Los marineros del lugar nos dijeron que estábamos locos, pero los familiares del muchacho estaban desesperados y decidí lanzarme al agua con otro compañero; después de luchar contra las olas durante una hora y cuarto llegué a pensar que no saldría vivo del mar". Así comienza su relato Jonathan Navarro, de 33 años y destinado en el parque de bomberos de Arucas. El 3 de mayo de 2010 acudió a la llamada de socorro de un hermano y amigos del joven Francisco J. S. R., que había caído al mar al ir a recoger el pescado que tenía en el anzuelo.

Al llegar a los acantilados le comunicaron que solo tres minutos antes habían visto al joven en una zona rocosa, aún con vida. El oleaje era tan fuerte que ni el propio hermano del pescador se atrevió a lanzarse en su ayuda, pero él se vio en "la obligación" de tirarse al mar porque en eso consiste su trabajo. Para su desgracia, no solo no consiguió salvar la vida del muchacho, sino que casi pierde la suya. "No pudimos hacer nada, de hecho al chico lo encontraron los submarinistas de la Guardia Civil un día después", recordó ayer Jonathan Navarro. "Yo nunca quise el matrimonio pese a llevar 12 años de convivencia con mi novia, pero me vi tan apurado en el mar que allí mismo me prometí que si salía con vida tenía que casarme porque nunca se sabe dónde está el peligro", ironizó.

Los avisos que más temen los bomberos son los incendios con personas atrapadas o en talleres, porque ni los dueños saben los materiales tóxicos que tienen allí almacenados. "Siempre salimos pensando que todo va a salir bien, pero por desgracia muchas veces llegamos cuando ya se ha producido la tragedia", apuntó el bombero.