Mediodía de ayer en el bar Perera, en Lagunetas, San Mateo, entre bejeques que cuelgan de los riscos y los saos apostados en el cauce de los dos barrancos, el de Tejeda y de La Mina, con unos hilillos de agua de cuatro y cinco litros por segundo, respectivamente. Está echada la cortina de bruma.

En la cancela del restaurante Perera, y debajo de unas naranjas al parecer de la China, se encuentra "Perera Perera, Juan", oteando la tierra envilmada tras días de agua sin descanso. En el pluviómetro de la Aemet desde el martes pasado han entrado 41,4 litros, pero a diario, casi gota a gota, enchumbando a la brasa una tierra que empieza a escurrir. En su vecino Teror, que marca la máxima, otro tanto, con 94 litros entregados por goteo.

Manzanos, duraznos, perales, ciruelos, nogales y hasta tuneras, que gustan del frío para luego reventar en primavera, están encantados con unas temperaturas que no pasan de la raya del 10 por el día, y que bajan a casi el cero de noche. Hasta los resquicios del fuego que llegó a aquella vera hace unos meses ha quedado sepultado de esta hierba propia de tiempo de lecheras, en el que los pastos verdes y fuertes dan de comer a unos ganados que rebosan en cuajo.

Perera Perera, Juan, o Juan Perera, califica de "mejor invierno", el que está cayendo arriba, y el que está por venir este fin de semana. El hombre echa un ojo a la atmósfera y su cabeza se hace barómetro barruntando más frío, agua, y quizá nieve para este fin de semana.

Nada de "brumas bobas que ni enfrían ni calientan, ni de carozadas jediondas", sino de un tiempo animosamente fresco de empapar, de congelar, para que "salga la flor de la manzana, de la castaña y de la nuez". Según Perera Perera, a más frío más potente el limón en verano, "porque lo convierte en calorcito", y es cuando restralla en fruta.

Hasta a sus matos chamuscados recién que mantiene enfrente, en La Solana, les "ha venido estupendo el serenito", y se les ve brotes cicatrizando las quemaduras. Pero es el almendro, el de todos, el damnificado, con unas flores desvaídas, congeladas según Juan. "Se hielaron, fíjese usted, ahora que son vísperas de la fiesta", explica mirando hacia Tejeda, que las celebra de aquí a dos fines de semana.

Mientras se desarrolla el alegato sigue cayendo una garuja fina, por aspersión. La rebeca de Juan se va perlando poco a poco sin efecto alguno en el hombre, quién, al igual que los frutales de frío, va mejorando si cabe en apariencia y rendimiento con la regada. "¡Déjate iiir, Juaaann!", le espeta a un chófer atrevido que ha tomado la curva de su restaurante a velocidad toletazo. De dentro salen vapores de alimentar. Es Juan Jesús Perera, hijo de Perera Perera, y que se encuentra en estado zafarrancho. El barrunto de su padre ha sido confirmado "por un cuñado mío", y eso supone más carne de cochino, más garbanzada, más de todo, en magnitudes gran perola. "Si no nieva ahora lo hará en carnava- les". Y eso supone "vino de Armas, cubetas para abocar de 50 ó 100 litros, más café, más chocolate, más leche". El pasado día de nie- ve que no fue, que apenas fue un conato, "el panadero tuvo que venir cuatro veces en un día", y si eso fue así con granizado, en caso de mayores ventiscas "ni le cuento", dice mientras le da centrifugado a un potaje de coles.

Fuera Juan sigue oteando en lontananza. Son la una y 13 minuto. Justo ahí que el risco de La Aguililla, pocos metros más arriba se desploma en directo con ruido de avalancha. "Habrá que llamar al 112", dice sin despeinarse y levantándose para visitar el cataclismo. Al llegar hay una segunda entrega de derrumbe, que casi trinca al chófer de la guagua debajo intentando mover unos teniques, y que corta en seco el camino. Las toscas son tamaño tractor y cierra el paso a Espino Espino, Juan, de "Cuasquías", de viaje a San Mateo a por una lavadora. Espino Espino tampoco se inmuta: "a mí ya me sacaron en brazos por una cosa de esta cuando trabaja en la pedrera, y entre eso y tal y como está hoy la cosa ya ni me asusto, cristiano".