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Volcán de La Palma | Diario de una tragedia

Un monstruo con forma de volcán vino a vernos a La Palma

Entre el miedo y el hartazgo, Mariano Cáceres, de Los Llanos de Aridane, cuenta en su particular diario las sensaciones y la opresión que sufren los palmeros

Los expertos creen que la erupción del volcán de La Palma podrá durar entre uno y tres meses

Los expertos creen que la erupción del volcán de La Palma podrá durar entre uno y tres meses

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Los expertos creen que la erupción del volcán de La Palma podrá durar entre uno y tres meses Concha de Ganzo

Todo empezó a quebrarse el 11 de septiembre. Una mala fecha, una cifra fatídica que trae malos recuerdos. En la isla de La Palma fue el día del enjambre sísmico, y de la certeza: seguramente un nuevo volcán, parecido al Teneguía, saldría a flote. Lo imaginaron en un lugar apartado, lejos de las casas, de las fincas. Pero este nuevo inquilino que no cesa ha llegado con más fuerza, más voraz. Aquellos que lo han perdido todo, y los que no, piensan ahora que esta imagen histórica, fotografiada, radiada, medida, que levanta tanta expectación fuera y dentro, hace tiempo que para ellos, para los palmeros, ha dejado de ser un espectáculo de luz y sonido.

Domingo, 19 de septiembre

Estoy en la cocina preparando la comida. Ahora no recuerdo que estaba haciendo. Se me borró. Unos minutos antes había subido a la azotea. Llevábamos días con la pulga detrás de la oreja. Tanta información, tantas reuniones de los científicos. En mi trabajo algunos creían que al final no habría erupción. El magma se quedaría agazapado, reuniendo más material. Pero yo no. A mí me parecía que antes o después iba a producirse una explosión. Quizás me acordaba mucho del Teneguía. Entonces tendría diez años, y aquello fue una fiesta. Me acuerdo de ir por las tardes con mis padres a merendar cerca de la zona. Poníamos un mantel y nos sentábamos a ver cómo salía la lava. Ese volcán estaba muy cerca del mar. Es verdad que murieron dos personas, pero por los gases, por acercarse demasiado. Pero fue otra cosa. Este da más miedo.

Ese domingo, que jamás olvidaré, recuerdo que miré hacía Cumbre Vieja, desde mi casa se ve muy bien. Y vi polvo, una nueve de polvo. Más allá de Todoque. Pensé que estaba fantaseando con la erupción y bajé de la azotea. A los pocos minutos escuché ruido en la calle, la gente alterada y mi hija que gritaba: «Papi la erupción, que explotó». Con la cara roja, desencajada subí otra vez a la azotea. Entonces vi que salía humo, y en todas las azoteas de Los Llanos había gente mirando. Me asusté un poco, sobre todo porque el humo estaba muy cerca de zonas pobladas. Se veía claramente la cumbre, los pinares y a los dos lados de Cumbre Vieja muchas casas.

Cuando subí por la tarde a la azotea, el volcán era ya una realidad. Se oían explosiones y los ríos de lava corrían por aquella ladera oscura, negra. Y ya por la noche, y hay que reconocerlo, el volcán durante un tiempo dejó de dar miedo. Te atrapaba la imagen, todo el mundo se quedó como hipnotizado.

«Cuando explota un volcán en otro lado, te da pena, pero saber de quién es la casa es otra cosa»

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Entre las diez y las once de la noche se oyeron más explosiones, y veías como los ríos de lava se perdían en medio del territorio, cerca de las viviendas, de las fincas. El volcán empezó a asustar. Llamé a una compañera de trabajo que vivía cerca de Todoque y me dijo que estaba en el campo de fútbol de los Llanos, después se la llevarían al acuartelamiento de Breña Baja.

No soy capaz de imaginar cómo es ponerse en su piel: tener que salir corriendo de tu casa, con dos bragas, dos calzoncillos y unas camisetas, y que te lleven al otro lado de la isla, a un cuartel. El espectáculo duró poco. Al anochecer nos dimos cuenta del enorme daño, de la dimensión real de la tragedia, que suponía este nuevo volcán.

Lunes, 20 de septiembre

A la mañana siguiente todo fue peor. Le ponías cara al horror, a la gente que lo había perdido todo. O que vivía en la incertidumbre. Compañeros con casas en Todoque, en las Manchas, a los que habían desalojado y que no sabían si su vivienda, si su finca seguía en pie o la lava se la había engullido.

Una trabajadora del Ayuntamiento de Los Llanos me dijo una frase que no olvidaré: yo estoy viva, no tengo casa, no tengo nada. Aquello no era un espectáculo.

Martes, 21 de septiembre

Este día ocurrió un pequeño milagro. Nos permitimos cierta alegría. Habían dejado que la gente pudiera volver a sus casas a llevarse sus cosas. Y entre todos cargaron con colchones, lavadoras, ropa. Los que pudieron vaciaron las viviendas. Trataban de dejar sólo el cascaron, las paredes. El corazón siguió apretado, la lava no tardó en estrujar las viviendas.

Miércoles, 22 de septiembre

Cuando ves por televisión que en otros lugares del mundo explota un volcán, y los ríos de lava arrasan con todo, te puede dar pena, pero saber de quién es esa casa verde, o aquella amarilla, que acaba de ser sepultada es otra cosa. Es casi imposible que no se salten las lágrimas cuando ves eso. Porque estas viviendas, estas fincas, tienen nombre, y tú los conoces.

«El espectáculo duró poco, al anochecer nos dimos cuenta de la dimensión de la tragedia»

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Viernes, 24 de septiembre

Fue un día terrible. A la una de la tarde y a las tres se produjeron dos explosiones tan grandes, demenciales que se movió todo. Tembló el Ayuntamiento. Los de la tercera planta y los de la segunda bajaron corriendo, no querían seguir arriba. Las calles de Los Llanos se llenaron de sirenas. Me quedé desorientado, sin saber qué hacer, dónde podía ir para sentirme a salvo. Después vimos en televisión la onda expansiva de la explosión sobre la boca principal: aquello era igual que las imágenes que ofrecen de una bomba atómica. Pensé de verdad que la isla se iba al carajo.

Y el ruido permanente del volcán. Para mí no es cómo estar en una pista del aeropuerto, y esto lo he hablado con otros compañeros. Ese clamor es como el bramido del mar, cuando hay temporal y escuchas ese arrastre de las piedras, que se lanzan contra la orilla. Y lo escuchas todo el rato, de día y de noche. Resulta desesperante.

Lunes, 27 de septiembre

Quizás fue una de las mañanas en las que pasé más miedo. De pronto cesó la lava y nadie decía nada. A las 11 de la mañana, el comité científico habla de cuatro posibilidades que pueden explicar esta nueva situación. Ninguna parece buena, pero a mí me daba pánico pensar en un tapón que estuviera obstruyendo el paso del magma.

Pensaba que aquello podía desatar una explosión que acabara con todo. No quería imaginar esa opción. Otros muchos preferían creer que el volcán se había parado definitivamente. Supongo que podía más el hartazgo. Las ganas de que esta pesadilla llegara a su fin.

A los pocos minutos vuelve a salir humo de una de las bocas y la verdad sentí alivio. La ansiedad es algo que nos está afectando a todos. Y también está pasando algo con aquellos que no hemos perdido nada. Nos da como vergüenza, o nos sentimos culpables sí contamos que estamos mal. Una compañera me dijo que el fin de semana estaba en su casa y se puso a llorar. Necesitaba soltar toda esa presión y sólo podía hacerlo a solas, no se atrevía a llorar delante de los demás. Eso te da apuro, por los otros, por los que se han quedado sin casa, sin huerto, sin parte de su vida.

Martes, 28 de septiembre

Me siento fatigado, harto. Desde que explotó el volcán estamos viviendo como en una montaña rusa de sensaciones, caminando sobre una sierra dentada. Pasas del miedo al alivio. Tengo la impresión de estar metido en una centrifugadora de emociones. Y no te permites reír, aunque lo necesite. Tanta angustia hace daño.

«La ansiedad es algo que afectando a todos; los que no hemos perdido nada nos da vergüenza»

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Miércoles, 29 de septiembre

La lava llegó finalmente al mar. Lo hizo por la noche. Y una vez más siento alivio. Me gustaría pensar que al recorrer ese camino ya no acabara con más casas, con más fincas, con más recuerdos de vida. Y puede que este nuevo movimiento sea el comienzo de su final. Aunque nos queda tanto. Un señor que tenía una finca en Todoque pasó ayer por el Ayuntamiento. Quería preguntar por los pequeños huertos municipales. Él lo perdió todo, y ahora no se imagina su vida teniendo que pasar las mañanas en el centro de la plaza de los Llanos. Esa no es su vida.

Por el Ayuntamiento pasa mucha gente y hace unos días vino un señor, llegó contento, feliz, la lava no había podido con su casa. Lo acompañaba su hija, y ella me dijo, no sé por qué está tan contento. Es verdad que su casa ha quedado en pie. En pie y rodeada de lava, para qué le sirve. Cómo va a atravesar ese muro.

Dentro de un mes o dos

Quiero pensar que el volcán ya llevará algún tiempo sin derramar lava. Pero entonces nos daremos cuenta que una parte, un trozo de Los Llanos, un vecindario entero ya no va a existir. Sólo quedará el nombre de Todoque, pero nada más. Ese pedazo de la isla quedará sepultado. Y me temo que para siempre.

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