Marcelo Bielsa, actual entrenador del Athletic de Bilbao, asegura que los dibujos tácticos acercan la teoría del fútbol a los aficionados, hacen partícipes al hincha de un universo que sólo está al alcance de ellos, los entendidos. Desliza que el 4-2-3-1 de José Mourinho o el reciente 3-4-3 de Pep Guardiola, por poner dos ejemplos, son esquemas desnudos, que simplifican la realidad de un planteamiento de tal manera que por sí solos no pueden ser concluyentes. El dibujo, explica el técnico argentino, muestra posiciones estáticas sobre el verde, pero nunca el movimiento ni las características de los futbolistas.

Así ocurre en el Barça, en el Madrid o en la Unión Deportiva de Juan Manuel, que utiliza con regularidad desde el principio de la temporada el 4-1-4-1. Este sistema, según expresa Fernando Vázquez, que lo utilizó en la última etapa en Primera con la UD, muestra la ventaja de una distribución racional del espacio de juego, permitiendo mejor escalonamiento defensivo y ofensivo de los jugadores, aunque ello exija un trabajo coordinado de las acciones colectivas. Y sobre todo, requiere futbolistas dotados, tiempo en el campo de entrenamiento y paciencia exquisita en su aplicación.

Juan Manuel, quien teme que su equipo se vuelva previsible en el terreno de juego, como lo podría temer cualquier preparador, intenta alternar variables de su juego para confundir al contrario. Hoy pongo a un jugador en la banda, mañana lo quito, pasado lo cambio de demarcación y así hasta el infinito. Sin embargo, esta sorpresa repetida cada jornada, que puede ser puntualmente provechosa, embadurna también a sus propios elementos que, en ocasiones, salen al campo desconcertados por el planteamiento. Existe una obstinación por el experimento en el entrenador de Las Palmas, sobre todo en los últimos tiempos. Hay tanto empecinamiento por el cambio que se vuelve indescifrable la idea. Sobre todo, cuando el jugador conoce la alineación una hora antes de calzarse las botas. Su proceso mental debe reaccionar a una velocidad no siempre digerible.

Cualquiera puede compartir una evolución en la filosofía de juego durante la temporada. Puede ser más o menos razonable que la Unión Deportiva no juegue igual frente al Guadalajara, en la segunda jornada, que contra el Huesca, en la decimoquinta. Eso vendría dado porque ha habido un crecimiento y perfeccionamiento de la organización sobre el césped. Sin embargo, en esta tesitura, no parece que las modificaciones reiteradas traigan prosperidad sino involución y caos.

Sólo así se entendería que Vicente haya jugado como interior izquierdo en Huesca, en una posición inhabitual para él, cuando en el banquillo había jugadores específicos como Vitolo, Pedro Vega o Francis. El axioma de la sorpresa se ha convertido en un arma cortante para los intereses amarillos. No sólo el equipo se mostró falto de profundidad en El Alcoraz, ya por sí preocupante, sino que también perdió el orden que había logrado en los meses previos de competición. Reinventarse en cada jornada lleva aparejado consecuencias aún inexploradas.

No es la primera vez que los apriorismo de Juan Manuel se caen a mitad de partido. Se repiten los encuentros donde el entrenador cambia en el descanso su planteamiento inicial. Se puede describir una media docena de compromisos donde la idea principal, la que ha sido trabajada durante la semana con mayor intensidad, se abandone en las duchas para dar paso a un plan alternativo. Por definición, los cambios de jugadores en el intermedio muestran una lectura errónea del evento, por consiguiente, una mala decisión en la elección de los actores.