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Observatorio

Una selección para querer

Costa volvió a jugar un partido gris, sin mezclar bien con sus compañeros

Silva se zafa de Gregus y Gyomber durante el duelo España-Eslovaquia. ELOY ALONSO

En fútbol España sigue siendo mucho. La selección nacional, que, tras el fulgor sostenido de tres grandes títulos consecutivos, parecía haberse perdido, se reencontró el sábado en Oviedo con un triunfo necesario ante Eslovaquia pero, sobre todo, con una actuación convincente. Las generaciones más talentosas de la historia del fútbol español mantienen su vigencia y, al tiempo, se abren al necesario relevo. Pero esa buena noticia corre el peligro de ser recibida con indiferencia. A ese gran equipo le falta por conquistar un respaldo popular a su altura. Es decir, un público propio que deje de lado la pasión partidista por los clubs. Al partido del Carlos Tartiere le faltaron varios miles de espectadores y le sobraron los abucheos sistemáticos a Piqué.

Grandes jugadores

La selección española hizo ante Eslovaquia, en un partido que le resultaba necesario ganar, un partido muy serio, que es tanto como decir que puso en valor muchas de sus grandes potencialidades actuales, tanto en el aspecto individual como en el colectivo, en un desmentido claro que no todo acabó en Brasil. España tiene jugadores magníficos. Unos, como Busquets, no dejan de crecer y son capaces de asumir funciones cada vez más exigentes. Otros, como Iniesta, permanecen en una madurez esplendorosa. Y alguno, como Silva, se acerca a ese estado, si ya no lo ha alcanzado. Pero el brillo de estas figuras indiscutibles no hace sino realzar la visibilidad del resto de los jugadores. Casillas, con dos grandes paradas, demostró el sábado que la confianza que le mantiene Del Bosque se apoya en bases más sólidas que las puramente sentimentales. La defensa, salvo el grave error de Sergio Ramos en el minuto 4, ya fuera por suficiencia o por exceso de confianza, se mostró muy fuerte por el centro y efectiva y versátil en unos laterales que fueron más delanteros que defensas. Cesc Fábregas respondió a la confianza del seleccionador con un juego en el que se mezclan la solvencia y el riesgo. Y Pedro aportó, como pocas veces, el dinamismo que tan bien le caracteriza. Había muy buenos jugadores en el campo pero también en el banquillo, como se pudo ver con las sustituciones, que permitieron a la afición local darse el gusto de ver actuar a Cazorla, hoy una estrella de la Premier League, que casi alcanza a la Liga española como proveedora de la selección.

Mucho equipo

Lo mejor, con todo, fue comprobar que esos estupendos jugadores, de procedencias muy diversas, son capaces de integrarse en un colectivo diferente del de sus clubs de procedencia. Seguramente lo mejor del partido del sábado fue, desde la perspectiva española, lo bien que jugó el equipo como tal, es decir, cómo ocupó el campo, cómo recuperó el balón de forma inmediata y casi siempre muy arriba y cómo manejó los tiempos. También, la brillantez con que puso en práctica algunas jugadas que, por ensayadas, no son fáciles de ver en un equipo que dispone de pocos días para ensayar. De esas jugadas se llevó sin duda la palma la del primer gol, en la que un muy buen movimiento colectivo dejó el balón en los pies del grancanario David Silva para que metiera un fantástico pase en diagonal a favor de la carrera de Jordi Alba. Que esa jugada, maravillosamente ejecutada, formaba parte de la panoplia de soluciones preparadas para enfrentarse a la previsible muralla eslovaca quedó claro cuando se repitió hasta dos veces más: en el minuto 17 Sergio Ramos intentó un pase similar hacia Juanfran y en el 32 fue Cesc Fábregas quien buscó a Andrés Iniesta con un balón cruzado que el capitán -perfecto en tantas cosas, pero no en esa- cabeceó con poco oficio.

Poco gol

Tres minutos antes de esa jugada Iniesta había sabido transformar con plena solvencia un penalti que daba más seguridades de victoria. Sin ese nuevo gol España hubiera tenido menos tranquilidad en tanto que Eslovaquia hubiera encontrado más alicientes. Forzar ese penalti, muy riguroso por otra parte, fue, durante los 74 minutos en que actuó, la mayor contribución de Diego Costa, junto con un remate de chilena que no acertó a rectificar Silva. El hispano-brasileño volvió a jugar un partido gris, sin mezclar bien con sus compañeros, con la consecuencia de que, pese a la insistencia de Del Bosque, sigue sin mostrarse como la solución a la evidente escasez de gol del equipo, que es directamente proporcional a su escasez de remate, de lo que la mejor prueba fue que, pese a que España llegó muchas veces al área eslovaca, el portero Kozakic se marchó del Tartiere casi inédito.

Contra Piqué

Por el contrario, nadie tuvo tanto protagonismo como el central de la selección española, Gerard Piqué, a quien un sector del público persiguió implacablemente con sus silbidos y abucheos durante todo el partido cada vez que tocaba el balón, incluso en las intervenciones más acertadas. La moda, que se inició en León en un reciente amistoso de la selección española contra el combinado nacional de Costa Rica, fue adoptada por un sector del público del Tartiere, al que otro trató de contrarrestar con aplausos al jugador hasta que se cansó de enfrentarse a la persistencia de la inquina. Lo sorprendente es que el motivo de esa inquina hacia el defensa es, según todos los indicios, ajeno a la selección y tiene que ver con excesos verbales de Piqué -cuya mayor virtud no parece la contención verbal- hacia el Real Madrid. Parece lógico que a Piqué se le trate en la selección española por lo que hace por ella, en la que ha jugado más de setenta partidos, y, si se quiere, hasta por lo que dice de ella. Otra cosa es absurda. No es preciso recurrir al patrioterismo para argumentar que, en buena lógica, la selección, como máximo exponente del fútbol español, debería estar, en el afecto de los aficionados, por encima de los clubs. Pero eso parece utópico, incluso cuando la selección española, como ahora, hace más méritos para ser admirada y querida.

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