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Volcán de La Palma | Fallecidos en erupciones

Doce vulcanólogos que engulló la lava

Algunos de los ausentes fueron pioneros en su área y salvaron a miles de personas

Katia y Maurice Krafft. | | LP/DLP

Algunos experimentados estudiosos del malhumor de Vulcano, geólogos que con su saber salvaron miles de vidas, han muerto desde 1980 en erupciones que les pillaron desprevenidos. 

Dice el Apocalipsis de san Juan que el mar devolverá a sus muertos, pero los volcanes, ¡ay!, estos parece que no estarán por la labor visto el destino de la decena larga de vulganólogos que en los últimos 40 años han muerto en accidente laboral. Siempre se van los mejores, se dice por cortesía, pero en este caso es verdad, porque algunos de los vulcanólogos hoy ausentes fueron pioneros en su área y salvaron con sus predicciones a miles de personas. Esto es, por lo tanto, un homenaje a quienes no tuvieron la suerte, por ejemplo, de Dougal Jerram, quien logró escapar nada menos que de un repentino flujo piroclástico durante una erupción del volcán mexicano Colima.

Harry Glicken halló en el monte Unzen la muerte que 11 años antes burló en Santa Helena

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Todo repaso a las ocasiones en que un vulcanólogo ha perecido literalmente engullido por su gran pasión se supone que debe comenzar por el caso del matrimonio formado por Maurice y Katia Krafft, una pareja que muchos creerán no conocer, pero eran los protagonistas habituales de las más famosas fotografías que durante los años 70 y 80 ilustraban las páginas de cualquier enciclopedia , en la que aparecían con sus trajes de amianto en las mismas puertas del infierno, frente a gigantescas lenguas de fuego. Estaban lo más cerca que se podía estar del malhumor de Vulcano. Por variar, su caso se dejará para más adelante, ni que sea por una simple cuestión de cronología o de crescendo narrativo.

Desde Plinio el Viejo

La lista podría encabezarla Plinio el Viejo (23 d. C.-79 d. C.), que no era exactamente un vulcanólogo, pero sí un gran todólogo de la antigüedad. Su afán por relatar algún día la erupción del Vesubio fue su condena a muerte. Visitó Pompeya en el peor momento.

Un repaso a la historia de la vulcanología debería hacer un alto en Alexander von Humboldt (1769-1859), quien en su faceta de inagotable explorador cabe incluir la cartografía exhaustiva de buena parte de los volcanes de Sudamérca y Centroamérica. No murió en esa misión, pero su paso por los volcanes andinos puede decirse que fue intensamente tórrido. Su presencia parece que irritó sobremanera al naturalista local por excelencia, Francisco José de Caldas, quien se apresuró a denunciar la licenciosa vida antes de cada ascensión, se supone que con amores homosexuales. «Venus se ha mudado de Chipre a Quito», dejó escrito esta suerte de Salieri de la vulcanología. Humboldt salió indemne de las lavas y de las insinuaciones, y con el tiempo hasta le dedicaron una corriente del Pacífico, aunque lo contradictorio es que fuera una fría.

El obituario vulcanológico moderno podría tener su punto de partida en 1980, en un trágico episodio que parece escrito por un guionista de aquel cine que sostiene que al destino no se le puede burlar. El 18 de mayo de 1980, Harry Glicken tenía, por decirlo de algún modo, guardia en la observación del volcán Santa Helena, en el estado de Washington, que había dado ya varios avisos de una pronta erupción. En aquellas fechas, el prestigio de Glicken como vulcanólogo ya estaba consolidado. Esa fama hizo que justo aquel día le llamaron para una entrevista y dejó en su lugar a un colega de profesión, David Johnston.

David Johnston, fotografiado por Harry Glicken. | | HARRY GLICKEN

Johnston era otra eminencia en la materia. Gracias a él, el área de influencia del volcán Santa Helena permaneció cerrada antes de la erupción. Las autoridades y el lobi turístico, como si de la película Tiburón, insistían en minimizar los riesgos, pero al final cedieron. Lo que aquel vulcanólogo de apenas 30 años no pudo prever fue la violencia con que el Santa Helena iba a despertar. Estaba a 10 kilómetros del cráter y, sin embargo, quedó sepultado por los escombros.

El Coliseum de Oriente

Glicken jamás superó aquel trauma. Le acompañó la pena hasta el 3 de junio de 1991, una fecha fatídica en la historia de la vulcanología. Despertó el monte Unzen, en la isla japonesa de Kyushu, el equivalente oriental del Coliseum de Roma. A sus fauces de fuego lanzaban los sogunes a aquellos cristianos que no querían renunciar a su fe. El caso es que algunos de los más reputados vulcanólogos del mundo pusieron rumbo al monte Unzen aquel verano de 1991, entre ellos, Glicken, al que perseguía su destino, y, lo dicho antes, el matrimonio Krafft. Lo que allí sucedió fue literalmente vesubiano.

Las visitas a Pompeya siempre sorprenden, porque el tiempo parece congelado. La creencia errónea es pensar que una lluvia de ceniza cubrió Pompeya. Eso sería muy poético. Sobre la ciudad se abalanzó un flujo piroclástico no muy distinto del que el 3 de junio de 1991, a 100 kilómetros por hora, engulló a los Krafft, a Glicken y a otras 41 personas más.

La última erupción fatal fue en 1993, en Colombia. Murieron seis especialistas y tres turistas

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Lo excepcional de aquella erupción no fue que sucediera, pues antecedentes los había, sino que la televisión nipona tenía una cámara fija que enfocaba justo en dirección al valle por el que la nube de ceniza incandescente avanzaba como si fuera el fin del mundo.

En La Palma, lo cual no debería ni siquiera ser subrayado, no ha muerto nadie. En la isla canaria las bajas se miden en el número de drones perdidos, varios, según las fuentes consultadas.

Nada que ver con el último episodio reseñable en esta necrológica volcánica. El Galeras, en Colombia, ha ofrecido frecuentes erupciones desde finales de los años 80 y en una de ellas, una de las menos violentas de la serie, en 1993, murieron de una tacada seis vulcanólogos, entre ellos el jefe de la misión, Geofrey Charles Brown, un pionero del monitoreo gravimétrico de volcanes. Él y, por cierto, tres turistas, algo que nunca falta en estos casos, se adentraron en una espesa niebla cuando ascendían a la cresta más alta del Galeras. La erupción duró solo 15 minutos. Nunca más se supo del grupo. Sus cuerpos, que se lo digan a san Juan, nunca fueron hallados.

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