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POESÍA CENTENARIO

Los mimbres de 'El lino de los sueños'

En homenaje al centenario de su publicación (1915 - 2015), el Cabildo de Gran Canaria lanza una nueva edición facsímil de este libro singular

Los mimbres de 'El lino de los sueños'

Un siglo atrás, el poeta Alonso Quesada comenzó a tirar del hilo de sus pensamientos para trenzarlos en El lino de los sueños (1915). Su primera tirada vio la luz entre los últimos estertores del modernismo, pero el autor quiso sortear sus premisas preciosistas para trazar un lienzo abisal de versos sencillos, con el material de su aislamiento.

En homenaje al centenario de su publicación (1915 - 2015), el Cabildo de Gran Canaria lanza una nueva edición facsímil de este libro singular y fascinante, que reproduce la portada original de Néstor Martín Fernández de la Torre, la tipografía que entonces escogió la Imprenta Clásica Española, una de las más prestigiosas de la época, y un amplio prólogo a cargo de Miguel de Unamuno.

Fue mientras daba las primeras puntadas a El Lino, en 1910, cuando Alonso Quesada conoció al filósofo vasco, quien entonces recorría por primera vez el Archipiélago y quien rememora en la introducción del poemario aquel "viaje inolvidable y ya grabado en la roca de mi espíritu". "Allí, en la Gran Canaria, en aquella isla, conocí toda la fuerza de la voz a-isla-miento, y no fue Alonso Quesada quien menos me ayudó a que llegase a conocerla", escribió. "Nunca olvidaré aquella despedida; parecía salírsele el alma por los ojos. Me hablaba de libertad, de desaislarse".

Poeta y filósofo cruzaron sus caminos en la celebración de los juegos florales de Las Palmas de Gran Canaria y, si bien el primero ya era seguidor devoto del segundo, éste reprobó en sus inicios la lírica "joco-floralesca" de Quesada.

Sin embargo, en los años sucesivos, imbuido por los consejos de Unamuno y las lecturas de Machado, el poeta se volcó en alisar su estilo y limpiarlo de artificios, como aquel personaje en El Aleph que "abría las compuertas a la imaginación y, luego, hacía uso de la lima". En el caso de Quesada, para El lino de los sueños abrió las compuertas a su propia biografía para reflejar sus vivencias en un espejo de aguas claras, sin necesidad de engolarlas para afectar profundidad. "Alonso Quesada rompe totalmente con el lenguaje retórico, grandilocuente y sonoro más tópico del uso modernista; él lo desbarata y lo hace más íntimo, más cordial y más coloquial y esa fue su gran aportación", señala el poeta y ensayista Lázaro Santana.

En El lino de los sueños cristaliza esa mirada hacia dentro que jalona la "poesía de lo cotidiano del primer Quesada", en palabras del escritor José Luis Correa, autor de un amplio estudio y análisis de los símbolos de la obra. "El lino de los sueños destila una hondura muy personal con una gran sencillez y naturalidad poética dentro del exceso del modernismo", señala el escritor, para quien El lino constituye "una de las obras capitales de uno de los poetas y narradores más actuales". "Una de sus claves es esa cotidianidad, esa poesía de lo familiar y lo íntimo tan machadiana y contada con una gran sensibilidad para poetizar, siempre desde la introspección, y con una cierta ingenuidad literaria y lírica".

Estos son los mimbres con los que Alonso Quesada enhebra en El lino de los sueños una malla de 53 poemas, repartidos en 11 secciones con las fibras de su esfera más personal, como la relación con su madre y sus hermanas, sus amigos poetas, sus "tierras de Gran Canaria" o su mirada ambigua hacia la colonia británica afincada en la capital. Pero la vertiente más hipnótica de El lino radica en que la ligereza de la métrica está atravesada a un tiempo por la presencia permanente de la muerte, por el aliento castrador de la familia, la alienación de la sociedad mercantilista de finales del siglo XIX y la claustrofobia ineludible de la isla. "Aun con ese lenguaje cotidiano, sus poemas son tan ambivalentes y, en cierto modo, tan buenos, que pueden ser mirados desde muchos ángulos perspectivas y eso, sin duda, es muy interesante", apunta Lázaro Santana.

Este juego de espejos, que se hace eco de las tribulaciones más íntimas de su autor, queda plasmado en sus poemas "por mor de una contenida ironía resignada" según indica el crítico literario José-Carlos Mainer en su ensayo La edad de plata (1902 - 1939), de 1975. "En el fondo de Quesada hay un imperceptible encogimiento de hombros", apunta el crítico, quien justifica ese sello quesadiano de humildad y sarcasmo en este paso de Los poemas áridos: "Perfecciona tu modo dulcemente / y pon en cada cosa lo adecuado. / Una triste dulzura ante la muerte / y una alegría mansa en lo dichoso". Estos versos se inscriben, según Mainer, en "la medida autobiográfica que organiza de punta a cabo los reflexivos poemas de Alonso Quesada".

Y todo este caudal de cuestiones desemboca al otro lado del espejo con el gran interrogante acerca de quién era realmente Alonso Quesada, de nombre civil Rafael Romero Quesada, que veló por siempre detrás de aquel seudónimo. Nacido en Gran Canaria en 1886, hijo de militar y huérfano desde los 20 años, hubo de emplearse en su juventud en el banco British West Africa Ltd. como administrador y contable, pero conjugó siempre esta labor con la prosa y la poesía. "Y escribió mucho, hizo periodismo, tuvo una pequeña librería y una ancha tertulia, fue corresponsal prolijo de sus amigos, viajó una vez a Madrid siendo escritor conocido, y murió antes de cumplir los 40", relata Mainer, quien atribuye al poeta "un curioso talante entre doliente y crítico, entre epicúreo y angustiado".

En los años de transición lírica del modernismo al vanguardismo, Quesada integraba las filas de aquella terna de poetas posmodernistas grancanarios, junto a sus amigos Tomás Morales y Saulo Torón. "El más completo de todos", en palabras de Correa; "el más complejo e importante de los tres", según Mainer, fue este poeta-contable que se convirtió a sí mismo en endecasílabo. "Aquel muchacho taciturno, tenazmente taciturno, hermético, cerrado en sí, que parecía callar tanto para oír mejor alguna voz íntima dentro de sí, y que cuando oía a otro parecía oírle con los ojos", refirió Miguel de Unamuno, a quien Quesada dedicó precisamente el apartado de Los poemas áridos en El lino de los sueños. "Mi dulce pensamiento / va hacia ti, don Miguel / maestro y amigo / desde el aislado hogar que tú marcaste".

Apenas contaba 29 años cuando ribeteó las Situaciones líricas de El lino con versos tan lacerantes y delicados como los de Elegía al canario, "Hoy, al dar el sustento al pajarillo / le hemos hallado muerto. / Fue una extraña / emoción, un dolor tan extraño / como si lentamente fuera saliendo el alma / de nuestro pecho, y viéramos partirla / sin tener el valor de sujetarla...". En palabras de Correa, "el aislamiento es la emoción contenida en El lino de los sueños". "Es la poesía de un hombre que se siente incomprendido, perdido en una isla, y a quien le gustaría trascender a todo esto". "El mar juega esa doble vertiente de libertad y de encarcelamiento en el poeta, doblemente aislado por su carácter y por su isla", señala el escritor.

Quesada también versificó esa honda discordancia entre su pulsión artística y el mundo mercantil donde se desempeñaba junto a sus compañeros británicos. En las secciones Los ingleses de la colonia y New-Year Happy Christmas reproduce con una sutil ironía su difícil relación con los británicos, a quienes admiraba y censuraba a un tiempo; por su comportamiento refinado y su eficiencia en las labores burocráticas, por un lado, y por su displicencia intelectual en un mundo cada vez más mercantilizado, por el otro. "Los poemas que dedica a la colonia inglesa son, tal vez, de lo más interesante de Quesada, sobre todo, por esa ambivalencia que reflejó tanto en los poemas de El lino como en algunas prosas posteriores", destaca Lázaro Santana. Para Mainer, este apartado constituye "un hallazgo impar en la lírica del escritor y quizá el mejor revelador de su nada fácil personalidad".

El "tenedor de libros", como se apodaba Mister Quesada entre otros misters adorables que le comparaban a Lord Byron bajo el techo de las oficinas, se sentía constreñido a vivir en ese mundo mercantil y distante de su ideal poético. "Señor poeta, muchas nubes / para ganar con claridad la vida!...", transcribe en uno de sus poemas. Y así ilustra, entre la amargura y la sorna, la rutina eternizada de su día a día en poemas como La oración de todos los días: "Yo gano el pan de una infeliz manera / porque yo no nací para estas cosas / hago unas sumas reducciones / y así, me consideran y me pagan".

Y con todo, detrás de las palabras, la muerte, como una niebla que se infiltra en todo lo demás y que envuelve El lino de los sueños, "como un habitante tenaz, misterioso pero no terrible, de la misma Vida que evocan los poemas", escribe Mainer. Además del poema que dedica a la muerte su madre en El último dolor (Mi madre ha sonreído tristemente / y sus ojos clarísimos dejaron / partir la luz, sin detenerla...), resulta especialmente estremecedor Ericka, que el poeta escribe ante la tumba de una desconocida de 20 años. "¿Quién será esta mujer de veinte años / que han enterrado en este obscuro nicho / y cuyo nombre no sabremos nunca, / de qué patria será y quién lo ha escrito?".

Y así se desenvuelve el lino de Quesada, como el sueño despierto de su microcosmos cotidiano y siempre a orillas del resto del mundo, "con el corazón siempre en un punto misterioso / y el alma sobre el mar". En el prefacio de esta nueva edición de El lino de los sueños, el poeta Oswaldo Guerra recuerda la triste condena de que, en los años de posguerra, "un libro tan bello [...] quedase prácticamente sin distribuir" y que, en lugar de "servir para encender espíritus inquietos" se prestase únicamente "para calentar en invierno a alguna familia desahuciada por la Guerra Civil española". A pesar de ello, Mister Quesada continuó escribiendo bajo ese emblema que acuñó el poeta Ángel González, "sin esperanza, pero con convencimiento". Y siguió escribiendo, bordeando la muerte y soñando ideal poético en un entorno despoetizado, como un "porvenir, que es porvenir porque no viene nunca". "¡Horas lentas de amor! Pasan los días / en una igual distribución de cosas / y vuelve el sol, y como ayer nos halla / hilando el mismo lino en nuestra rueca", escribe en La mañana de los magos.

Aún no había cumplido 40 años cuando, en 1925, sus pulmones perdieron el pulso a la tuberculosis, para exhalar el último aliento de uno de los poetas más interesantes de las letras hispánicas del siglo XX. Parecería que Quesada conociera su porvenir, que a todas luces vino demasiado pronto, como intuía su Poema Final en El lino de los sueños. "Y sin embargo sé que esta mi vida / de mansedumbre y de dolor sereno / no será larga [...] Haré noche eterna, sin remedio...". Y así fue, y el poeta se convirtió "en parte de la noche misma".

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