Cierro los ojos y veo al nuevo Juan Carlos Valerón". Así presentó el inolvidable Jesús Gil, presidente del Atlético de Madrid, a Jorge Larena (Las Palmas de Gran Canaria, 1981) cuando en julio de 2002 fue contratado como nuevo futbolista colchonero. Jorge, entonces con 21 añitos, lo miró con los ojos como platos y sonrió por esa bienvenida al loco universo del fútbol en la capital de España. El equipo del Vicente Calderón pagó 700 millones de pesetas de la época (unos 4,2 millones de euros actuales). Eran los tiempos de las vacas gordas en el fútbol. A pesar del descenso aquel año de la Unión Deportiva en Anoeta, con el recuerdo eterno de las lágrimas de Vinny Samways, el centrocampista canterano sumó 36 partidos y siete goles, uno de ellos al Real Madrid, tras un penalti cometido por el alocado Iván Campo, en la goleada de Las Palmas (4-2) al Real Madrid del gran Zinedine Zidane. Aquel año, si no mediaba enfermedad, Jorge era el puntal del grupo, lo sabía y se había ido de la Isla siendo el mejor.

Fernando Torres, icono atlético, lo apadrinó en Madrid, le abrió las puertas de un vestuario repleto de estrellas y le enseñó a navegar en las procelosas aguas de ese club tan especial de la ribera del Manzanares en su regreso a Primera, tras dos años en el infierno de Segunda, como rezaba el eslogan del anuncio televisivo donde era protagonista el Mono Burgos. En su primera temporada, con Luis Aragonés en el banquillo, Jorge logró actuar en 28 partidos y anotó un tanto. Sus inicios no habían sido deslumbrantes como el año anterior, pero sí prometedores.

Casi un centenar de partidos después de aquel enunciado de Jesús Gil, era evidente que Jorge Larena no tenía pinta de ser el nuevo Valerón, aunque el Calderón le tenía un cariño que sólo le guarda a los jugadores especiales. En el Atlético su figura se fue diluyendo con el paso de los meses, si acaso hubo chispazos como un golazo de falta al Albacete a última hora en la campaña 2003-04 o un servicio exquisito a su amigo Fernando Torres, que realizó un tanto espectacular al Real Betis.

Al finalizar su tercera temporada de rojiblanco, Carlos Bianchi, entonces entrenador del Atlético, no le aseguró una continuidad necesaria dentro del equipo y Jorge decidió irse cedido al Celta de Vigo, que regresaba a Primera División, de la mano de Fernando Vázquez, con quien ha jugado sus mejores minutos al fútbol.

Jorge Larena regresó en 2008 a la UD Las Palmas para reencontrarse con el fútbol, con las sensaciones de sentirse de nuevo importante, por sentirse especial. Tres años inestables en el Atlético de Madrid y otros tantos en el Celta de Vigo habían depreciado a aquel talentoso mediapunta que fue indiscutible con Fernando Vázquez en la última temporada de los amarillos en Primera en 2002. En su vuelta a los orígenes, a casa, hace tres años, buscaba la cercanía familiar, la armonía de su juego y el calor del graderío, que había echado en falta en sus últimos meses con la elástica celeste, donde había sido censurado.

En el curso 2008-2009 con Juan Manuel Rodríguez, primero, y, después, Javier Vidales, Jorge Larena era un fijo, lo que no quería decir que fuera una figura. Ni lo fue, ni quizás quiso serlo jamás. Por ello, todos siempre le achacaban una cuestionable falta de carácter. En su vuelta todos pudieron comprobar que el Jorge que había abandonado la UD seis años atrás había perdido parte de sus cualidades en el terreno de juego. El nuevo Jorge tenía una evidente falta de confianza, heredada de su paso por el Celta de Vigo. Se trataba de un futbolista que sólo funcionaba a golpe de destellos a pesar de su indudable talento con el balón en los pies. Había perdido la iniciativa y el ritmo, pero se esperaba que pudiera ser la piedra angular del proyecto amarillo tras la marcha de jugadores importantes ese mismo verano como Roberto Trashorras o Adrián Colunga. En este panorama, Jorge Larena tenía el convencimiento de que sería titular indiscutible en su regreso.

Sin embargo, el mediapunta, con el paso de las temporadas, ha perdido su condición de imprescindible en las alineaciones, hasta convertirse en un actor secundario dentro del grupo. Ya la temporada pasada, Sergio Kresic fue el primero que empezó a desconfiar de las prestaciones del centrocampista, aunque antes de probar la hiel del banquillo lo desplazó de izquierda a derecha, buscándole acomodo entre los elegidos. Nada, no hubo manera que Jorge se mostrara fiable en el centro de la cancha. Alternaba actuaciones potables con fiascos. Aún así, terminó el año jugando.

La explosión de canteranos como Jonathan Viera o Vitolo durante el curso actual enterró sus posibilidades dentro del equipo. El técnico Paco Jémez apenas contó con Jorge, en el incio de la temporada, y una vez relevado por Juan Manuel, tuvo algo más de continuidad y protagonismo en las alineaciones. E incluso hubo un momento donde pareció que se había convertido en imprescindible en el medio del campo. Pero Jorge, volvió a dejar pasar la oportunidad. El pasado miércoles Miguel Ángel Ramírez le comunicaba su adiós. Ayer, en Córdoba, pudo haber sido su último acto de servicio a la causa.