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Varios días en Londres

Una Navidad con sorpresas como las del bar y el comedor de desayunos del hotel Courthouse

Varios días en Londres

En 1938 escribía Julio Camba en su libro de crónicas Londres "Yo no comprendo bien a la gente mientras no la veo comer (...) El inglés es un hombre que come por necesidad, mientras que el francés come por placer. Para él la comida es un fin, y no un medio, como lo es para el inglés" Pero eso ha cambiado; Londres es el referente gastronómico: los ingleses, que saben más que los ratones colorados, desde una pequeña y ruinosa revista, Restaurants, se hicieron, como si de un producto financiero más de la City se tratara, con el control del ranking mundial de los restoranes ¿Con qué criterios?

La visitamos por primera en 1972 y nos deslumbraron algunos restoranes. Era el tiempo del Martínez, en Regent Street, ya desaparecido; los Wheeler y sus glorias con el hermoso lenguado de Dover, o un pequeño figón, que pasó a mejor vida, Le petit Montmatre, donde nos relamíamos con la Cocina francesa de los Caracoles a la borgoñesa o el Steak a la pimienta verde. El venerable The Guinea, inaugurado en 1675, tejiendo aun la Historia intima de una ciudad imperial; entonces con maître español. El lujoso Carvery (bufé de asados) del hotel London Tower...

Nos adentraríamos años después con la guía de Egon Ronay en mano y descubriríamos, aparte del indio Bombay Palace o el espectacular chino Zen, afrancesados como La Tante Claire, L'Arlequin o La Gabroche, de los hermanos Roux, que tocó las 3 de la Michelin. O el más solemne: el comedor del exclusivo hotel Conaugh. E íbamos como flechas al Simpson's in the Strand, en los bajos del hotel Savoy, la "catedral" del buey Durham, al que Camba le dedicó, en La Casa de Lúculo o el arte del buen comer, tal artículo que hasta que lo conocimos fue una obsesión. Pero el Simpson's degeneró por causas que ahora no vienen al caso; hoy solo es nostalgia, la excusa para contar batallitas.

Dejamos durante años de ir a Londres, salvo hace unos diez para dar la despedida de los escenarios a The Shadows y Cliff Richard, y en la pasada Navidad. En esta ocasión comprobaríamos la caída de ese riguroso comedor con sus venerables carros de caoba y tapas de plata maciza conducidos por orgullos carverys, orondos escoceses de nariz roja, especialistas en horneados y trinchado de enormes piezas de vacuno. Pero en 2008 ya solo era el recuerdo de aquel gran Simpson's; nos encontramos carverys africanos con ayudantes femeninos. Todo un sacrilegio en un comedor donde estaban vetadas las mujeres. Ahora nos hospedamos en el Courthouse (palacio de justicia). Un cinco estrellas situado frente a la pequeña Carnaby Street, que por los pasados años sesenta fue la meca de la moda, desde donde una larguirucha Mary Quant lanzó al mundo la gran idea de la pequeña minifalda; cercano a ese Soho canalla de figones etnográficos, esquinas de trileros, cuartos de masajes y oscuros tugurios para el voyerismo de pago.

Al entrar al bar aparecen tres wwcc con sus puertas de par en par y, obvio, la inadecuada visión de los inodoros, que se sitúan tras una especie de banco de mampostería; y al fondo, sendos frescos con John Lenon, Mike Jager y un par de señoras, que no atinábamos identificar ¡Estos ingleses! mascullamos. Pero pronto supimos que habían sido los calabozos donde custodiaban a los reos que comparecerían ante el juez y donde retozaron Mike Jagger, condenado, en 1969, por posesión de narcóticos; Keith Richards, en 1973, por portar marihuana, heroína, mandrax, un revólver y un arma de fuego antigua, o John Lennon, en 1970, por exhibir pornografía en la London Art Gallery. Después entramos al comedor, que es tanto de Cocina India, Silk, como el habilitado para los desayunos, que conserva todo el mobiliario y la señalética de la otrora sala de vistas; así que, cada mañana, nos desayunábamos donde se habían celebrado miles de ellas, donde habían dirimido sus miserias J. Miller, uno de los atracadores del célebre robo al tren de Glasgow, Ch. Dickens, O. Wilde, F. Bacon, Napoleón... O donde tuvo lugar el juicio del caso Profumo, uno de los más mediáticos del s. XX, en el que se condenó a las guapas Mandy Rice-Davies y Christine Keeler. Por cierto, ésta había fallecido días antes, el 4 de diciembre.

El caso Profumo surgió en plena Guerra fría (1963) y se convirtió en un novelón de sexo y espionaje que dio para película, obvio, en blanco y negro. La Keeler era la amante del espía ruso Yevgeni Ivanov, camuflado en la Embajada de la URSS, y a la vez mantenía relaciones íntimas con John Profumo, ministro de la guerra. A este le costó, por negarlo en sede parlamentaria, la dimisión y, finalmente, la ruina social y económica y su premier, Mcmillan, tuvo que retirarse. En cualquier caso, pocos restoranes buenos abren durante los días 24, 25 y 26 de diciembre, así que nos dimos a merodear por Soho y algunos figones orientales.

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