La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Literatura hispanoamericana en La Palma: voces, palabras y rostros

Los Llanos de Aridane congrega a viejas glorias, escritores consagrados y en vías de consagración, poetas, críticos, periodistas y catedráticos

Literatura hispanoamericana en La Palma: voces, palabras y rostros la provincia/dlp

Ayer, recién llegado del 2º Festival Hispanoamericano de Escritores me sentía como uno de los obreros que, por imperativo divino, había bajado de la Torre de Babel. Andaba despistado oyendo muchas voces nuevas, no en todas las lenguas, sino en todos las variantes del español. Con cuarenta actos programados y cumplidos el festival muestra ya serios visos de consolidación. A su tiovivo se han montado y desmontado tantos autores y autoras como actos ha tenido, mezclándose -mezclándonos- toda clase de criaturas literarias. Viejas glorias, escritores consagrados, otros en vía de consagración y solventes voces locales (algunas nacionales) de la prosa y la poesía. Qué importante para la literatura de Canarias que tal evento se organice en nuestra tierra, en la llana y ancha ciudad de Los Llanos de Aridane, Isla de La Palma, salvándonos nuevamente de la cruel lejanía, que siempre lo es, a pesar de estar muy maquillada en estos días. Insalvable y dura lejanía que lastra nuestra relación con el mundo.

Los cuarenta actos tomaron las más diversas formas, diseñadas con certeza para que los invitados más indicados debatieran sobre lo que más -se presume- deberían saber. Se discutió la disyuntiva y la frontera entre la ficción y la no-ficción, el grado permisible o deseable o tolerable de cada una en el texto literario, barrera ya borrosa, seguramente obsoleta hace décadas. De esto hablaron el argentino Martín Caparrós, los mexicanos Hernán Lara Zavala (amigo de mi profesor de Literatura Latinoamericana en Cambridge, Stephen Boldy, qué bello azar) y David Toscana, el venezolano Rodrigo Blanco Calderón (autor de la novela The night, ganadora de la Bienal Vargas Llosa) y el colombiano Héctor Abad. Se ponderaron los derroteros de la literatura actual desde reflexiones entrañadas en la obra propia; lo hicieron los mexicanos Gonzalo Celorio y Rosa Beltrán, el argentino Marcelo Luján, la mallorquina Carme Riera y Fernando Aramburu, el escritor de Patria que ya no vive en la suya. Puede ser que los escritores no sean los más adecuados para responder bien a tal pregunta; se puede estar creando una tendencia sin ser consciente de ello. Hubo tiempo para el género menor -o superior, según se estime- del cuento, que defendieron el palmero Anelio Rodríguez Concepción, la mexicana Mónica Lavín, el venezolano José Balza y el director del festival (imperturbable ante el peligro), el palmero Nicolás Melini. La cubana Karla Suárez, Bruno Mesa y José Luis Correa más quien escribe estas líneas, hicieron un tanto -u otro tanto- de lo mismo. La literatura de viajes, en la que Canarias han desempeñado un papel tan universal, tuvo resonancias en la voz de la española y sefardí Esther Bendahan, la cubana y portorriqueña Mayra Montero, el peruano Alonso Cueto y Fátima Martín (tinerfeña ganadora del Premio Torrente Ballester). "Islas", la quimera de la isla, tuvo su mesa en que oímos al traductor japonés (del japonés al español y a la inversa) Ryukichi Terao y a la grancanaria Alicia Llarena indagar en el misterio de ser insular y del ser insular. Hubo, además, otros actos que elogiaron y recordaron a grandes creadores, algunos malogrados en la flor de la juventud como el poeta palmero Félix Francisco Casanova. El elogio que de él hizo Fernando Aramburu fue impactante. Un elogio sin intereses preconcebidos, nacido de la pura y fascinante casualidad; un elogio puro y sincero. También ahondaron en su vida y obra otros expertos como Emilio González Déniz. Domingo-Luis Hernández moderó la mesa dedicada a Galdós en la cual intervino la directora de la Cátedra Benito Pérez Galdós, Yolanda Arencibia, Nuria Amat, José Esteban, el cineasta Manuel Gutiérrez Aragón y Santiago Gil, autor de la excepcional novela que ha añadido una insospechada dimensión a la vida de don Benito: El Gran amor de Galdós.

Fue el primer acto espiritual del centenario, desbordante, que rebasó los cuarenta y cinco minutos asignados. Los treinta años de una resiliencia editorial constituyó el homenaje a Ediciones La Palma; la mesa celebró a su creadora, la gran dama de la poesía impresa, Elsa López. Recordamos la patria real y profusa del español en el mundo; lo hicieron los venezolanos Francisco Javier Pérez y Juan Carlos Chirinos. La clase política tiene una vaga noción de esto que expresa según la oportunidad y la ocasión; los pueblos lo viven y lo sienten. La traducción, como no, fue debatida; sin ella no existiría la lectura allende las fronteras nacionales, ni la historia de las culturas; la moderó el traductor José Manuel Fajardo que ha emprendido el reto de traducir la trilogía final del gran (y terrible) Louis-Ferdinand Céline al español. Creo haber mencionado a todos y a todas, una vez al menos. Nota: los participantes estuvieron presentes en una media de tres mesas. Si he omitido nombres que me perdonen.

La firma de ejemplares (esa inquietante necesidad de emborronar páginas iniciales con deseos abstractos), las entrevistas radiofónicas, los encuentros con seguidores... el Festival lo abarcó casi todo. Casi todas las modalidades de la difusión, las estrategias de la cercanía, el contacto con los lectores, la fidelización del cliente, tal como existen y se reproducen en nuestra época. Son las que son, las habrá mejores, más ideales y refinadas, pero son las mínimas y las justas para que la literatura no desaparezca y se hunda en el silencio de las mentes. Para eso, las dictaduras y las represiones.

Sobre literatura, la más grande, versó la conferencia inaugural de Mario Vargas Llosa, que cuenta con una cátedra en la ULPGC gracias a la clarividencia (y a las mañas) de Juancho Armas Marcelo, dirigida por José-Luis Correa. El Nobel habló solo frente al creador del Festival. Nos habló del peculiar efecto de las novelas inmortales, del desasosiego que provocan y la superación que alientan. La luz oculta de la literatura. Habló de cuan necesario es que las grandes obras tengan culturas receptivas, porque así se garantiza la salud de las sociedades, la decisión razonada, la calidad de la democracia. El Festival empezó también con don Mario como espectador silencioso de uno de sus cuentos dramatizado y narrado por la colombiana Paula Acuña, experta e impartidora de los talleres programados de literatura infantil. En silencio pudo haber quedado la no presencia de Jules-Marie Le Clézio (también Premio Nobel). Mas, la utopía digital (la única realizada en el siglo XXI) nos permitió escucharlo en real time, convaleciendo de una operación. Le Clézio, el maestro narrador de las islas y sus aislamientos, de los migrantes, de las fronteras que se endurecen. Del insular que se pasea por los continentes con su isla en la cabeza.

El festival fue breve e intenso; y breves e intensas, y prodigiosamente múltiples, las palabras intercambiadas entre poetas, escritores, críticos, editores, periodistas y ávidos lectores que viajaron a Los Llanos desde otras islas. ¡Qué gran fortuna que existan tales personas! Son almas, como diría el Talmud, que salvan el mundo, en este caso, el de los libros. Nos topamos con Eduardo García Rojas, el principal crítico de la literatura canaria en Tenerife, y con una joven editora, Guadalupe Martín, alter ego de Elsa López, y que insiste en el futuro electrónico de la literatura. Había en las esquinas y en los ratos perdidos, una bohemia, líquida y efervescente, una bohemia sin el tiempo de antaño, apresurada como la actualidad que nos ha tocado vivir. La otra, larga, nocturna, existencial, la evocó uno de sus últimos conocedores, José Esteban, miembro nato de la Tertulia del Gijón que ha impulsado Juancho Armas Marcelo. En el espacio dedicado a esta tertulia, don José evocó a figuras míticas, como el nonato hijo de Valle-Inclán, Emilio Carrere, la media tostada que Gómez de la Serna dibujó en La sagrada cripta del Pombo, sustento de bohemios hambrientos durante siglo y medio. Hablaron sus integrantes, y su alma mater contó cómo había surgido, qué implicaba, a quien se expulsaba por frivolidad y estupidez. Particular morriña me dio este acto, pues vivo en una capital que ya no tiene ni bohemia ni bohemios. Solo memoria de la misma, lejana o más reciente. Los cafés de la Plaza de las Ranas, el Bar Polo y el Hotel Madrid, que, con sus servicios arrendados y su carta al alza, ha perdido a sus últimos fieles.

Como novelista debería ensalzar especialmente las palabras y los párrafos sostenidos que hacen la prosa. No dejo de alabarla, pero el acto que más me emocionó fue el Gran Recital de poesía celebrado durante la última jornada del festival. Como bien dice Alonso Cueto, los escritores debemos leer poesía para no caer en la banalidad de la expresión, demasiadas veces tolerada en nuestros días de libros rápidos y rutinas editoriales. Influyó en la belleza del recital, el marco de la recoleta Plaza Chica, con sus poblados y enormes árboles de cera y su canora fuente. Increíble la altura de la poesía canaria; una constante en nuestra historia. Leyeron sus versos, todos singulares en forma y sentido, Pedro Flores, Alicia Llarena, Bruno Mesa, Ricardo Hernández, Antonio Jiménez, Pedro Martín y Elsa López. El mexicano Alberto Ruy-Sánchez recitó una serie de poemas de la carretera y sus loas a la jacaranda, que tapiza las avenidas del DF (ahora Ciudad de México) con sus alfombras lilas; tapiza también las calles de mi ciudad de Arucas. Compartimos, ya lo ven, pétalos de flores. Cerró el recital la imponente presencia de Gioconda Belli, que con su enigmática sonrisa podría ocupar un lienzo de Antonello de Messina. Sus versos surgieron circulares, discursivos, excavando en las profundidades de los estereotipos masculinos y femeninos, y dieron un gran salto al hablar de su país, Nicaragua. Pensé en la fuerza errante de la lírica de otro nicaragüense, el vate Darío, que tan hondo caló en Canarias, y a quien tanto amó Tomás Morales. Finalmente, se debe subrayar que todo el festival, en sus muchas manifestaciones y derroteros, con sus participantes y públicos, ha quedado fijado en la memoria de la cámara de su fotógrafo, el venezolano Vasco Szinetar, que cuando pudo buscó espejos para reflejar y retratar, haciendo un guiño a ese antiguo juego especular de la mirada. La imagen de Vargas Llosa en 1982 que ilustra este artículo fue seleccionada de las muchas que pudimos contemplar en la exposición que le brindó el MAB (Museo Arqueológico Benahoarita, sede junto a La Plaza de España, de los actos).

Sin el concurso del Cabildo de La Palma, del Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane, del Gobieno de Canarias (por favor, implíquense más, no solo con los billetes de avión a través de Canarias Crea, gracias) y la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, este festival no se podría haber realizado. Su equipo organizador liderado por Nicolás Melini que trabajó mañana, tarde y noche con devoción y probidad. El público ejemplar: los alumnos de los IES del municipio y la ciudadanía de Los Llanos. Y el ubicuo e incansable Juancho Armas Marcelo, que después de veinticinco novelas, la Tertulia del Gijón, sus columnas periodísticas, su blog en El Cultural, nos ha dado esto. Podría haberse quedado tranquilamente en Madrid, en torno al plato de lentejas que es el rito mistérico de su tertulia. Ha preferido crear algo en su tierra. Ha dejado un legado y nos ha dado un regalo. No lo echemos a perder.

Compartir el artículo

stats