Los tradicionales merenderos de Las Mesas eran ayer un hervidero de timples, ron y humo de chuletas. "Esto ya estaba empetado cuando llegamos, pero nos hicieron un hueco para asar nuestra carne y aquí estamos", cuenta Jimi Moreno. Le acompañan en el comistraje 10 compatriotas venezolanos y colombianos, que aprovechan la coyuntura para remojar las papas arrugadas en mojo e hincarle el diente a la ristra de chorizos. "Ya estamos acostumbrados a la culinaria canaria", añaden.

Unas parrillas más abajo, entre timples y boinas modernas, otro grupo de jóvenes se ejercita en el noble arte de la chuleta. Son unos 20 y la mayoría viene de Moya. "Nuestros padres nos dejaron solos en Semana Santa y nos vinimos aquí a pasar el rato", cuenta con ironía Cristina Valderrábano en un intento de explicar las razones ocultas del tremendo jolgorio.

También con socarronería dispara Héctor Sánchez, un universitario teldense de 20 años que acampa en Los Llanos de la Pez. Acaba de llegar y se dispone a montar la caseta, pero en estos días de asueto el humor florece hasta por las mañanas. "Me traje los apuntes de Historia. Por voluntad, que no quede".

Y es que en la zona de Los Llanos se acumula el grueso de la juventud, tanto que el paisaje parece más bien un poblado indio, con centenares de casetas colocadas entre pinos, toldos y ruido de tambores. También son frecuentes los gritos de "envío" y "quiero", aunque por esas latitudes la baraja que marca el minuto es la del póquer.

El ambiente se vuelve más relajado y familiar en Corral de los Juncos, un idílico terraplén en el que cientos de caravanistas charlan a la vista del Roque Nublo y el Teide. Uno de ellos es Sergio Trujillo, que se ha traído a su familia para "desconectar del estrés de la ciudad". También le hace compañía su vecino de la Isleta, Pepe, que apura una cerveza mientras ambos hablan de lo humano y lo divino tumbados al sol. "Otros prefieren el hotel y la discoteca. Nosotros disfrutamos del bienestar de la naturaleza", sentencia Trujillo, que no echa de menos las aglomeraciones en la arena, tan típicas de estas fechas en el sur de la isla de Gran Canaria. Los dos amigos pasan las horas libres de preocupaciones, sólo pendientes del "reloj biológico" que suena en la barriga y que anuncia que ya es la hora de comer.