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Canarias, roja y negra

La literatura criminal nórdica sitúa la trama de novelas en Gran Canaria y Fuerteventura

El cine lleva años con el punto de mira en Canarias, cuyas deducciones fiscales han convencido a productores y directores de Hollywood (y a algunos productores locales, como Adrián Guerra) para rodar en nuestro archipiélago películas como Furia de titanes, A todo gas 6, Exodus: Dioses y reyes o Palmeras en la nieve. Ahora le toca el turno a la novela negra. Dos pesos pesados de la literatura criminal nórdica, Mari Jungstedt y Ruben Eliassen, han situado la trama de la primera novela de la serie Islas Canarias, Mar de nubes (Maeva), en Arguineguín, donde una rubia escandinava que responde al nombre de Erika Bergman aparece muerta después de llegar a la isla para pasar unos días de descanso, alejada de todo y de todos.

Mar de nubes no entrará en el olimpo de las letras nórdicas, pero ya se ha colado en miles de estanterías escandinavas, y no debido a una operación de mercadotecnia, sino a que los autores han sabido sacar provecho de la imagen paradisíaca que ofrece el paisaje canario: "La escuela de yoga se encontraba en un lugar apartado, lejos de los complejos turísticos con discotecas, bares y clubes nocturnos. Miró por la ventana y vio las montañas de más de mil metros de altura que se perfilaban alrededor, las laderas con las plantaciones de frutas y, a lo lejos, las resplandecientes aguas del Atlántico. Este lugar era inusualmente verde para encontrarse al sur de Gran Canaria. Las plantaciones de plátanos, papayas, calabacines, tomates, naranjas y limones se extendían hasta las playas de cantos rodados junto al mar".

Por su parte, Thomas Rydahl ha conseguido con su primera novela, El ermitaño (Destino), afianzarse dentro del panorama de la novela negra escandinava. La historia está ambientada en la isla de Fuerteventura. Allí, en una playa de El Cotillo, aparece, en el maletero de un coche, el cuerpo sin vida de un bebé. Al igual que en el caso de Madeleine McCann ocurrido en 2007 en Portugal, la policía es incapaz de encontrar signos, indicios, pistas que conduzcan a la detención del asesino, por lo que no hay, pues, caso. Sin embargo, Erhard Jorgensen, un taxista de origen danés al que todos conocen como "el ermitaño", aficionado a las novelas policíacas, decide investigar por su cuenta y honrar al bebé: "Hacerle daño a un niño es imperdonable. Es uno de los peores pecados que se pueden cometer".

Mari Jungstedt, Ruben Eliassen y Thomas Rydahl no son los únicos escritores que apelan a la inspiración del paisaje canario para crear sus tramas criminales. En 2002, los policías Bevilacqua y Chamorro, en La niebla y la doncella de Lorenzo Silva, se desplazaron a la isla de la Gomera para intentar resolver un asesinato que se cometió allí dos años antes. Por el contrario, La Laguna es la ciudad elegida por el escritor tinerfeño Mariano Gambín para ambientar su trilogía Ira Dei, compuesta La ira de Dios, El círculo platónico y La casa Lercaro. En Las Palmas de Gran Canaria, los escritores José Luis Correa y Alexis Ravelo sitúan las andanzas del detective Ricardo Blanco (Quince días de noviembre, Muerte en abril, Un rastro de sirena, Mientras seamos jóvenes) y el guardaespaldas Eladio Monroy (Tres funerales para Eladio Monroy, Sólo los muertos, Los tipos muertos no leen poesía, Morir despacio), respectivamente.

Novelas, todas ellas, que permiten confirmar la pujanza tanto de la novela negra canaria como de la geografía insular como escenario ideal para maquinar ficciones que tienen el rojo y el negro (aunque no hay que descartar tampoco el color local de los espacios urbanos) como tonalidad primordial.

Como escribió Raymond Chandler, en El simple arte de matar: "No es un mundo que huela muy bien, pero es el mundo en el que vives".

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