La Provincia - Diario de Las Palmas

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El protagonista

Bailando con los errores

Raúl, con dos fallos notorios en los dos primeros goles del Celta, fue protagonista en el partido

Raúl sale a taponar el tiro de Aspas, en la acción del 0-2. EFE

Dentro del catálogo de profesiones de riesgo está la de ser portero profesional. Es un puesto especial, donde el error se paga caro, demasiado caro. Ayer, Raúl Lizoain, portero de la UD Las Palmas, sufrió esa cara de su condición de guardameta con una actuación dubitativa que casi condena a su equipo.

Fue solo un instante. Ni un segundo el que pasó entre el lanzamiento de la falta de Michael Platini y la fatal recepción de Luis Miguel Arconada. Era la final de la Eurocopa de 1984 y el fatalismo se cebó con el portero de la selección española. Veinte años después, España tenía la oportunidad de volver a reinar en Europa tras el cetro del '64. Arconada, el mismo hombre que había llevado a la Real Sociedad a conseguir dos Ligas tapando la portería de Atocha, cometió uno de los errores más recordados en la historia del fútbol español. En la memoria colectiva, su nombre siempre irá asociado a ese mínimo espacio de tiempo.

Ni Raúl es Arconada, ni nunca lo será, pero el ejemplo permite evidenciar la responsabilidad de un guardameta cuando se pone debajo de cualquier portería. Desde una en el patio del colegio a una en la final de la Eurocopa; detrás, no hay nadie que enmiende lo hecho con anterioridad. A su espalda solo está la red. El error se condena habitualmente con el gol. Aunque tengas un currículum impecable o seas novel en Primera División. Porque el fallo y el portero son dos elementos que nacieron a la par en el deporte y, por ende, en el fútbol.

Raúl Lizoain, arquero de la UD Las Palmas en los últimos cuatro partidos de LaLiga, falló ayer con gravedad. Lo hizo al menos en dos ocasiones notables, de esas que cuestan goles. En ambas, el azar que mueve ciertos vaivenes en el fútbol, le dio la espalda. Algo que le costó a la UD Las Palmas cargar con un saco demasiado pesado durante todo el partido. En el primer gol amarillo, nada más arrancar el encuentro, no encontró su lugar. Wass aprovechó su situación errónea para colar un disparo potente entre una melé de jugadores que formaban la barrera, igualmente deficiente. Un disparo plácido -relativamente- que no supo atajar. Primer problema nada más empezar el partido.

Raúl siempre ha estado a la sombra desde que llegó a la primera plantilla de la UD Las Palmas. Primero fue Mariano Barbosa quién le apartó de la titularidad; después llegó Casto Espinosa y, en el retorno del equipo a la élite, fue Javi Varas quien se interpuso en su camino. Salvo en contadas excepciones, el grancanario no ha encontrado la oportunidad de ganarse su sitio en la portería del cuadro amarillo.

Solo las circunstancias -expulsiones, lesiones o motivos de otra índole- le han hecho contar con minutos y mucho menos con una regularidad notable. Ahora, Quique Setién, en un alarde de confianza, le ha cedido una ocasión para demostrar sus condiciones.

Quizá por esa ansiedad de tener que demostrar su nivel, de convencerse a sí mismo y de seducir a compañeros, entrenador y afición, Raúl quiso enmendar su error inicial y volvió a caer en otro fallo que acabó en gol. Porque con una salida en falso, vendió su portería para dejarle todo el arco a Iago Aspas, que coló el balón a la perfección por encima del cancerbero y poner el 0-2. Era el síntoma de un portero alicaído, tocado por la trascendencia letal de sus errores. El desastre era total. Un sentimiento de culpa agravado con el tercero, donde poco pudo hacer vendido por su zaga.

Los pitos se cebaron con él. Setién salió del banquillo y levantó la mano, despreciando ese hecho, como el que se sacude cuando observa algo que no puede creer. Rápido, surgieron los aplausos que lo constrarrestaron en el Estadio de Gran Canaria. Raúl dejó una intervención de mérito antes del descanso antes de aliarse con sus tres palos. Primero, se agarró al derecho y ya con el empate en el marcador, en otra salida en falso al borde del final, el larguero lo salvó.

Definitivamente no, no fue el día de Lizoain, al que no le tocó ser héroe sino más bien villano de un partido marcado por dos acciones nefastas. Son las cosas de los porteros, ésas que siempre lo hacen bailar siempre en torno al error.

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