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Teror La inauguración de la Basílica

La sublime tozudez de la iglesia del Pino

La persistencia cuasi bíblica del obispo Morán se inició en 1760 y culminó, siete años más tarde, con la venerable exquisitez cardenalicia del obispo Venegas

La sublime tozudez de la iglesia del Pino

La iglesia -segunda que albergara la Imagen del Pino- se caía de vieja y mal asentada y Morán declaró la necesidad de una nueva edificación, ya que, "siendo este templo el más frecuentado de la isla y que justísimamente llama a si la devoción de los fieles, pues veneran en él a quien tantas veces han confesado deber su especial protección?" era lógica y admirable por el pueblo su intención de construir en la Villa una iglesia con características artísticas y arquitectónicas dignas de meritar el honor de alojar la Imagen, advocación predilecta de los grancanarios.

Se principió el 14 de julio de 1760 y se bendijo con honores y pompas de catedral medieval, el fin de semana que del 28 de agosto de 1767, festividad de San Agustín de Hipona para más lustre de aquel viernes fastuoso para las gentes y tierras terorenses.

Tras siete años de grandes, enormes, trabajos para los habitantes de toda la Gran Canaria, hizo la crónica -magnífica- de todos aquellos días de celebraciones, Diego Álvarez de Silva. Era lógico que el pueblo quisiera fiestas porque los penares habían sido muchos para levantar el aún hoy en día, majestuoso templo. El agua entraba por todas partes, los cimientos se desmoronaban; el Libro de Fábrica de Teror (contabilidad parroquial) deja múltiples evidencias de ello, como el de unas tierras cercanas a la construcción que dejaron de pagar el censo a la iglesia por "haverle quitado el agua con que se regaba por el perjuicio que causaba a los smtos (cimientos) de la nueva iglesia y la tierra haverse plantado de millo para dar a los buies de Ntra. Sra. que andan con la carreta traiendo cantos y piedras para la fábrica".

Ello dejó claro rápidamente lo poco apropiado del suelo terorense y que, antes y después, tantos edificios ha arruinado en El Recinto de la Villa. No por ello se arredró el obispo y la obra continuó, tomándose las decisiones oportunas, que fueron desde dejar de regar todas las huertas cercanas al solar, como he mencionado, a la ingeniosa utilización de la madera de los pinos de nuestras cumbres que nos relata un cronista de mediados del siglo XIX, don Emilio Moreno y Cebada: "Para su construcción se hizo indispensable abrir profundos surcos, buscando la firme roca donde hacer los cimientos; mas no hallándose, se resolvió cortar gruesos troncos de pinos y, reduciéndolos casi á carbón, unirlos, enmalletándolos fuertemente, en el mismo sentido de las paredes, para que, absorbiendo la humedad continua que filtraba de aquella tierra gredosa, recibiesen los cimientos, y fuesen defendidos de destrucción?"

Como afirmó hace años Antonio Rumeu de Armas "el Santuario de Teror está en pie por la fe y por la sublime tozudez de sus moradores". Tan sólo habían pasado veinte años desde su terminación, el edificio mostraba significativas grietas en todos sus muros, y en 1801 su ruina era ya evidente. El obispo Verdugo lo clausuró en 1803 y así estuvo hasta 1810. Al pueblo de Teror, que entre motines, algaradas y negativas constantes a su demolición se mantuvo siempre firme en defensa del templo, se debe -tal como afirmara Rumeu- el que el edificio haya llegado hasta nuestros días. Las obras realizadas por el Ministerio de la Vivienda entre el 3 de mayo de 1968 y el 16 de diciembre de 1969 consolidaron su estructura ya para siempre y su bellísima arquitectura sigue siendo hoy como ayer una parte importante del acervo patrimonial y artístico de Canarias.

Pero este año celebramos los 250 años de esa inauguración y quiero como cronista de la Villa Mariana dejar constancia de la efeméride a inicios del año. Ya habrá tiempo y lugar para dejar constancia de los múltiples, anecdóticos, trágicos y hasta graciosos eventos que aderezaron la historia de la construcción.

Diego Álvarez de Silva, sacer-dote y catedrático de Gramática de nuestra Santa Iglesia Cate- dral, dejó fiel relación de todo lo sucedido entre el de agosto de 1767 en su "Descripción de las fiestas de la dedicación del mag-nífico templo de Teror".

Con la edificación de la Iglesia de Teror, la Villa cambió completamente su ordenación urbanística y se generó la especial predisposición de construcciones, calles y plazas que ha llegado hasta nosotros. Con los "sobrantes de lo reunido para el templo" se edificó a la trasera del mismo, el extraordinario Palacio del Obispo y se reconstruyó la vetusta Casa Parroquial de la calle de La Herrería. Además el coronel de la Rocha edificó en su peculiar estilo la casa que ocupara el solar de los Pérez de Villanueva (considerados como fundadores de Teror) entre la Plaza y la Herrería; lugar donde se celebró el convite de aquel agosto festero. La mandó reedificar don García Manrique de Lara Trujillo, Rector de la Universidad de Salamanca y Canónigo Chantre de la Catedral de Canarias.

Una vez culminadas las obras y preparados los fastos, Silva nos dice que se "pensó en señalar el día de la dedicación, para lo que fueron a Gáldar ,donde a la sazón se hallaba el Ilmo. Delgado y Venegas de Visita Pastoral, el Alcalde de Teror D. Manuel del Toro y el Capitán D. Antonio Henríquez, llevando cartas del Tesorero Lugo y del Coronel D. Antonio de la Rocha. Señaló el Obispo para la ansiada ceremonia el domingo 30 de Agosto, reservándose el derecho de costear la fiesta de este día, y mandó a la comisión que, pasando a Las Palmas, invitara a los Cabildos Eclesiástico y Secular y a los Institutos religiosos por su orden, para que tomaran parte en la solemnidad?"

Vamos a ver?.. si dejamos todo claro, no todos lo celebraron igual porque mientras el pueblo disfrutaba en calles y plazas de "los sones armoniosos de trompetas, oboes, violines, flautas, clarines, timbales y tambores?" o "los dulces acentos, festivas canciones, sonatas alegres, músicas suaves y festejos decentes?"; en la flamante casa del Chantre, regidores, capitanes y gentes de mayor envergadura social , se metieron entre pecho y espalda "el espléndido banquete que el canónigo en su casa nueva, que añade al mayorazgo que goza, y da mucho ser a la plaza, convidó a él a cuantas personas distinguidas eclesiásticas y seculares estaban en Teror, sirvióse con abundancia de cubiertos de pescado y carne". Lo cierto es que entre bailes y convites anduvo la cosa aquel 30 de agosto de 1767.

El obispo, que no pudo estar presente, no tuvo tan buen remate aquel fin de semana. Dirigiéndose a La Gomera en Visita Pastoral, se desencadenó una tormenta tan terrible que, así lo declaran los papeles custodiados, "tripulación y maestre, dando por seguro el naufragio, se abandonaron a la merced de mar y viento cuando la nave tendida ya sobre las aguas era el juguete de las olas". Pero el obispo, que debió ser hombre de redaños -por algo llegó a Cardenal- ordenó el mismo cortar árbol y jarcias, y gritó a los cielos una súplica que ha quedado después de pasado este cuarto de siglo como una de las imprecaciones predilectas de las gentes que, conociéndola, se dirigen a Nuestra Señora del Pino. Debió ser, como mínimo impresionante, en medio del oleaje, al obispo, arremangados los vistosos ropajes, enchumbados hasta los más profundos interiores, destrozando la embarcación para salvarla, levantar las manos al cielo y en medio de olas y vientos dar el grito desesperado y esperanzando a la vez -se supone- de "Madre y Señora del Pino, para cuándo son tus milagros?"

Al instante -dejó constancia el cronista- se calmó el viento, se serenó el mar, y la embarcación desmantelada llegó milagrosamente a la bahía.

Vistoso, como mínimo es el milagro (que como tal está recogido y reconocido) y arrechante el personaje de Venegas gritándole un tanto insolentemente a la Virgen que a qué estaba esperando.

El templo estuvo en inminencia de ruina durante dos siglos hasta las obras de la década de los sesenta del siglo pasado y que permaneció como amenaza permanente sobre el templo; lo que hizo exclamar al Ministro de la Vivienda, don José Mª Martínez Sánchez-Arjona, en visita a las obras a fines de 1968 que "el mayor milagro que ha hecho la Santísima Virgen del Pino a través de los siglos ha sido que esto no se haya hundido estrepitosamente".

Culminemos este primer escrito, recordatorio de la efeméride (que vendrán otros es lo que se extenderá y abundará tan interesante tema) con el poema, bellísimo, tierno, cercano y popular a mi entender, que cerró aquel evento con que nuestros abuelos de hace un cuarto de milenio celebraron la apertura de uno de los más grandiosos templos del archipiélago de entonces y que sigue hoy en pie -tozudo y tenaz como los que lo construyeron- en el mismo lugar donde la leyenda, entre el mito y la realidad sitúa la Santa Aparición del Pino.

Blanca paloma volando

Teror dichoso, a ti vino,

Y se posó sobre el Pino

Sin saber cómo ni cuándo

Oíd que nos llama

Su arrullo gracioso,

Y tierno, amoroso,

A todos inflama.

Blanca paloma que nieve

Rizas y peinas por alas,

Al nido ven que te ofrece

Devota la Gran Canaria.

Oíd . . . . . . . . .

Prosigue el vuelo, no tardes

Palomita de mi alma,

Al nuevo nido desciende,

Que el cielo contigo baja.

Oíd . . . . . . . . .

Ven con el ramo de oliva

Anunciando paz a la Arca,

Que siendo la Arca la Iglesia,

Hoy en tormenta se halla.

Oíd. . . . . . . .

Si con ojos perspicaces

de paloma enamorada

Nos miras ¿qué mayor dicha?

Pues sólo tu vista basta.

Oíd. . . . . . . .

Quédese atrás el de Moria

y mucho más el de Diana,

Qué a más aspira este templo,

Señora, si a Ti te agrada.

Oíd. . . . . . . .

De la riqueza y del arte,

Señora, suple las faltas;

Que para Ti (y no (hay otra)

El Empíreo es propia casa.

Oíd. . . . . . . .

José Luis Yánez Rodríguez

Cronista oficial de Teror

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