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Clima de miedo

Calima y coronavirus envuelven a Canarias en un estado de contenida inquietud

Calima en Las Palmas de Gran Canaria

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Cuando a mediados de la semana pasada los meteorólogos anunciaron que "el Archipiélago recibirá este fin de semana una depresión aislada en niveles altos, una DANA o gota fría, que traerá vientos muy fuertes y calima", ni los peores agoreros previeron que aquellos vientos y polvos dejaran a su paso estos lodos. Es decir, a una sociedad inmersa en un estado de contenida inquietud. Justificada o no.

La sucesión de ciertos acontecimientos avala las tesis de quienes sostienen que hay motivos para el pesimismo. En primer lugar, una calima tan espesa y amarilla que redujo la visibilidad a escasos metros de distancia y que, en sus momentos más intensos, dificultó identificar coches, edificios y calles. Al tiempo que eso ocurría se propagó la nefasta noticia de que un incendio volvía a asolar Gran Canaria, apenas seis meses después de que el fuego quemara más de 10.000 hectáreas. Esta vez se originó en Tasarte y era Inagua el paraje natural amenazado por la voracidad de las llamas. La Isla contuvo, unánime, una vez más el aliento.

Simultáneamente, en las torres de control aéreo comenzó a hacerse evidente que había que priorizar la seguridad a la necesidad de volar de los millones de pasajeros que pululan por los aeropuertos canarios. Unas infraestructuras que, más que aeródromos, parecieron durante horas centros comerciales el día de rebajas: las colas se multiplicaban frente a los mostradores de información de cada compañía; las cafeterías y los restaurantes; las paradas de taxis y guaguas; los servicios públicos y los puntos de atención al cliente. Visitantes de decenas de nacionalidades se interrogaban unos a otros, para tratar de dar respuesta a una situación que ni las propias autoridades sabían decir a ciencia cierta si duraría una hora, dos, cuatro o más.

¿Nos miró un tuerto?

¿Nos miró un tuerto?

Para colmo, todo esto ocurría en plenos carnavales y el mal tiempo comenzaba a hacer también estragos en las multitudinarias fiestas de invierno. Los altos índices de ocupación no facilitaron que se diera rápida respuesta alojativa a quienes se quedaban en tierra a medida que se retrasaban o anulaban más y más vuelos, poniendo en evidencia que el éxito de un destino puede convertirse en un inconveniente. Los ayuntamientos valoraban si suspender o no las carnestolendas o reprogramar su nutrido abanico de actos y espectáculos, cuando en la isla de Tenerife se declaró a su vez otro incendio. Comenzó a arder El Rosario, obligando al desalojo de un millar de vecinos, por el fuego provocado por la presunta negligencia de un hombre detenido este viernes.

El pasado fin de semana Canarias fue, en fin, escenario de un espectáculo de polvo, fuego y caos, que abrió, mantuvo y cerró los informativos nacionales. Los cuerpos de seguridad municipales, insulares, autonómicos y del Estado se mantuvieron en alerta, incorporando más y más personal a medida que aumentaban los incidentes tanto zonas urbanas como rurales. Y no solo en tierra. En pocos minutos, cientos de miles de canarios observaban en sus móviles cómo un barco de Fred Olsen no lograba culminar la maniobra de atraque a consecuencia del viento y las olas; y chocaba, bien es verdad que ligeramente, contra otro de la Naviera Armas que se encontraba ya en puerto: "Nunca se llevaron bien las dos compañías", ironizó alguno.

Menos éxito tuvo el vídeo que trató de captar la fugaz presencia de "bichos" en el aire. Dio igual que no se identificara si "aquello" eran langostas o libélulas; cada cual tiró de memoria para narrar experiencias de su infancia o juventud de anteriores plagas de langostas: "Yo llevo aquí poco tiempo pero a mi esto no me parece normal", relataba a viva voz en una cafetería, a las siete de la mañana del lunes, una camarera cubana a sus clientes: "Yo me llegué a asustar, porque esto no lo había visto en mi vida; pero después me dijo un amigo que no es la primera vez que ocurre, que ha habido calima muchas otras veces". Y concluyó tirando de humor: "También me dijo que viene porque los moros están sacudiendo todos juntos las alfombras".

El infierno y los otros

El infierno y los otros

Pero la cosa no quedó ahí, ni mucho menos. Cuando parecía que la sensación de estado preapocalíptico provocada por la repentina crisis climatológica aminoraba: los incendios seguían activos, pero el espacio aéreo se abría de nuevo; se reactivó la alerta sanitaria por un nuevo caso de coronavirus. Un médico italiano, autodiagnosticado, había acudido a la clínica Quirón del sur de Tenerife convencido de que se había contagiado. Y efectivamente dio positivo en el primer y segundo análisis.

Ya Canarias había sido la región en la que se había diagnosticado el primer caso de España. Un ciudadano alemán que visitaba La Gomera, pero cuyo rápido aislamiento y de su grupo de amigos, había permitido superar con cierta rapidez el susto. Pero tras el turista italiano, proveniente de una zona caliente del país comunitario más afectado por el coronavirus, los días siguientes confirmaron que tanto su mujer como otros dos miembros del grupo estaban también infectados por la enfermedad global que se había propagado desde China. Otro positivo, el quinto, se confirmaba el jueves de nuevo en La Gomera: una residente colombiana casada con un italiano y que también había viajado a una localidad de riesgo de Italia. Se supo además que trabajaba en una residencia de ancianos, la población más vulnerable, aunque los nueve residentes del centro de Valle Gran Rey dieron negativo en los análisis. La mañana de ayer el número ascendió a seis, mientras en el conjunto de España los casos superan ya el medio centenar.

Haciendo buena la tesis de Sartre cuando sostuvo que "el infierno son los otros", parte de la población mundial y local se ha lanzado a señalar culpables. Primero la tomaron con los chinos, hasta tal punto que en una tranquila capital insular como es Arrecife de Lanzarote se llegaron a concentrar esta semana para protestar por cómo están siendo tratados y denunciar que sus negocios empiezan a resentirse. Luego le llegó al turno a los italianos, que llevan años trasladándose masivamente a Canarias en los últimos años y han alcanzado a ser ya unos 50.000.

El rechazo de una parte de la población residente al enfermo se ha unido así al rechazo al inmigrante que llega en pateras de África, continente por cierto desde el que nunca llegó a saltar alguna de las enfermedades que lo han devastado, pese a la cercanía. Y aunque lo que más preocupa ahora es el impacto de este clima de miedo en el sector turístico, lo cierto es que Canarias no es un riesgo para quienes la visitan. Que el coronavirus lo hayan importado precisamente los turistas lo que demuestra es, simplemente, que Canarias está altamente interconectada al mundo.

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