Cairasco, aquí y ahora

La nueva edición del ‘Templo militante’ de Cairasco constituye un verdadero hito en la historia cultural de Canarias del siglo XXI

Cairasco, aquí y ahora

Cairasco, aquí y ahora / La Provincia.

Andrés Sánchez Robayna

¿Cómo se mide, o cómo habría que medir, la importancia, la trascendencia de un escritor? Estaremos de acuerdo en que todo depende de la perspectiva desde la cual se considere o se valore su obra. En el quicio entre la Ilustración y el Romanticismo, Goethe habló de la «literatura mundial» (Weltliteratur), es decir, de la superación de las literaturas nacionales y de la necesidad de adoptar un enfoque internacional a la hora de hablar de literatura. «La época de la literatura universal está comenzando» —aseguraba—, «y todos debemos esforzarnos para apresurar su advenimiento». Sabemos que el concepto de literatura mundial está hoy sometido a una intensa discusión. Menos debate suscita, en cambio, la reflexión de Marx según la cual «de la suma de las literaturas nacionales y locales nace la literatura universal». Se diría que tanto Goethe como Marx reconocen la existencia de diferentes perspectivas y niveles desde los cuales puede medirse la significación de un escritor.

Si el punto de vista espacial es relevante a este propósito, también lo es, y mucho, la dimensión temporal. Ni Homero ni Ariosto ni Cervantes significaron en su tiempo lo que hoy significan para nosotros, y tampoco lo que significaron, por ejemplo, hace dos siglos para los lectores de entonces. El alcance o la importancia de una obra literaria no permanece estable a lo largo del tiempo. Por el contrario, resulta extraordinariamente cambiante según las épocas, hasta el punto de hacer decir a Eliot: «Ninguna reputación literaria conserva siempre exactamente el mismo lugar: es un mercado de valores en continua fluctuación». Cambian los espacios, cambian los tiempos: cambian, con ellos, los valores, los pesos, las medidas.

En los siglos XVI y XVII España contó con un conjunto de escritores tan valiosos y significativos por su número como por su insólita calidad. No todos tuvieron, es obvio, la misma importancia, ni son hoy leídos —cuando lo son— como lo fueron en su tiempo. Se da, sin embargo, la curiosa circunstancia de que incluso los autores llamados «menores» del Renacimiento y del Barroco presentan un interés especial, sobre todo en lo que respecta a la fijación de determinadas innovaciones tanto en la poesía como en la prosa narrativa y en el teatro. Junto a grandes autores como Garcilaso de la Vega, Teresa de Ávila o Francisco de Quevedo, figuras menos significativas como, pongamos por caso, Luis Barahona de Soto, Ana Caro de Maillén o Alonso de Castillo Solórzano contribuyeron a resaltar el nivel literario de aquel período histórico.

Cairasco, aquí y ahora

Cairasco, aquí y ahora / Andrés Sánchez Robayna

Todos ellos, no lo dudemos, tuvieron lectores. El Templo militante de Bartolomé Cairasco de Figueroa conoció numerosas ediciones desde la primera de Valladolid en 1602. El poeta canario fue mucho más conocido en aquella época de lo que lo es en la nuestra, cuando ya las vidas de santos —como las novelas pastoriles o las de caballerías, las lecturas favoritas de aquellos tiempos— no cuentan con el favor del público. Las vidas de santos no eran solamente una modalidad de la literatura piadosa, sino también —como la literatura caballeresca— un modelo de ejemplaridad y de edificación de la conducta.

No medimos hoy la importancia o la trascendencia de Cairasco de Figueroa con los mismos valores con los que lo hacían los lectores del siglo XVII, o los del siglo XIX. Nuestros pesos y medidas son distintos. El Templo militante ha pasado a ser considerado hoy, ante todo, como una obra de singular valor histórico, y el nombre de Cairasco no falta en el que sigue siendo, a mi juicio, el mejor panorama de la lírica áurea publicado hasta la fecha, la conocida antología Poesía de la Edad de Oro, de José Manuel Blecua, donde aparece con dos de las llamadas, desde el siglo XIX, «Definiciones poéticas, morales y cristianas». Valor especialísimo presenta, además, la poesía de Cairasco desde el punto de vista de la historia literaria insular y de la formación de sus peculiares mitos culturales, algo exclusivo del archipiélago y que hace del autor del Templo militante una figura fundacional. De ahí la importancia de esta nueva edición —cuidada con rigor por Antonio Henríquez— de los cuatro volúmenes de su obra magna llevada a cabo por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, una edición que no dudo en calificar como un verdadero hito en la vida cultural de las Islas en lo que lleva de curso el siglo XXI.

Biografía

Los Cairasco, de origen italonizardo, se instalan en las Islas al poco de finzalizar la conquista. Su padre Mateo, casado con María de Figueroa (también de origen italiano por parte paterna) heredará de un tío suyo sus posesiones en Gran Canaria, situadas mayormente en la incipiente capital insular y en el Noroeste (Gáldar y Guía). Nuestro escritor nacerá así, en 1538, en un grupo familiar relacionado con uno de los centros de la cultura europea de aquellos tiempos, Italia, y conectado con las élites mercantiles de explotación de los ingenios azucareros: eje principal de la economía canaria del XVI. Esta provechosa situación ayudará a que muy pronto y cuando estudiaba en Sevilla durante 1551, se le concediera una canonjía en el Cabildo Catedral de Las Palmas. En 1553 tomaría posesión de la prebenda y se convertiría, con una edad fuera de lo común (15 años escasos), en uno de los más jóvenes canónigos amén de ser también una de las figuras que más tiempo estaría ligada al establecimiento catedralicio (más de 50 años y hasta su muerte).

En 1555 salta otra vez a la Península para continuar sus estudios y pasaría en algún instante por Portugal. De vuelta se ordena sacerdote y da su primera misa en Agaete, para retornar a la Península -al comienzo de la década siguiente- con la intención de obtener los títulos que justificaran el aprendizaje subvencionado por el Cabildo. Con la sospecha de que pisó tierra italiana, Cairasco de Figueroa regresará poco antes de 1570 para no volver a salir más, retomando para siempre su dignificado cargo institucional. En este ocupó diversas funciones como la de secretario o contador mayor, además de cometidos de diversa índole: organista (la música fue su otra actividad artística distinguida), obrero mayor, maestro de ceremonias o supervisor de actos públicos. Igualmente fue notoria, en el último lustro del XVI, su actitud durante las invasiones piráticas de Drake y Van der Does, con el que se reunió para mediar en el conflicto. Su señalada presencia lo convertiría en un referente de aquella antigua ciudad donde moraba, exactamente en las inmediaciones de la plazoleta que hoy lleva su nombre y donde se eleva, desde el siglo XIX, un busto en su honor. Allí mismo, en la huerta, Cairasco acogió a numerosas personas cultas, oriundas o de paso, en una tertulia -la primera de Canarias- que se interpreta estuvo dedicada a Apolo Délfico. Por este rincón que presidía pasaron no solo los habituales eruditos de la coordenada grancanaria (fray Basilio de Peñalosa, el canónigo Morales o su hermano Serafín), sino otros perfiles fundamentales de la cultura insular (Abreu Galindo, Leonardo Torriani o el poeta Antonio de Viana) y de la peninsular (Juan de la Cueva o Luis Pacheco de Narváez).

Tras el intento frustrado de convertirse en cronista del rey en 1605, el ya prior Bartolomé Cairasco fallecería el 12 de octubre de 1610. Fue inhumado en la capilla de Santa Catalina de la Catedral, en la que había solicitado ser enterrado y en la que se colocó un cuadro que le perteneció, donde aparece retratado en un margen.

Por último, apuntaremos un asunto que, como argumentamos hace tiempo, será notable en la comprensión de su obra que presentamos, su condición de converso por línea familiar materna. La abuela era hija de un Gómez de Ocaña -evidente estirpe conversa que tuvo serios problemas con la Inquisición- que a su vez se casó con una palmera aborigen.