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Dentro verano Vecindad de Enfrente, Agaete

El jardín de Tamadaba

Vecindad de Enfrente, en Agaete, es la cancela floreada de los caminos del pinar

En el año de la pera no había costumbre, al menos en Vecindad de Enfrente, a ir de baños a la playa. Puede que ese modo majorero de entender la marea proviniese del mismo concepto de los primeros europeos que llegaron a las islas, que le tenían tirria al océano como nido que era de galernas y dantescos monstruos marinos.

En Vecindad de Enfrente, situado al fondo del Valle de Agaete y a una hora de camino hasta el Pinar de Tamadaba, se resolvían los calores del agosto a la sombra de tales frondosas huertas de tomate y plataneras que al decir de Juan Dámaso, de 73 años y que ha sido carbonero, piñero y pinochero, no se veían ni las puntas de las casas. Unas casas que se fueron edificando después de la Conquista a la vera de otras muchas más antiguas, las que forman el complejo troglodita de Berbique en un alarde indígena de ocupación del territorio de tipo funambulista por su inaccesibilidad. Vecindad, a unos metros por debajo, venció la gravedad con más de 300 escalones, los que separan la pequeña plaza que tiene en la base hasta las viviendas más altas del pago, como la de Jesús García, de 50 años y que ya con apenas 12 meses de edad subió a Tamadaba a buscar la rama cargado a pulso en los brazos de María Vega: "Un toro es un caniche al lado de mi madre", afirma dando de oler un ramillo de poleo cogido de cuando la última fiesta.

María Vega, que hoy tiene 88 años, dio al mundo 12 canarios alumbrados con petróleo y velas y sin los entretenimientos que hoy ofrece la electricidad, motivo por el cual García cree que allí explotó la demografía. No hace ni 50 años de eso, pero Vecindad de Enfrente se encontraba en aquel entonces en lo remoto del ya por sí ya muy remoto Agaete, para el que personas como Juan suponían los límites del mundo conocido, y sinceramente, sin mayor interés por conocer. El Valle, San Pedro, El Sao, o El Hornillo, que se atisba aún más lejos que el propio Berbique y más empenicado aún, es suficiente para pasar por el planeta con el ánimo cumplido. "Eran vacas, cabras, ovejas, cafeteros, naranjos, parras.., el Valle en los 40 era un jardín de mar a cumbre", con una banda sonora compuesta por las aguas que llegaban libres del Sao, o los chapuzones de cantoneras y estanques. "Un día de Santiago me escapé por los pelos cuando me bañaba en un estanque. El amigo Juan Artiga, al verme apurado, me lanzó una caña, que esa fue la buena idea del muchacho".

Enfilando la subida, escaloneando hacia el interior de Vecindad, donde se encuentra la única ermita descapotada del mundo, la de Fátima -una imagen y cuatro bancos al oreo perimetrados con geranios-, se aprecia el jardín que nunca dejó de ser. Son plataneras XXL a la altura de azoteas, papayeros desarretados, higueras, cítricos a mansalva y gatos en los requiebros embelesados en su propia pachorra. Las calles están formadas por los veredos hoy pavimentados, que se adornan con macetas colgantes y con vecinos que reciben a la visita como si fuesen conocidos de toda la vida, como ocurre con Armiche Valencia, Milagros Sosa y la niña Náyade Mendoza. Los tres invitan a pasar al patio de una de sus casas, donde las helechas colgadas del techo se alargan al suelo para besar los pisos. Se podría estar mejor, pero no sería tan cerca.

El único 'pero' lo pone García: "Aquí en Agaete míralo y vete porque te ponen nombrete, y uno que venía de noche para que no se lo pusieran lo terminaron llamando Juan el Lechuzo". Y vengan más flores y más risas y fiestas.

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