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Santa Lucía

El cristiano que dignificó el Sureste

Políticos y activistas recuerdan en el décimo aniversario de su muerte a Julián Gómez del Castillo, que fomentó la conciencia trabajadora entre los aparceros del Sureste

Los participantes en el homenaje a Julián Gómez del Castillo asisten al coloquio. JUAN CARLOS CASTRO

La parroquia de Santa Teresita de Las Palmas de Gran Canaria acogió anoche un acto de recuerdo al militante cristiano Julián Gómez del Castillo en el décimo aniversario de su fallecimiento. La figura de Gómez del Castillo, nacido en Cantabria pero vinculado una y mil veces con los movimientos cristianos de base canarios de las décadas de 1960 y 1970, fue recordada con una eucaristía oficiada por Eugenio Rodríguez y también durante un coloquio posterior en el que participaron la militante del Movimiento Cultural Cristiano Judit Campos, el consejero de Cooperación Institucional y Solidaridad Internacional, Carmelo Ramírez, y el portuario Manuel Hernández Perdomo, tras el que se emitió un vídeo con el que se revivió la inauguración de la Casa de la Cultura y la Solidaridad en la que él mismo participó.

En sus visitas a Canarias, en las que como recuerda Rodríguez "nunca vino a hacer turismo", Julián Gómez del Castillo vivió como suyas las luchas de aparceros, portuarios y obreros en la búsqueda de una dignidad hurtada por los poderosos. En sus textos plasmó la situación de los barrios de emigración, tanto del Archipiélago como de diversos puntos de la geografía peninsular, que acogieron a aquellos trabajadores del campo que labraban las tierras de los grandes latifundistas: "Se puede hablar de las dos Españas, la primera enriqueciendo a la segunda, para que ésta les recuerde que lo que deben hacer es agradecérselo", dejó negro sobre blanco.

Su presencia en el Sureste de Gran Canaria hizo brotar en los aparceros una conciencia obrera, solidaria y cristiana que marcó la vida y el pensamiento de figuras clave en la comarca. Fue él quien introdujo los cursillos en el teleclub que habían creado en Santa Lucía de Tirajana unos aún adolescentes Camilo Sánchez y Chana González y que serviría como base para el posterior empoderamiento de las clases trabajadoras del municipio. Para Gómez del Castillo, los pobres podían -y debían- ser los protagonistas de su propia liberación, de manera que el interés por gestionar el poder político pudiera surgir a continuación de forma espontánea.

Fe y política

Fue con él con quien se empezó a hablar en Canarias de la relación entre fe y política y del compromiso cristiano vinculado a las luchas sociales. "La novedad que aportó es que los pobres pudieran protagonizar su liberación", destaca Rodríguez, quien afirma que no llegó, en ningún caso, como un iluminado que pretendiera imponer su visión del mundo, sino alguien que creía en la asociación entre los seres humanos para sacar partido a sus capacidades de modo que puedan hallar respuestas a sus problemas comunes.

En su forma de entender el mundo, la conciencia cristiana y la conciencia solidaria estaban ligadas de un modo tan íntimo que no podían ser entendidas la una sin la otra, algo que Rodríguez une al pensamiento difundido en la actualidad por el papa Francisco. "Un cristianismo que no se compromete no es verdaderamente cristianismo, pero un cristianismo que se compromete a lo loco tampoco lo es", apunta.

Ese interés por el diálogo y la asociación entre los individuos, unido a su propia historia personal, hacían de él una persona "radicalmente socialista". Aun así, Rodríguez aclara que Gómez del Castillo nunca estuvo de acuerdo con el cambio de rumbo del PSOE hacia los espacios complacientes con los poderes establecidos que arrancó con la elección de Felipe González como secretario general en el histórico congreso de la localidad francesa de Suresnes en 1974, algo que con las décadas acabaría convirtiéndose en una losa que minaría la base social que hizo de este partido un elemento indispensable de la oposición interna a la dictadura de Franco en sus últimos años.

Para Gómez del Castillo, los grandes problemas de humanidad eran el hambre, la enfermedad y la ignorancia, y en su visión todos tienen un denominador común: el hecho de que el capitalismo logra subvertirlos hasta hacer de ellos un negocio. Por eso no comprendía las crisis del sistema económico dominante en Occidente como fenómenos casuales, sino como situaciones planificadas por los que detentan el poder para enriquecerse más. Aseguran quienes le trataron con cercanía, como Rodríguez, que su claridad de pensamiento le permitió capacidad de anticipación ante los grandes movimientos económicos: "Fue uno de los primeros españoles en darse cuenta de que el país estaba caminando hacia el neocapitalismo en la década de 1970", concluye.

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