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Crítica

Las montañas sagradas

El estreno absoluto de Montañas sagradas de Gran Canaria, del compositor aruquense Ernesto Mateo, es resultado de un oportuno encargo del Ayuntamiento de Artenara cuando en la Unesco estaba aún en trámite la declaración del lugar como patrimonio de la Humanidad. El autor concibió y culminó una cantata para soprano solista, coro y orquesta con base en ocho poemas de José A. Luján, descriptivos o apologéticos de aquellos lugares. Salvo en momentos muy concretos, el compositor elude con acierto el folclor y los recursos programáticos para desarrollar los textos (ocho cantados y dos instrumentales) sobre una base melódico-armónica de naturaleza abstracta, que relaciona en intencionadas afinidades la motívica representativa.

Son movimientos mayoritariamente lentos. La muy medida densidad de los tutti, como también los timbres y colores orquestales dan transparencia y levedad al imaginario sonoro en el que Mateo hace descansar la dimensión mítica de las Montañas y el absoluto cosmológico que las rodea. Las irisaciones lumínicas de las horas del día y la noche, la metaforización acústica de las hipótesis sagradas y profanas de sus antiguos moradores y una muy hábil dosificación de las transparencias orquestales, plasman una suspensión gravitatoria del tiempo y el espacio, un tiempo suspendido que tan solo alude al presente eterno.

Importante logro de Mateo, con materiales de tonalidad extendida que contrastan eficazmente con el regusto diatónico. Buena estrategia dialéctica para una música que quiere ser entendida por todos y cede las audacias y los procedimientos, pero no la ambición formal, a un objetivo alegórico de la mitopeya insular. Extraordinaria de fuerza, valentía, cultura y belleza vocal la gran soprano Estefanía Perdomo; modélico en la unidad, el empaste y la musicalidad, el Coro de la Orquesta Filarmónica que dirige Luis García Santana; muy limpia y expresiva la propia Orquesta, y todos ellos conciliados por un maestro legendario, Günther Herbig, volcado en la Cantata y admirablemente generoso de su esfuerzo y saber. Un éxito formidable, con todos los autores e intérpretes braveados en escena.

Grandiosa, sensual, dramática, emotiva y candente fue la versión de la Primera sinfonía de Brahms, auténtico hito en el historial de versiones magistrales que Herbig ha desplegado al frente de la Filarmónica de Gran Canaria desde que alguien, hace ya bastantes años, tuvo la idea feliz y la decisión política de vincularlo como principal director invitado de este colectivo que, en sus manos, es competitivo a cualquier nivel. La ovación, apoteósica. Tardó mucho en decaer la manifestación del entusiasmo de un público que sabe bien cuánto debe al mejor director que ha tenido la Orquesta en toda su historia (y, por fortuna, sigue teniendo).

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