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La UD Las Palmas tenía hace tres semanas dos problemas que ya no tiene. Perdió en el Ciudad de Valencia y en Vallecas cometiendo los mismos errores. Era un conjunto sin equilibrio en el centro del campo, que rizaba el rizo en la salida de balón y poco contundente en ataque. Las áreas eran su punto débil. Así, los rivales con más intensidad y más disciplina tácticamente le comían. Lo hicieron el Levante y el Rayo. Pero no lo ha vuelto a hacer nadie más.
Porque la UD ha modificado su dibujo y ha llenado de matices su estilo innegociable. La primera opción sigue siendo el talento, la de tener la pelota, como refleja la alineación indiscutible de Roque, Jonathan Viera y Tana en el centro del campo. Pero con el 4-1-4-1 está más capacitado para adaptarse a diferentes contextos. Como en Ipurúa. Allí, con un solitario gol de Pedro Bigas, un esfuerzo y un orden defensivo conmovedor y una verticalidad que no había mostrado nunca antes, convirtió en puntos las buenas sensaciones dejadas ante el Sevilla y el Barcelona. En esos dos partidos plantó las semillas y ayer recogió los frutos.
Con un sistema más elástico y flexible, con jugadores técnicos y solidarios en el centro del campo, y tan rápidos como disciplinados en las bandas la UD se ha convertido en un acordeón. Con ese nuevo dibujo supo tutear con el balón al Sevilla y al Barcelona y replegarse ante el conjunto culé y en Eibar. Juntar las líneas también es innegociable. El cuadro armero le sometió a base de empuje, de insistencia y de balones aéreos. Pero el cuadro amarillo puso el cerrojo en las inmediaciones de su área y completó una segunda parte inteligente. Había conseguido un tesoro con el gol de Bigas y le dijo al Eibar que no. A pesar de la pólvora armera con Bastón, Enrich o Saúl Berjón solo apareció Javi Varas para detener disparos lejanos.
El jugador clave es Roque Mesa, el nexo entre la pareja de centrales y los mediapuntas. El teldense contagia su tajo defensivo a Tana y Viera y les despliega cuando hay que sacar el balón. La solución de urgencia por las bajas se ha convertido en un hallazgo que abrirá el debate de su continuidad como único pivote cuando estén aptos Montoro y Hernán. Desde la lesión de Vicente no había tenido tanto equilibrio la UD Las Palmas.
Roque es el pegamento que permite todo lo demás, pero en los extremos Quique Setién también ha encontrado estabilidad. Nabil El Zhar y Wakaso suman velocidad al contragolpe y solidaridad defensiva. No son pocas las veces que los dos ayudan a los laterales cuando el rival de turno se vuelca. Cierran su costado y aportan imprevisibilidad al ataque. En Ipurúa fue Wakaso el más desequilibrante pero el franco-marroquí también dribló, colaboró con David García y dio la asistencia del gol de Bigas.
Con ellos se notan menos las ausencias de David Simón y Dani Castellano, cuya aportación ofensiva ofrecía argumentos diferentes. Tan claro tenía Setién la continuidad de este once que dejó fuera la clase de Momo, imperial ante el Barcelona, para devolver a la alineación el vértigo de Wakaso.
Toda esa receta viene apoyada, ya desde hace unos dos meses, con la fortaleza física de Willian. El brasileño es un recurso más para que a la UD no se la vea venir desde el saque inicial. Si los defensas amarillos se sienten presionados siempre pueden recurrir a su salvavidas para ganar el balón largo y bajarla para tocar de cara a Tana o Viera o lanzar a alguno de los extremos.
Así, la UD ha aprendido en las últimas semanas a jugar de otra manera sin perder su esencia. Ya sabía ganar mareando la perdiz y ahora puede lograr tres puntos a base de golpes directos a la mandíbula. La manta que solía quedarse corta, sobre todo para defender, ya tiene el tamaño perfecto.