Un flash de cotidianidad

Un abrazo de papel

Elena Herrera eligiendo un libro hoy en la librería Canaima de Las Palmas de Gran Canaria.

Elena Herrera eligiendo un libro hoy en la librería Canaima de Las Palmas de Gran Canaria. / José Pérez Curbelo

Martina Andrés

Martina Andrés

Leyendo el periódico guardas un recorte para alguien a quien quieres. Le pegas un post-it con su nombre, le subrayas en naranja algunas frases que piensas que le pueden gustar. En el aluvión de lecturas mañaneras, el gesto no cuesta nada. Hay textos que irremediablemente te traen nombres a la cabeza, que hacen que te resuenen dentro ideas y conversaciones. Lecturas que agradecen estar soportadas sobre un papel para ser transportadas de tus manos a las de ese otro u otra con quien las deseas compartir. Porque no es lo mismo hacer copia y pega a una URL y mandar un mensaje de WhatsApp, léete esto, creo que te gustará. No hace la misma ilusión. No consigue la misma atención ni hace brillar los ojos.

La dirección web puede quedarse perdida en un chat, puede ser abierta y ojeada en menos de un minuto, puede ser ignorada sin conciencia ni maldad al diluirse su presencia digital entre los acontecimientos del día, entre esos sucesos de la realidad palpable en la que estamos inmersos. Pero el papel… Su presencia es otra cosa. 

Igual que ocurre con las noticias de un periódico, también pasa con los libros. Piensas en tu madre, que siempre lee dos a la vez: uno en físico que tiene en la mesilla del salón, al lado de la butaca, y otro en el ebook que solo lee en la cama. Lo digital es práctico y cómodo, nos alivia, literalmente, del peso de cientos de páginas apiladas una detrás de otra. En la cama, en la mochila cuando vamos a hacer un viaje, en la playa una tarde de domingo. Pero.

Pero te quita la posibilidad de encontrarte una frase subrayada en la página treinta y dos o un corazón dibujado al lado de un poema. Pero te priva de sorprenderte con un apunte a lápiz al lado de algún párrafo del dueño o dueña original del libro prestado. O de hacerlo tú si el libro es propio o hay la suficiente confianza con quien te lo dejó en préstamo. Doblar esquinas, poner pegatinas de colores, apuntar ocurrencias improvisadas en un margen. Hay algo reconfortante en ver la letra propia junto a los caracteres impresos que narran una historia que nos apasiona, nos interesa o nos inspira. Tipografías que se juntan y que se quedarán así hasta que el libro aguante, hasta que sea presa del desgaste del tiempo, como también lo somos nosotros.

Te imaginas la foto del club de lectura si todas tuviérais un ebook entre las manos en lugar de un ejemplar en papel. Seguro que estaríais igual de sonrientes por el rato de impresiones lectoras expuestas entre cafés en vuestro cuarto compartido, pero se perdería la magia de sacar el libro de su funda personalizada, de los marcapáginas a juego, de esperar impacientes mientras alguna busca la frase que subrayó en la soledad de su lectura y ahora quiere compartir con el resto.

Parece que retenemos mejor las ideas que podemos tocar. Las que no se ven interrumpidas por una notificación de Twitter o Instagram. Las que asimilamos directamente desde la tinta o las que escribimos a mano con las yemas de nuestros dedos.

Leyendo el periódico guardas un recorte para alguien a quien quieres. Leyendo un libro subrayas una frase a la que sabes que algún día necesitarás volver. Un abrazo de papel, una excusa perfecta para el reencuentro.