su material. Cuando me senté delante de las cuatro o cinco horas de metraje de mi padre, estaba más acostumbrado a ver este tipo de cine no profesional desde un punto de vista más analítico".

Pasión y humor

El trabajo extrae lo mejor del cine de Zoilo Guerra con pasión cinéfila y mucho humor. "Descubrí que mi padre estaba enamorado de mi madre viendo las películas. Por cómo la filmaba y porque después de un plano de ella siempre filmaba un flor". Coincido con Guerra en lo bello que es el plano que él define como "el mejor del cine de mi padre", una imagen de Olga Quevedo con gesto de felicidad moviéndose alrededor de la cámara, como si ésta no estuviese, hasta terminar en un primer plano. "Los rollos eran de tres minutos, así que había que economizar. Mi padre filma como si tuviera un carrete de veinticuatro fotos de los de antes. Como si con cada golpe de motor hiciera una fotografía que no podía durar más de diez segundos, para aprovecharlo al máximo".

Uno de los momentos más bellos es el que muestra al propio Guerra de niño corriendo detrás de las palomas en la plaza Santa Ana. "Había momentos de mi infancia que recordaba, pero no tenía conciencia de que mi padre los hubiera rodado, por ejemplo ese". Zoilo, ¿qué intención tenía cuando filmaba? "Sacar a la familia y el paisaje. Incluso hay una película desde un avión, cuando estábamos por Cádiz". "Hay muchos planos tomados dentro del avión, papá. Lo que me sorprendió -y creo que es la esencia del cortometraje- es ver expresiones muy naturales que son muy difíciles de sacar en cine. Hay un plano de mi madre mareada, fuera del coche, que es muy raro." "O las rabietas de Ronald, que eran impresionantes", añade su padre. Otro momento clave es el que Guerra ha utilizado como imagen del cartel, de los pocos momentos que su padre aparece filmado.

La máquina de los rusos ha tenido un amplio recorrido por festivales. "El estreno fue fantástico, en el Chicago Latin Film Festival, que casualmente también nos seleccionó Agua bendita, además de otros tres festivales en la zona. Hicimos una minigira por Estados Unidos. También destacaría el festival Alcances de Cádiz, porque selecciona un tipo de cine al que me siento cercano y donde nos encontramos personas que compartimos unos mismos posicionamientos". ¿Qué ha supuesto la nominación a los Premios Goya? "Como repercusión es muy importante por el efecto que tienen en los medios de comunicación. También es importante saber que los que te votan son los profesionales. La máquina de los rusos es la pieza más cerrada de mi carrera y la que más ha llegado al espectador. Es un corto honesto en una etapa en la que me enfrento a hacer cine sin los condicionantes de antes, con mayor libertad".

Lo que aún no tiene claro Octavio Guerra es si, en el caso de ganar, subirá solo o con su padre al escenario del Centro de Congresos Príncipe Felipe, en el Hotel Auditorium de Madrid. "Eso lo negociaremos. No vamos a adelantar esas información todavía, vamos a generar suspense [risas]". Zoilo Guerra, en cambio, sí parece dispuesto a subir. "Vamos con mucha ilusión".

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