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Historias irrepetibles

El gol de la Guerra Fría

Jurgen Sparwasser marcó en el Mundial de 1974 el tanto más politizado de la historia, el de la inesperada victoria de la República Democrática Alemana frente a la República Federal

El gol de la Guerra Fría

"Si en mi lápida pusiese únicamente Hamburgo 1974 creo que todo el mundo sabría que yo estoy enterrado allí". Años después de lo sucedido aquella tarde húmeda del mes de junio Jurgen Sparwasser resumió con esa sencillez su notable carrera deportiva, unida para siempre a un partido, a un remate y a un gol. Posiblemente el gol más politizado de la historia y uno de los que más ha condicionado la vida de su autor.

Sparwasser era un importante centrocampista ofensivo cuya vida profesional solo conoció la camiseta del potente Magdeburgo, a cuyas filas llegó con apenas dieciocho años y que ya no abandonó hasta que una lesión en la cadera le obligó a colgar las botas con más de 31 años. En 1974 disfrutaba de su mejor momento de forma. El Magdeburgo había conquistado la Oberliga (la Liga de la República Democrática Alemana) y la Recopa de Eurocopa tras imponerse en la final al Milan y él era una de las razones de aquel gigantesco éxito. Jugar el Mundial de 1974 en la República Federal de Alemania con su país era el colofón perfecto para una temporada mágica. La RDA había alcanzado por primera vez en su historia la fase final de un Mundial y si eran pocos alicientes la caprichosa fortuna había decidido que las dos Alemanias se encuadrasen en el mismo grupo con lo que por primera vez desde su existencia se verían las caras en un campo de fútbol. Un caramelo para todos aquellos que vieron una gigantesca ocasión de politizar al extremo lo que no debería ser más que un partido.

El encuentro llegaba en mitad de la Guerra Fría, con la pelea entre el capitalismo y el comunismo en pleno apogeo. Para añadirle aún más picante al duelo, pocos días antes se había sabido que uno de los más directos colaboradores del canciller federal Willy Brandt era agente de la policía secreta de la RDA, la Stasi. Más tensión en el ambiente. Eso obligó a que se extremasen las medidas de seguridad en torno al equipo de la República Democrática que vivieron todo el Mundial -según sus propias palabras- con el convencimiento de que su autobús saltaría por los aires en cualquier momento. La seguridad occidental tampoco despertaba entusiasmo ya que aún estaba fresco el recuerdo de los diecisiete muertos durante los Juegos Olímpicos de Munich solo dos años tras el secuestro de deportistas israelíes por parte del grupo palestino Septiembre Negro.

Las autoridades deportivas de la RDA -siempre enfocadas hacia el atletismo y la natación, deportes a los que consideraban mucho más rentables desde el punto de vista propagandístico- miraron por unos días hacia el fútbol con la ilusión de que un triunfo frente a su gran enemigo les diese munición ideológica que utilizar a su favor. Los futbolistas trataron de aislarse un tanto de aquella presión que les llegaba desde los dirigentes, pero no resultaba sencilla. Aún por encima ambos equipos se jugaban el liderato de su grupo y aunque ya estaban clasificadas matemáticamente, el resultado del partido decidiría la clase de peligro que les esperaban después.

La República Federal era la favorita y dominó el partido con suficiencia. Solo la actuación del meta Croy había evitado el gol. Entonces, a trece minutos del final, sucedió lo impensable. Croy atrapó un balón y sacó la contra por la banda derecha donde esperaba Hamann que galopó sin oposición durante treinta metros. Envió el balón hacia Sparwasser que corría contra tres defensas rivales. El jugador del Magdeburgo controló con algo de fortuna al tiempo que cambiaba de dirección. Schwarzenbeck se tragó el giro y se fue al suelo. Sparwasser se quedó ante Maier, con Berti Vogts apurándole. Entonces se comportó con la frialdad de un delantero puro. Amagó el remate y dejó correr el balón lo justo para que Maier o y Vogts quedasen vendidos. Y remató potente, por alto para marcar el gol más importante de su carrera.

La victoria de la RDA tuvo más importancia desde el punto de vista político que deportivo porque ese resultado condujo a la República Federal por un camino mucho más sencillo hacia la final mientras el equipo de Sparwasser dijo adiós tras cruzarse en la segunda fase con Holanda, Brasil y Argentina. Beckenbauer siempre diría que si hubiese recibido dos medallas tras ganar el Mundial una se la había entregado a Sparwasser porque "aquel gol nos despertó".

Sin embargo, a Sparwasser el gol le supuso más problemas que ventajas. Las autoridades le colmaron de homenajes y agradecimientos al tiempo que la televisión repetía las imágenes hasta la saciedad. Él, que siempre había vivido al margen de la política, se había transformado en el símbolo del régimen e inevitablemente, en alguien desagradable para el numeroso movimiento opositor que había en el país: "Mucha gente quería que perdiésemos aquel partido -diría años después-, incluso deseaban que nos goleasen y mi gol les supuso un gran disgusto".

Después de aquel "Spasi" continuó en el equipo de su vida, pero unico inevitablemente a aquel gol. Poco después se supo que el Bayern de Múnich pretendió su contratación, pero las autoridades de la RDA impidieron su salida y le obligaron a decir que renegaba del lujo y el dinero de occidente porque era un "futbolista proletario". Acabó por agotarle aquel papel y en su cabeza siempre permaneció la intención de alejarse de quienes le utilizaron hasta el extremo. En 1988, dos años de que cayese el Muro de Berlín, aprovechó un partido de veteranos organizado en la República Federal para exiliarse y no regresar a su país hasta la reunificación. Nunca llegó a decir que se arrepintiese de marcar aquel gol, aunque tal vez lo pensase.

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