Venga, circule

Aaron Bushnell

Destrozos tras un bombardeo israelí sobre la Franja de Gaza

Destrozos tras un bombardeo israelí sobre la Franja de Gaza / Europa Press/Contacto/Khaled Daoud

Meryem El Mehdati

Meryem El Mehdati

Veo el vídeo de un soldado de las Fuerzas Armadas estadounidenses tirándose gasolina por encima frente a la embajada israelí en Washington mientras explica a gritos «No pienso ser cómplice de este genocidio. Voy a llevar a cabo un acto de protesta extremo, pero comparado con lo que está sufriendo el pueblo palestino en las manos de sus colonizadores no es extremo en absoluto. Esto es lo que la clase gobernante ha decido que sea normal».

Lleva puesto su uniforme. En la milésima de la milésima de un segundo se prende fuego a sí mismo y grita PALESTINA LIBRE. Las llamas se lo comen vivo. Su móvil está colocado en el suelo de tal forma que retransmite por Twitch lo que está haciendo en ese momento. Se lo comen vivo esas llamas mientras la barra de reproducción de Tiktok sigue corriendo como si nada, como si el algoritmo no acabase de mostrarme algo que me va a perseguir durante toda la vida. No sé cómo ni con qué valor le explicaremos esto a quienes acaban de nacer hoy.

En el futuro, cuando los niños vayan de excursión al museo del genocidio palestino y hagan redacciones de quinientas palabras sobre su experiencia, cuando los cineastas presenten en Cannes sus películas tituladas La masacre de Jan Yunis, o Crimen de guerra: el bombardeo del hospital Al-Shifa, o Solo tenía 5 años: el asesinato de Hind Rajab, cuando nos peguemos en debates sobre si es de buena o mala educación sacarse selfies en Gaza ¿tendrá alguien el arrojo de hacerse el sorprendido y preguntarse cómo se permitió esto? 

Paso la tarjeta de acceso al edificio en el que trabajo como si nada, me preparo mi café como si nada, la vida continua, tengo tatuada tras mis párpados la imagen de una niña colgando de una verja mientras se desangra porque bombardearon su casa y la mitad de su cuerpo mutilado terminó allí, colgando por los hombros de una verja de hierro podrido.

Preparo una presentación de Powerpoint y paso una cantidad ridícula de tiempo preocupada por si las cajas de texto, los iconos y las imágenes que voy añadiendo están alineadas y centradas o no, descubro que el soldado se llamaba Aaron Bushnell y tenía 25 años. Esa rápida búsqueda me cuesta otra imagen, la del cadáver de un hombre palestino maniatado y aplastado por un tanque israelí. Pierdo el apetito, pienso ¿estaba muerto ya cuando lo arrollaron? y rezo para que haya sido así porque qué otra puedo hacer que no sea rezar. ¿Escribir, quizá?

Soy un ser humano que está siendo testigo en tiempo real de la aniquilación de otros seres humanos. Voy al gimnasio, compro un par de libros y unas flores, hago planes para el futuro; no se me olvida su nombre, Aaron Bushnell. No consigo sacarme de la sesera las imágenes y supongo que ese es su propósito, que por eso se capturan y se lanzan al mundo en formato vertical, para que resulte imposible poder cuadrar los hombros, levantar la barbilla, decir: «No sabía qué estaba pasando». Si esta es la brutalidad y la maldad pura sin diluir del peor monstruo de todos, el ser humano, ¿qué clase de horrores soportarán todas estas personas cuando no hay testigos?

Pago el alquiler y la luz y el agua y la factura del móvil. Veo al PSOE y al número 2 de Sumar por Madrid votar en contra de suspender las relaciones bilaterales entre España y ese estado genocida y potencia colonizadora denominada Israel casi a la misma vez que un periódico de tirada nacional comparte en redes sociales otro vídeo, esta vez del ejército israelí disparando a cientos de personas que se agolpaban para intentar recoger sacos de harina de trigo de los camiones de ayuda humanitaria. La persona que lleva las redes sociales de ese periódico cree que es buena idea cerrar el texto del pie de vídeo con «¿Qué opinas? Te leemos en los comentarios». Son tantas las vidas que se están perdiendo y se perderán, generaciones destrozadas para siempre. Es tan irreversible el horror que estamos presenciando. El camión de ayuda humanitaria que entró con sacos de harina a Gaza salió con cadáveres amontonados dentro. Esto es lo que la clase gobernante ha decidido que sea normal.  

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