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La reina del Canal de la Mancha

Gertrude Ederle, la primera mujer que consiguió nadar la distancia que hay desde Francia hasta Inglaterra, fue recibida en Nueva York por una multitud de dos millones de personas

Gertrude Ederle, en la piscina durante un entrenamiento. FDV

Gertrude Ederle nació en Nueva York el 23 de octubre de 1905 en el seno de una familia de origen alemán que regentaba una carnicería en Manhattan. Con apenas cinco años, durante un viaje familiar, se cayó en un lago y hubo de ser rescatada por su padre. Lejos de convertirse en un trauma infantil, decidió que nunca más tendrían que sacarla del agua y comenzó a tomar clases en una piscina pública en Jersey, cerca de donde sus padres habían comprado una casa para pasar el verano. A partir de ahí la natación ocupó el centro de su vida incluso contra el consejo de los médicos. Un sarampión le había afectado el oído y le recomendaron que evitase el contacto con el agua. Con el tiempo, esa lesión derivaría en una profunda sordera. Gertrude siempre fue consciente del riesgo, pero sus ansias por nadar estaban por encima de su propia salud.

A comienzos de los años veinte su colección de récords ya impresionaba. Había comenzado a entrenar en la Asociación de Mujeres Nadadoras de Manhattan (a la que también pertenecía la actriz Esther Williams) y los resultados llegaron de inmediato. Ederle rompió una serie de récords en estilo libre en distancias que iban de los 100 a las 800 yardas.

Ante ese panorama, Ederle era una de las grandes esperanzas de la natación americana en los Juegos Olímpicos que se disputaron en París en 1924 y a los que llegó con apenas dieciocho años. Se llevó el oro formando parte del relevo americano de 400 libres y, a título individual, se tuvo que conformar con el bronce en los 100 y 400 metros. Las crónicas de la época justifican su "decepcionante" actuación por la "fatiga" del desplazamiento de seis horas desde el hotel a la piscina olímpica que debían realizar todos los días los nadadores norteamericanos.

Las atletas de EE UU se alojaban en hoteles apartados del centro de París porque las autoridades estadounidenses no querían que se "contaminaran" de la moralidad bohemia de la ciudad. Ésa es la explicación que dieron los responsables de la delegación americana para justificar los largos desplazamientos a los que se veían obligadas sus deportistas y que las sometió a un castigo que afectó a su rendimiento.

Pero los sueños de Gertrude Ederle iban mucho más allá. Era feliz cuanto más tiempo estaba en el agua. La piscina se le quedaba corta. Su ilusión estaba puesta en el Canal de la Mancha y para eso entrenaba su cuerpo y su mente. Había realizado una prueba al nadar un año antes la distancia que hay entre New York Battery y Sandy Hook. Recorrió aquellas 21 millas en siete horas y once minutos, superando los registros masculinos conseguidos hasta la fecha. Una prueba de sus posibilidades aunque las corrientes y la dureza del mar que separa Inglaterra de Francia nada tienen que ver con el río Hudson.

En 1925, con la financiación de la Asociación de la Mujer Nadadora, la joven realizó el primer intento. Apenas una decena de mujeres lo habían intentado antes que ella (todas sin éxito) y sólo cinco hombres habían completado la proeza.

El mar estaba tranquilo aquel 18 de agosto y Gertrude llevaba más de ocho horas en el agua cuando el viento y las corrientes comenzaron a hacerse más fuertes. En un momento la nadadora se quedó inmóvil en el agua, desde los barcos de seguimiento surgió la duda, alguien hizo saltar las alarmas con un "se ahoga" y su entrenador, Jabez Wolfe, se acercó para tocarla con lo que el intento quedaba anulado. La verdad es que Gertrude simplemente estaba descansando antes de afrontar el esfuerzo final de la travesía.

El 6 de agosto del año siguiente Gertrude regresó al mismo escenario. Cubierta de grasa de oveja advirtió a su equipo que nadie la tocase. El día era malo. El mar estaba agitado y el viento soplaba con fuerza. No parecían las mejores condiciones para afrontar algo así. Se lanzó al agua desde el cabo de Gris Nez acompañaba por dos remolcadores. En uno viajaban sus familiares y amigos (desde el que hacían sonar algunas de sus canciones favoritas) y en el otro la prensa y los fotógrafos. Catorce horas y treinta y nueve minutos después llegó a las playas de Kingston (Inglaterra). Había conseguido el sueño de ser la primera mujer en cruzar a nado el Canal de la Mancha, aunque se quedó sin su deseo de batir a los cinco hombres que lo habían hecho antes que ella.

Lo hubiese hecho en otras condiciones, porque debido al mal tiempo las 21 millas que separan ambas costas se convirtieron para ella en 35 millas. Hubo de esperar casi veintinco años para que otra mujer fuese capaz de mejorar su marca.

Unas mil personas aguardaban a Gertrude al sur de Inglaterra, pero el genuino homenaje se celebró en su ciudad natal, Nueva York. Una muchedumbre en torno a los dos millones inundó las calles de Manhattan y el alcalde llegó a comparar la hazaña de la joven con el milagro de Moisés al separar las aguas del mar Rojo. El entonces presidente de Estados Unidos, Calvin Coolidge, invitó a Ederle a la Casa Blanca para honrarla como "la mejor chica americana".

El público no olvidó su proeza, pero la creciente sordera le afectó el ánimo. Una caída, en 1933, con malas consecuencias para la espalda, la alejó de su deporte favorito y los médicos incluso pronosticaron que nunca más volvería a nadar. Pero seis años más tarde, durante la Feria Mundial de Nueva York, Gertrude Ederle nadó el largo de la piscina ante los aplausos de la audiencia. A partir de entonces, enseñó natación a los niños de una escuela de sordos de Nueva York. "No tengo quejas. Estoy contenta y satisfecha. No soy una persona que persigue la luna si tiene a su alcance las estrellas", dijo en una entrevista.

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