Quiso la casualidad que, al día siguiente del fallecimiento de la creadora de Pumuky, el grupo canario del mismo nombre iniciara la gira nacional de presentación de su cuarto disco, Justicia poética, en Mojo Club. No sé si la anécdota pudo jugar en contra de Jaír Ramírez, pero sus problemas de garganta redujeron el encuentro del sábado a un miniset de siete canciones.
El grupo hizo ostentación del buen momento en el que se encuentra con un viaje por las coordenadas del pop neopsicodélico en boga actualmente y que en directo se multiplican de forma realmente espectacular.
El cuarteto comenzó con la letanía in crescendo de El innombrable de su segundo trabajo, El bosque en llamas, que sobre el escenario muestra una evolución del slowcore al noise embriagadora. A continuación la banda atacó Gara, una de sus mejores canciones, de melodía implacable y envolvente, que a nadie dejaría impasible. Fue entonces cuando tocaron los temas de su nueva obra. El primero, Taniyama-Shinra, rozaba el post-rock, e hizo evidente el trabajo ejemplar de los cuatro músicos: Jair con su efectos teclísticos a lo Radiohead; Noé Ramírez con esa contención a la guitarra en la mejor onda británica; Adán Zeus con su dominio de la percusión electrónica y Daniel Benavides con su sobriedad rítmica. Todo derivó en El señor de las bestias, otras de las joyas de esta producción, una canción que aporta una ambientación complicada, de difícil ejecución sobre el escenario, pero que lograron solventar de manera brillante. Tanto La venganza de Rubik como Escritura automática, recordaban al indie más introspectivo de Migala y Paperhouse, con esa saturación instrumental por parte de Noé y Adán. Terminaron con Reducción al absurdo, otro de sus crescendos envolventes con ese final apoteósico a modo de caos instrumental. Fue, probablemente, el mejor homenaje posible hacia Ellis Kaut.