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CRISIS DEL CORONAVIRUS

De la resignación a la inquietud

Bares, cafeterías y restaurantes asumen las nuevas medidas con incertidumbre por el futuro

De la resignación a la inquietud

El nivel de alerta 3 que hoy entra en vigor en Gran Canaria para atajar la creciente incidencia del coronavirus obliga a cerrar el interior de los establecimientos de hostelería y a limitar el aforo de las terrazas al 50% de su capacidad habitual. Los propietarios de bares, restaurantes y cafeterías han vuelto a pasarse un fin de semana revisando los boletines oficiales y se preparan para los cambios con sentimientos a veces encontrados. Tras las barras y en los fogones, estos días hay una mezcla de resignación ante la emergencia sanitaria e inquietud por un futuro inmediato que se presenta tan incierto como la propia evolución epidemiológica de la pandemia.

“No me caben más banderillas, solo me falta la estocada final”, ironiza Víctor Rodríguez, dueño junto a su hermano de La Eminencia, en la calle Fernando Guanarteme de Las Palmas de Gran Canaria. La pandemia ha afectado a este histórico bar cafetería -lleva abierto desde el año 1950- con la pérdida de clientes de edad avanzada que solían llevarse la comida para casa y ahora se mantienen más recluidos -“Cada vez vienen menos”, lamenta el hostelero-, pero su amplio horario, entre las seis de la mañana y las diez de la noche, les ha permitido mantener cierto flujo de caja.

El nuevo nivel de alerta conlleva el cierre del interior de los locales, por lo que sus tres mesas de terraza se convertirán durante las próximas dos semanas en su principal fuente de ingresos, aunque también quedarán algo mermados por la reducción de aforo. “Vamos a poder mantener el 50%”, explica mientras calcula los clientes que cabían antes.

Pese al daño que puedan hacer durante los próximos 14 días al negocio, Rodríguez lamenta que las restricciones no llegaran antes de que la situación epidemiológica volviera a dispararse: “¿Salvar la Navidad, qué es eso? ¡Salvarnos nosotros! Las navidades ya vendrán, lo importante es no pasarlo tan mal”. Tras decirlo se para un momento y señala hacia la calle, más vacía de lo habitual, antes de continuar: “Fíjate cómo está hoy [por el domingo], que aquí suele haber bastante gente... Lo veía venir de alguna manera: sabía que no éramos especiales, ni somos la isla en la que nunca pasa nada”.

Javier Pérez, que lleva toda la mañana dando de desayunar a medio barrio en la cercana churrería Guanarteme, también se reconoce “un poco resignado” ante los cambios que supone para su negocio el cierre del interior. Aun así, “si es cuestión de moralidad con todo el mundo, no puedes ser ni más ni menos que nadie, es una orden y hay que acatarla”, agrega.

De la resignación a la inquietud

Durante este tiempo de pandemia, Pérez ha tenido que disminuir el número de mesas en la terraza para adaptarse a las normas, pero lamenta, al igual que varios de los hosteleros consultados, la falta de colaboración muestran algunos clientes: “Yo reduzco, pero si viene uno y pone una silla ya está juntándose con la espalda del otro y pueden sancionarte”, explica. En cualquier caso, cuando la policía se ha acercado a su establecimiento “han sido muy educados diciendo cómo tienen que organizarse las cosas”, asegura”.

Las tres mesas de terraza que tiene ahora probablemente se verán reducidas a dos, pero a pesar del adelgazamiento de los ingresos asegura no tener problema con la reducción de aforo: “Es verdad que la economía se merma y vas a ganar incluso menos que antes”, asume, “pero si podemos tirar y aguantar hay que hacerlo: este es un asunto sanitario y tenemos que poner de nuestra parte”.

Al igual que Pérez, el responsable del bar La Terminal de la calle Joaquín Costa, Rubén Calafate, asume las limitaciones con resignación, “porque esto hay que frenarlo”, pero aboga por una solución directa: “Yo cerraría todo a cal y canto, no parchear, ¿o es que la gente no se va a juntar en casa con los colegas?”, se pregunta.

Aunque su establecimiento dispone de una amplia terraza que les he permitido mitigar los efectos de la pandemia, reconoce que la situación es “durísima” para los resultados. La decisión sobre el futuro de los trabajadores no está aún tomada, pero no descarta tener que prescindir de las personas que se incorporaron para reforzar durante las fiestas: “Desde que está el toque de queda tenemos tres horas menos de facturación y se nota, y ahora se suma otra más”.

La angustia aumenta en la hostelería cuando los establecimientos no tienen terraza. Ese es el caso de Bululú, un coqueto restaurante venezolano de la calle Venezuela cuya fama ha crecido en los últimos años entre los gourmands de la ciudad, pero que a partir de hoy tendrá que limitarse a atender pedidos para domicilio. La preocupación en estos momentos es el futuro inmediato de las cuentas: “El miércoles tenemos que pagar el trimestre sí o sí, porque eso no para”, recuerda una de sus socias, Mónica Emmi. “Eso sí que no lo detienen, como los centros comerciales”, critica.

Con la verja echada, su única fuente de ingresos a partir de hoy serán los pedidos que les llegan a través de las plataformas, pero el modelo de entrega a domicilio a través de grandes empresas no resulta especialmente rentable para los pequeños establecimientos, que han de pagar una porción del precio de los platos que puede llegar al 30%. “Nosotros lo usamos siempre”, comenta Emmi, “pero somos pequeños y no tenemos delivery propio, tenemos que recurrir a los que existen”.

El reparto a domicilio ni siquiera es una opción para Víctor Martín, propietario de la cafetería Capricci en la calle Kant. Dan de desayunar cada día al personal de las oficinas y comercios cercanos, pero la imposibilidad de atender a sus clientes en el interior del local hace que pocas horas antes del comienzo del nivel 3 todavía no sepa cómo deberá afrontar este lunes: “Aun tengo que ver si preparo bocadillos, porque no sé si alguien vendrá a comprarlos para llevar y no puedo estar con pérdidas”.

De momento, su principal ocupación es organizar de nuevo el interior del local y enfocarlo a los productos para llevar: “Estamos habilitando esto, porque como no se puede pasar ni al baño pondremos la máquina de helados ahí”, indica señalando al lugar por donde los clientes accedían al local hasta ahora.

Aunque sirve muchos cafés y desayunos, la auténtica especialidad de Martín son las tartas de polvito uruguayo, chocolate y galletas o turrón que prepara de forma artesanal en el local. Sus elaboraciones son demandadas por otros establecimientos de hostelería que ahora, ante el menor número de clientes, ponen a sus propios trabajadores a prepararlas, por lo que se ve doblemente afectado en los ingresos. Su gran esperanza es que aumente el número de personas que se las lleva a casa para darse un capricho. Eso, y “que el nivel 3 sean solo 14 días, porque si no me matan, que este mes también son los impuestos”.

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Cafeterías, bares, restaurantes y terrazas ante la alerta 3 de Covid Juan Carlos Castro

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