El abandono de los animales de compañía, en especial de perros y gatos, experimenta un preocupante crecimiento para unos seres vivos obligados a convertirse en "juguetes rotos" que pagan caprichos irresponsables.

La tendencia a la adopción de mascotas no hace más que crecer, primero de forma sostenida y después de manera explosiva tras la pandemia, con un incremento de un 44% en perros domésticos y de un 35% en gatos, según los datos de la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía.

A día de hoy, en el conjunto de España hay alrededor de nueve millones de perros y seis millones de gatos que conviven con humanos, estos últimos solo superados por los peces (ocho millones).

En Galicia son casi 300.000 las personas que viven solas, un 10% de la población, y que sufrieron la condena del aislamiento impuesto bajo el pretexto sanitario, por lo que el repunte en adopciones y acogimiento de animales de compañía también fue muy notable.

Las protectoras veían como, cada día, había más personas interesadas en contar con una mascota en casa, con el cariño fiel e incondicional de perros y gatos, por lo que vislumbraban una alternativa a los refugios.

Parecía que las campañas contra el abandono animal de las décadas de 1980 o 1990 quedaban atrás, con aquel "Él nunca lo haría" y la mítica imagen del perro en la gasolinera y la familia de camino a sus vacaciones. Pero la realidad es mucho más dura.

El animal ideal para un niño es ninguno

La protectora de animales Gatocan, con sede en Coirós y un trabajo referente en el área de A Coruña, no ha notado precisamente el repunte de adopciones por la pandemia, aunque advierte desde Navidad: el animal ideal para regalar a un niño es ninguno.

Porque los animales no pueden ser un regalo, ni producto de una transacción, son seres vivos que disfrutan o sufren cada una de las decisiones que se adoptan respecto a ellos.

Su responsable, Beatriz Martín, explica a Efe que el repunte de abandonos es muy preocupante y, además, se produce de forma especial en "cachorros casi recién adoptados", en su mayor parte, gatos.

Esta protectora gestiona cerca de doscientas adopciones al año, la mayoría felices, pero otras acaban con "juguetes rotos" que sufren en sus carnes las consecuencias de actitudes egoístas.

Son gatos y perros que tienen una familia que los rescata del refugio, que les da un hogar y, de repente, los echan de su casa para devolverlos a un ambiente desconocido rodeados de otros animales que son nuevos para ellos.

"Los animales que son devueltos lo pasan fatal. En uno o dos días no se atreven a probar alimento. Miras sus ojos y ves las pupilas totalmente dilatadas del miedo", resume Beatriz Martín.

Las devoluciones se producen por "razones muy diferentes, muchas veces inventadas", como "alergias repentinas o cambios de casa", pero que no dejan de ser los animales quienes las sufren.

Los últimos tres casos fueron especialmente duros para la protectora, como uno en que supuestamente un niño cogió miedo a un cachorro o una señora que se negó a verificar que el gato estaba en perfecto estado y prefirió, antes que certificar el buen cuidado, devolverlo.

"Parece que es gente que no saben lo que se llevan a casa, no se dan cuenta de que son seres vivos y luego todo se les hace un mundo y los devuelven. No sé si es falta de raciocinio, de interés o de sensibilidad, pero quienes lo pagan son los animales", añade.

Y no solo lo pagan los animales, como en el caso del gato Pedro, que lo pagó toda la familia, primero con uno de los hijos que rogó a la protectora que no lo aceptase de vuelta, que quería que lo siguiese despertando cada mañana con sus caricias, y después con el padre que lo llevó a la protectora entre sollozos mientras argumentaba que su pareja era inflexible y quería deshacerse del animal después de dos años.

Son, sin duda, experiencias terribles donde el sufrimiento es una constante y que deben hacer reflexionar a la sociedad sobre el egoísmo con que responde a un amor incondicional que no pide nada a cambio.