Joaquín Sabina ha vuelto a la vida escénica de la mano de Vinagre y rosas tras cuatro años de barbecho, y por lo visto y oído el jueves en la curva del Estadio de Gran Canaria, el de Úbeda tiene difícil dar un paso a su izquierda, y apearse de este tipo de recintos en favor de aquellos de mediano aforo donde la cercanía con el público exige otras formas. Difícil, porque en los tiempos que corren, tal como dijo tras presentar sus respetos a la audiencia, lo que manda es hace caja, y no es gratuito que un artista tenga enfrente a 12.000 personas o más, con una complicidad y entrega que no consigue cualquiera, independientemente de que uno pueda estar de acuerdo o no en cómo este compositor afronta sus penúltimos días en el escenario.

Como invitado, la organización recurrió a El Pez Listo, un gesto que el cantante del grupo grancanario agradeció como "el mayor orgasmo de mi vida", para jalear al público con el pío pío.

Volviendo a Sabina, su concierto fue generoso en repertorio y en ejecución, con una banda en la que el pulso de sus inseparables Antonio García de Diego, a guitarra y teclas; Pancho Varona, como bajista y voz solista; y Tamara Barros, la voz femenina que da la réplica al registro grave y áspero de Sabina. Su espíritu hizo posible el festejo de sus miles de seguidores, capaces de adelantarse al artista en los primeros fraseos de cada pieza. Las nuevas canciones como Tiramisú de limón y Viudita de Clicot, con las que arrancó su show, fueron el pretexto para saltar atrás y adelante en su discografía. Porque a Sabina le encanta que el público haga suyas las canciones, que le arrebate el verbo. Así sonaron Medias Negras, Peor para el sol, Por el boulevard de los sueños rotos, Llueve sobre mojado y Pacto entre caballeros, en una primera parte que tuvo su interludio con Conductores suicidas y Pancho Varona como frontman en ausencia del líder, para entrar en su rol melódico y melancólico, en el que se estiró en exceso, con Y sin embargo te quiero (a dúo con Tamara Barros, espectacular en lo suyo, sobrada de duende), Peces de Ciudad, Cristales de bohemia (de Vinagre y rosas), y Una canción para la Magdalena. A partir de aquí, Sabina elevó el tono con Embustera (otra de las nuevas), Quién me ha robado el mes de abril, 19 días y 500 noches, y la versión roquera de Princesa, con la que llegó a la medianoche.

Con los bises sonaron Noches de boda, Y nos dieron las diez, Contigo, La del pirata cojo y Pastillas para no dormir. Poco reproche cabe al artista y a sus músicos, salvo que aproveche Sabina estos conciertos para resituar una carrera en la que, de momento, no cabe aventurar fecha de caducidad.