La Provincia - Diario de Las Palmas

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Por si hace calor Arucas

Las arenas negras de Maninidra

Los bañistas de Quintanilla margullan en las aguas de los hijos de los últimos reyes de la Isla

Otro baño pero en formato sopita y pon SABRINA CEBALLOS

Cuando Firgas se separó de Arucas como municipio independiente en el año de 1835 la Audiencia tomó la decisión de dejar toda la línea costera a la ciudad de las flores y relegar tierra adentro a la nueva república firguense, quedándose esta última a muy pocos metros de tocar costa.

La playa de Quintanilla, de Arucas de toda la vida, está a tiro de piedra del territorio firguense y la zona recibe el nombre por la extensa propiedad que se creó en el lugar a partir de la Conquista.

El capitán Juan de Quintana Soria, o Juan Soria para los amigos, y que llegó casi en el minuto uno de la invasión europea, se instaló en Gáldar y vino a casar con una hija de Pedro Maninidra, a los que unos sitúan como hermano y otros como primo de Fernando Guanarteme. Una de sus descendientes, María de Quintana, funda un muy importante vínculo de bienes y propiedades de lomos a costa que, con el tiempo, deja el nombre a la cala.

Una cala que, al igual que su vecina playa de San Andrés, vive el fenómeno de las arenas trashumantes. Con cada verano, y según les dé a las mareas, salen de los fondos de mar adentro unas ingentes reservas tras permanecer resguardadas en los inviernos para crear unas enormes plataformas que cambian la fisonomía del paisaje, el régimen de corrientes y las formas de las olas para construir uno de los mejores playones del hemisferio norte de este planeta y, visto el material fotográfico que llega de otros mundos, se podría deducir que también de buena parte del sistema solar... si no fuera por sus a veces peligrosas corrientes.

Pero como el material exclusivo se hace raro de ver, se da la circunstancia de que no todos los años aflora el fenómeno con la misma intensidad. Oswaldo Guerra, que está pasando el día con Jenny Rosales y sus hijos, calcula a ojo que hace al menos tres años que en Quintanilla no se vivía un arenal semejante. Guerra, que es del vecino Bañaderos, aparece en formato hamaca con sombrilla en un envidiable estado de marismo. "Ahora mismo se está mejor que en Los Charcones", dice, aludiendo al overbooking de las grandes caladeros de bañistas del norte.

La cosa es que cada día, con cada marea llena y cada bajamar los charcos cambian de sitio, y donde ayer se hacía pie hoy se puede tirar de cabeza y así sucesivamente en una novelería que no falla cada día. Vean si no a las pequeñas Judith Herrera y Aleida Torres pasándoselo caboso tirándose de bomba en un fondajo, luego pescando "para no coger nada", y más tarde metiéndose en unas olas cargadas hasta arriba de yodo del Atlántico.

Hacia ese mismo horizonte también otea el panorama el aruquense Jaime Rubio Rosales. Cumple estrictamente con el protocolo de los bañistas veteranos. Esto es, de pie, con las manos en la espalda, en medio del arenal y en conversa con un compadre.

Autor de estudios y artículos donde lo de más allá prima sobre lo de más acá, Rubio pone Quintanilla de vuelta al Espacio en un viaje de lo más entretenido.

Recuerda que allí mismo, y tirando desde Bañaderos y hasta Gáldar, el 5 de marzo de 1979 pasó por allí un ovni montando tal carajera [que reflejó la prensa de la época con mucho detalle], que hasta "las luces de los pueblos se apagaron. Luego se vieron dos Mirage", enfilando al Teide y aledaños, recuerda con memoria de historiador de alienígenas, en un vuelo militar que demostraba que muy normal no estaba la noche.

Justo en este estado de conmoción suena una pita con insistencia. Arriba, donde un terregal, aparcan coches como pueden, hasta formarse un atasco que, visto con ojos de cernícalo, se encuentra sobre una endeble plataforma que un día, de este o el próximo siglo, va a terminar desmoronándose con fotingos incluidos sobre el marisco todo. Rubio Rosales asegura que cuando las mareas se ponen terroríficas la altura de las aguas llegan a los terceros pisos y sus azoteas, tirando callaos como granadas al punto de que los residentes huyen de la batalla naval. El lado tierra desmigajado y cochambroso augura un derrumbe, y no será precisamente extraterrestre.

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