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La casa de las pulgas

De los alrededores salieron las primeras comitivas a partir de 1952 de la romería de Teror

La casa de las pulgas

Una era, una típica era de las medianías grancanarias. Ubicada en zona alta, llana y aireada porque el aventado veraniego era cosa más ligera cuando la brisa ayudaba; y junto al camino que unía la Villa de Teror con Arucas para que el traslado del grano también se facilitara. Al lado, una construcción sencilla con tejado a dos aguas servía de pajero, para almacenar la paja una vez trillada; y en otras épocas del año, el millo pajero o el pasto de los cercanos arrifes.

El trigo, de abundante cosecha en la zona por las extensas tierras altas de El Hoyo y El Borbullón, debía estar -refrán obliga- "en abril, espigado; en mayo, granado; en junio, segado y en agosto, trillado;...". A todo el santoral del cielo rogaban en los bochornosos días de este mes para que el viento ayudara y acabar así lo antes posible con estos trabajitos que -decían- Dios les mandaba. "Un soplo de brisa, San Roque bendito, para ir a tu fiesta"...

Junto al pajero y la era; castañeros y pinos creaban en la mesetilla que formaba el recodo del camino, un lugar idilíco de aspecto casi pictórico para veraneantes, obispos y vecinos hacendados que en las tardes hasta allí paseaban y descansaban en los taliscos y sobre las trebolinas. Estoy seguro que a los que lo tenían como lugar de laboreo no les debía parecer tan bucólico ni descansado. Qué vamos a hacerle. Es cierto que este aspecto atrajo pronto a fotógrafos y artistas que dejaron constancia de la belleza de este paraje de San Matías; dándose la circunstancia que ya en un momento en el que estaba en el inicio de su total abandono sirvió de inspiración al genial artista Santiago Santana, que incluyó un dibujo de pino, castañero y casa en la portada de la partitura de "Caminito de Teror" de Néstor Álamo. A ello ayudaba la romería y allí durante años se preparan aparejos, carretas y carrozas, calabazas y papas para el anual ofrendatorio a Nuestra Señora de Terore.

Toda la zona fue conocida por los terorenses hasta mediados del pasado siglo -sobre todo, por los del vecino Cortijo de Osorio- por el nombre de su propietario a fines del XIX, don Juan Antonio Domínguez. Y por ello llamaban al lugar "la era de Juanito Antonio" y a la edificación lindera como "la casa de Juanito Antonio"; aunque con toda seguridad, por su ubicación y tipología fue pajero y no lugar de habitación.

Las evocaciones literarias, periodísticas y en otros eventos de añoranza de las tardes veraniegas de algunos terorenses y otros miembros de la "colonia" -el grupo de familias que anualmente aquí pasaban el periodo estival- son frecuentes y aparecen en diversos textos. Como, en el siguiente de don José Garcá Ortega, sacerdote nacido en Teror en 1891, que acabó ocupando una canonjía en la Diócesis Nivariense: "el recuerdo perenne para mí de la suave brisa del pino canario a cuya sombra nací, el traer a mi mente los días felices en que con otros niños asistiéramos a las familiares trillas que tenían lugar en la era de Juanito Antonio de mi querida villa de Teror y desde donde contemplaban mis ojos la salida y llegada de los buques que lo hacían al Puerto de la Luz".

El lugar era idílico...y punto. Y de allí -no de la casa, de los alrededores- salieron las primeras comitivas que a partir de 1952 conformaron el acto renovado y recreado de la Romería del Pino.

Pero las mudanzas de costumbres que nos hicieron ir abandonando nuestros campos mediando la pasada centuria, hicieron que la edificación dejara de usarse, de tal manera que ya en la década de los 60 "la casa de las pulgas estaba muriéndose". Ya en esta época estaba motejada con el nombrecillo que la hemos conocido; y es que, pese al abandono que menciono, siguió usándose... pero para otros menesteres. El genial periodista ya desaparecido Salvador Sagaseta, en una de las tantas "rememoranzas terorenses" con que nos regalaba con cierta regularidad a sus lectores afirmaba: "En Teror eran de verdad agradables los restos de la Casa de las Pulgas, primero usada por los amantes furtivos y luego por los cagones, que acabaron prosaicamente con el invento... Era una casi puerta desgajada de las bisagras, que se hacía querer porque se le adivinaba en su aparatosa decrepitud como superviviente a una masacre..."

Y ello trajo consigo una cierta laxitud relajada de usos, en la que todo perro y gato tenía franca la puerta, y con ellos, toda la comitiva de insectos que se adueñaron de la casa y le pusieron apelativo, no sin un cierto toque de esnobismo, que más pareciera nombrete que nombre. Y las pulgas quedaron, con su ocupación de hecho, propietarias de una casita de campo en una ondulada colina cerca del valle de Teror. El sueño de todo buen burgués capitalino de la época para los descansos estivales.

Y en esa ondulada colina se fijaron los del Cabildo cuando a fines de estos sesenta quisieron ubicar en zona talayera y de buenas vistas, un parador, restaurante y "mirador"

Y para "mirar" buena era la era de Juanito Antonio.

Vendría Santiago Santana y ratificaría las excelencias del pajero pulgoso: "¡Claro que me gusta! Es un cuadro sabroso este de "la casa de las pulgas". Una casita añosa y herida por el tiempo. Una era delante. Detrás, dos pinos recios. Eso es todo. Un cuadro sencillo, pero bello. Codiciado de pintores y fotógrafos (mira, en eso estamos de acuerdo) que lo han hecho isleñamente conocido, y turísticamente hablando el sitio es estratégico..."

Vendría Boyer, el arquitecto tío del otro Boyer político, y ratificaría con su proyecto lo ideal del lugar para ubicar su edificio. Y la casa que había sido pajero, lugar de cautelosos devaneos sexuales y habitáculo de insectos, pasó a convertirse -por poco tiempo- en muestrario de artesanías para la riada de visitantes que se esperaba. Pero este tema del Mirador de San Matías ya fue asunto del que traté en articulatoria al respecto y -barrunto y temo- tendré que volver a escribir y opinar.

La "Casa de las Pulgas" tendría un ligero y fugaz momento de resurgir, para la que se volvió a limpiar y asear. El día de San Blas de 1989, las empresas Herencia Remondo y Cadelpsa (presidida por el recordado terorense y amigo don Isidro González) inauguraron en su interior "La Bodeguita", con muy buenas intenciones y pocos alcances.

En la actualidad su decrepitud ha tornado, pareja a la vergonzosa decadencia del vecino Mirador; y aunque es verdad que parece más viejo y abandonado este último, el pajero de la era de Juanito Antonio ya no es ni sombra de lo que fue. Imagino que a la "guarida de amores furtivos" habrán tornado las oscuras pulgas, sin refrenarse en absoluto.

Pero si hace cincuenta años era culpa del abandono del agro de nuestra tierra; ahora lo es del abandono del Cabildo Insular de la Gran Canaria. Con un poco de interés y un poquito de esos dineros que tanto escasean; casa, pinos, mirador y parador dejarían de ser cubil y refugio de insectos sanguinarios y pasarían nuevamente a ser referencia y encuentro del turismo terorense.

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