El equipo artístico PSJM, afincado en Berlín y de creciente proyección internacional, presentó este viernes en el CAAM el libro Neutralizados, ensayos de artistas que escriben, del que son editores y coautores. Se trata de una reflexión acerca del margen de acción del arte crítico, así como sus peligros e incongruencias en su relación con las instituciones y el mercado.

- Los textos teóricos que integran el libro que editan, entre ellos, el de PSJM mismo, son de artistas cuya obra está conceptualizada como arte político. ¿Qué clase de acción política cabe hoy en día en el arte?

- Efectivamente, salvo José Otero, los demás, es decir Avelino Salas, Pablo España -miembro del colectivo Democracia- y nosotros mismos hacemos un arte político, muy vinculado a la cultura de masas, a una reflexión en torno a sus relaciones con el mercado y los medios de comunicación. Lo calificamos también como realismo de intervención. Y de hecho muchos de los proyectos e instalaciones tienen lugar en los espacios públicos, o bien en el campo de los nuevos medios, en particular, Internet, que es origen y base de todos éstos. Claro que ahí, y este es uno de los temas sobre los que se reflexiona en este libro, aparecen las contradicciones de un arte contemporáneo crítico, relacional, antagonista, que, interviniendo en la realidad, por un lado, ha de disolverse para tener efectividad política, pero luego, por otro lado, se ha de distinguir, ha de institucionalizarse para existir como tal arte. En este segundo tiempo, digamos que entra la amenaza de la neutralización, es cuando entra en juego el campo de la producción cultural, que diría Pierre Bourdieu. Pero ese campo sigue siendo un campo de libertad -el del museo, el arte en general, la feria, la bienal- porque permite decir cosas que quizás no puedan decirse en otros sitios. El único artista de este libro que no hace arte político es José Otero, que desarrolla una pintura figurativa y sus obras no tienen directamente un componente político. Sin embargo, sus textos literarios están muy cerca del arte político. Nos une, en suma, la teoría.

- Hay quien ve el arte político como la expresión del fracaso de la política misma. Como ésta ya no decide, sino que lo hace el mercado, lo político se muestra como tendencia artística para públicos minoritarios, restringido en suma a estas reservas sioux que al efecto son hoy las instituciones artísticas.

- Sí, sin duda ante un arte que tiene por objeto convertirse en acción política siempre, insisto, aparecen esas dudas. Y nosotros mismos ponderamos con frecuencia si merece la pena o no. Todos creemos que merece la pena, pero somos conscientes de los peligros e incongruencias que pueda tener. Y de la necesidad de reflexionar sobre este tipo de obra. Si realmente aún podemos hacer que algo cambie y nuestro único medio es el mundo del arte, que da una libertad no comparable con la de otros, pues hay que insistir. Es cierto que el arte contemporáneo es socialmente minoritario. Pero respecto a la audiencia reducida del mundo del arte, que, en efecto, es así, siempre ponemos por ejemplo nuestro vídeo Corporate Armies, basado en una noticia de The Guardian en 2007 que daba cuenta de que el Gobierno ruso permitía prácticamente contar con ejércitos privados a multinacionales como Gazprom. Bueno, nosotros creamos a partir de ahí una distopía [utopía perversa donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal]. El vídeo lo vieron varios miles de personas en el último Arco y casi siempre que ha salido publicado algo de nosotros en los periódicos se ilustra con alguna secuencia de Corporative Armies, con lo cual se difunde.

- Cambiando de tercio, la vinculación del arte político con los nuevos medios los coloca en el corazón de la experimentación formal. No tiene en absoluto que tener una menor dimensión creativa que otras tendencias.

- Claro, es que desde la concepción del arte por el arte, que procede de las perspectivas románticas de la cultura según las cuales el arte tiene un fin en sí mismo y los objetos artísticos y los artistas son sacralizados, se entiende que cuando el arte es heterónomo, cuando tiene un fin, pierde creatividad o artisticidad. Y, en absoluto, un arte que responda a un concepto y que sea vehículo para comunicar una injusticia social tiene las mismas oportunidades de experimentación y de poesía que otro que sólo se mire el ombligo. Esto no quiere decir que no haya ejemplos soberbios de arte por el arte y que exista un arte político mediocre. Lo único es que con el arte social tenemos que jugar dentro y fuera, éste debe ser efectivo en dos campos: en el campo artístico y en el real.

- Uno de los campos de batalla del arte político es la democratización del arte. Ahí de nuevo todo remite a Internet...

- Sin duda Internet es una posibilidad para la democratización del arte, de sacarlo de su condición minoritaria y, en realidad, clasista. Pero también apuntamos a otros medios en esta era de eclosión digital, como es la repetición y reproducción de las imágenes por televisión, que ya en los años setenta provocó una reacción pacifista masiva en EE UU ante la Guerra de Vietnam. O bien uno más cercano a la gente, como es la tecnología del móvil, con el famoso pásalo [mensajes de textos] cuya capacidad de difusión de mensajes es impresionante y sirve para desencadenar encuentros y manifestaciones de miles de personas en poco tiempo. De modo que, aunque parezca que también con los nuevos medios están detrás los intereses de unos pocos señores que manejan el mundo, también ellos son humanos. Hay brechas. Otro ejemplo de las tendencias democratizadoras que se abren es la misma edición de este libro. Está hecho con Bubok, que es una forma digital [y rápida, además] de editar en papel sin acumular ejemplares ni hacer inversión inicial. El libro se encarga on line y se produce en papel bajo pedido. Cuando se abona un ejemplar, se edita y se manda, aunque esta vez hemos colocado ejemplares en librerías de Las Palmas. Es el paso del fordismo al toyotismo, de la producción estandarizada y masiva a la producción a la carta.