Literatura

Una dama de Agáldar

Rosa María Martinón demuestra un dominio perfecto de la técnica poética en prosa que la acerca a la de Juan Ramón Jiménez

Una dama de Agáldar

Una dama de Agáldar

Javier Doreste

Es este un pequeño y hermoso libro en homenaje a Rosa María Martinón, una de las más importantes agitadoras culturales de su ciudad natal y, me atrevo a decir, de la isla y Canarias. Baste recordar su implicación en el Certamen Regional de Piano Pedro Espinosa o su impulso para la definitiva constitución del museo Antonio Padrón entre otras actividades. El volumen se divide en dos partes claramente diferenciadas. La primera está constituida por una breve introducción a cargo de Josefa Molina, una hermosa y delicada semblanza de Sebastián López y un acertado prólogo, como todo lo que le hemos leído, de Ángel Sánchez, en el que procura darnos, después de contarnos su relación con la que primero fuera su profesora y después su amiga, alguna de las claves de la obra de Rosa María Martinón.

Viene después una breve y escasa biografía de la homenajeada. Un conjunto de poemas dedicados a la galdense por diversos autores, entre los que destacamos el de Pedro Lezcano y los de Berbel, cierra esta parte. La segunda se divide en cuatro apartados: el relato poetizado Aguyaren, una selección de poemas, un grupo de romances y para cerrar un cuento infantil, todo ello de Rosa María Martinón y que vienen a descubrirnos una autora de impactante sensibilidad, conocimiento poético y dominio del ritmo, la rima y la imagen.

Si decimos que la biografía es breve y escasa es porque echamos en falta algunas fechas y precisiones. Así se nos dice que Rosa María Martinón termina sus estudios, obtiene el carnet de colegiada como licenciada y marcha «una temporada con la familia materna a Barcelona». No se nos dice que la motiva a ese viaje, que hace ni cuánto dura su estancia. Tampoco se fecha el regreso a su ciudad natal. Por lo que nos cuentan en los textos iniciales y en la misma biografía no parece que la autora fuese persona de estarse con las manos cruzadas.

Desarrolla desde su regreso una intensa actividad de promoción cultural y musical. Crea un Coro, da clases, mantiene encuentros y conversaciones con artistas y poetas. No parece que desaprovechada su estancia en Barcelona pero no se nos dice ni el motivo de la partida ni lo actuado en la capital Condal. Para más inri se reproduce una foto de 1957 con el siguiente pie: Carnet de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna. Sin embargo en el propio carnet se lee claramente: Colegio Oficial de Dres. y Lcdos. en F. y Letras y en Ciencias. Distrito Universitario de La Laguna. Es pues, el carnet de colegiada, que le da derecho a «libre entrada en Monumentos, Museos y Centros Culturales».

Errores así desmerecen una publicación como esta. Pero nadie es perfecto, como nos decían en Con Faldas y a lo loco. En este carnet será la única vez, salvo en alguna foto de infancia, en el que veamos los ojos de la autora. Ojos profundos, de mirada que impresiona por lo penetrante a pesar de ser una fotografía de carnet. Hay todo un mundo en esos ojos, una mirada por encima de la cabeza del fotógrafo que nos busca y busca el horizonte y parece decirnos: aquí estoy, esta soy yo. No volveremos a ver esos ojos tan maravillosos. En el resto de las imágenes que se publican aparece la autora siempre con gafas, de cristal transparente, con los ojos empequeñecidos y la más de las veces con gafas oscuras, que ocultan el poder de esa mirada que se nos antoja, y puede que nos equivoquemos, hermosa y penetrante.

La novela corta Aguyaren, relato poetizado, es una muestra de cómo un tema impone una forma a su creador. Ignoro si la elección de la forma fue consciente o si vino espontáneamente. Fuese lo que fuese no hay forma mejor para este relato que la elegida: un largo poema en prosa, entreverado de otras composiciones en verso.

Cada palabra, cada frase están cuidadosamente elegidas y construidas para transmitir el surgimiento del amor y la pérdida consiguiente. Rosa María Martinón demuestra un dominio perfecto de la técnica poética en prosa que la acerca a la de Juan Ramón Jiménez. Nos lleva por la suave corriente de su historia de manera que tenemos que seguir leyendo, saboreando aquí y allá una expresión, una frase o unos versos como: Son tus costas oscuras/ como el olvido, Aguyaren/ y tus aguas verdes/ como la espera/ que habita el hombre.

El relato empieza con sentimiento de nostalgia por la infancia pasada en la casa familiar al lado de la playa. Pasa después a contar la historia de amor, pero aquí la nostalgia es en realidad una fuerza creadora que impulsa a la poeta y a su lector. No es una nostalgia de lamerse las heridas, todo lo contrario, la poeta sublima la nostalgia como recordaba Bataille al hablar de la pérdida en el acto poético: significa, en efecto, de la manera más precisa, creación por medio de la pérdida.

Este acto creador, bello y cargado de sentimiento se traduce en versos como: Silencio, / se despierta la mar. / He pasado la noche a su vera, / plenilunio de amor y de espera. Pues el mar está presente, ya sea como marco de la acción o porque impone su presencia en las pleamares del Pino, por ejemplo: Y el mar. Siempre el mar. Testigo mudo y guardián de historias jamás contadas. Vamos conociendo así las vicisitudes de los amantes, sus gestos y complicidades: Ella, recostada en su hombro protector. Él, acogiéndola con la mirada triste de los que sueñan imposibles. Y más adelante: se internaron por un sendero que solamente ellos conocían y sabían pisar. Lo importante de esta frase, lo que la define no es el conocimiento del caminito viejo y sino el hecho de saber pisarlo.

Es la comunión con la tierra, con el paisaje, el contrapunto al mar: ¡Ay! Aquel caminito viejo/ que nos llevaba a la mar… Nos basta con conocer, también hay que saber, nos dice la poeta. Que continúa: Le gustaba asistir a la misa de madrugada, cuando Gáldar aún dormía. Y dentro del templo sentía su presencia aguardando. Salían felices, daban unas vueltas por la plaza de Santiago con el rumor de la fuente cantándoles la alborada.

La alborada del que habría de ser el más triste de los amores. Martinón nos cuenta la historia de un gran amor, y sus frases y versos nos cercan en la memoria. Termina el cuento con unos recuerdos del pintor enamorado, su conocimiento y cercanía con el pueblo: los pescadores, los hombres del campo, las lavanderas, y el impacto cruel que supone su muerte.

Cierran el libro varios poemas, algunos romances y un cuento que podríamos llamar infantil. Tendríamos que duplicar este espacio para contarles la perfección técnica de estas composiciones y el profundo impulso poético que hace que sean nuestros. Decía Cortázar que el poeta es aquel que escribe nuestros poemas. Rosa María Martinón lo consigue y por eso decimos que es de las nuestras. Sus poemas son el fruto que el propio Cortázar achacaba a los de John Keats y como ellos muestran una naturaleza evocada (el mar, tabaibas, caracolas…) que comparte con nosotros, un deseo artístico de logro poético, plenamente conseguido. Si en la foto que hemos contemplado Rosa María contemplaba el horizonte por encima del fotógrafo; su horizonte debía ser el de los sueños y las esperanzas que es con lo que se escribe la poesía.